Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó:
— ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?
— No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías Fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: “Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda”.
Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena...
3.
LOS DOS MONJES Y EL CAMINO
El discípulo le pregunta a su maestro:
- Maestro, estoy ansioso por aprender sus enseñanzas y alcanzar la cima de mi desarrollo personal. Pero aún tengo dos preguntas sin resolver: ¿Qué es el éxito y la felicidad? y ¿cómo encontrarlos?
El Maestro respondió:
- Si quieres saberlo tendrás que hacer conmigo el viaje que tengo previsto al Monasterio de las Montañas Nevadas. Son diez días de trayecto a pie ¿Estás dispuesto?
- Sí, Maestro.
- Te espero entonces mañana al amanecer, en la Puerta del Sol Naciente.
Los dos monjes partieron a la hora prevista. Alcanzar el monasterio tenía su dificultad ya que deberían cruzar ríos y atravesar algunas peligrosas montañas.
Después de diez días de trayecto alcanzaron a ver el Monasterio de las Montañas Nevadas; entonces el discípulo preguntó a su maestro:
- Maestro, estamos a punto de llegar al monasterio y mis dos preguntas siguen sin contestar.
- Muchacho ¿Hemos alcanzado nuestro destino, nuestro objetivo?
- Sí Maestro.
- Eso es el éxito y la felicidad; alcanzar tus metas.
4.
La urraca, viendo con envidia lo bien tratadas que eran las palomas domésticas, fué al molino y, en un descuido del molinero, se cubrió de harina, y de un vuelo se presentó en el palomar. Las palomas, creyéndola de su especie, la recibieron sin recelo. Se sentía feliz. Pero de pronto olvidó su papel y exhaló un graznido. Las palomas consternadas con aquel grito, tan poco semejante a un arrullo (el ruidito que hacen las palomas) , se lanzaron en grupo contra ella y la echaron de allí a picotazos.
Un tanto corrida, volvió entonces al lado de los suyos. Pero éstos, al verla enharinada, se horrorizaron. ¿Qué extraño bicho es ese? ¡Fuera de aquí! Con un furioso coro de graznidos la expulsaron también.
5.
Cuenta la leyenda que una vez una serpiente comenzó a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápidamente y la serpiente al mismo tiempo no desistía. Huyó un día y ella la seguía, dos días y la seguía… Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente:
- ¿Puedo hacerte tres preguntas?
- “No acostumbro a dar este precedente a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar”- Contestó la serpiente…
- ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia? – preguntó la luciérnaga
- “No”- Contestó la serpiente
- ¿Yo te hice algún mal?- dijo la luciérnaga
- “No”- volvió a responder la serpiente
- Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
- “¡Porque no soporto verte brillar!”
6.
El viejo Haakon cuidaba cierta Ermita. En ella se veneraba un crucifijo de mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo, de “Cristo de los Favores”. Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo:
—”Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz”. Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta. El Crucificado abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y
amonestadoras:
—”Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición”.
—”¿Cuál, Señor?”, preguntó con acento suplicante Haakon.
—”Es una condición difícil”, dijo el Señor.
—”Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor”, respondió el viejo ermitaño.
—”Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio”. Haakon contestó:
—”Os lo prometo, Señor”. Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño colgado de los tres clavos en la Cruz.
Haakon ocupaba el puesto del Señor. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores. Pero un día llegó un rico, y después de haber orado dejó allí olvidada su bolsa. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:
—”¡Dame la bolsa que me has robado!” El joven sorprendido, replicó:
—”No he robado ninguna bolsa”.
—”No mientas, ¡devuélvemela enseguida!”.
—”Le repito que no he cogido ninguna bolsa”, afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte:
—”¡Detente!” El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedó a solas Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
—”Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio”.
—”Señor”, dijo Haakon, “¿cómo iba a permitir esa injusticia?” Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante el Crucifijo. El Señor, clavado, siguió hablando:
—”Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo”. Y la sagrada imagen del crucificado guardó silencio.
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