Arthur W. Wainwright - La Trinidad en el Nuevo Testamento

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La doctrina de la Trinidad, afirmando que hay un solo Dios, pero en la unidad de la divina esencia hay tres personas co-eternas e iguales en todo, de la misma sustancia, pero distintas en la subsistencia, ha sido una de las doctrinas más polémicas, debatidas y controvertidas en la historia de la Iglesia cristiana. Y el punto más conflictivo del cristianismo tanto con el judaísmo como con el Islam. Desde que Tertuliano utilizara por primera vez el término en el año 215, la disputa sobre la Trinidad ha sido encarnizada y cuestionada sin interrupción, tanto por Gnosticos, Arrianos y otros grupos en los primeros siglos, como por los Testigos de Jehová y Unitarios en nuestros días. A ella se dedicaron concilios enteros, como los de Nicea (325), Constantinopla (381), Calcedonia (451); dando origen a los grandes Credos. El problema surge del hecho que ni el término ni la doctrina aparecen de manera explícita en las páginas del Nuevo Testamento. Aunque se da por supuesto que estaba implícita en la fe y las formas de adoración de los primeros cristianos, siendo objeto de formulación teológica posterior. Lo que da pie a que sus opositores concluyan que se trata de una doctrina meramente especulativa, sin base bíblica y por tanto no esencial al mensaje cristiano.

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El problema de la Trinidad estuvo desde el principio íntimamente unido con el culto cristiano. No fue preocupación de solo los estudiosos, sino principio vital para todo el culto cristiano. El modelo trinitario está patente en la adoración del Padre, porque al Padre se le adoraba a través del Hijo en el Espíritu. Esta fue la forma predominante de adoración; pero aún en los tiempos del Nuevo Testamento Cristo fue adorado del mismo modo que el Padre, aunque probablemente con menos frecuencia. El culto al Espíritu Santo se desarrolló más tarde 4. En una época posterior el Credo Atanasiano declaró: «Esta es la Fe católica: que nosotros adoramos a un Dios en la Trinidad y una Trinidad en la unidad». El Credo confiesa la índole de una adoración que ya había sido practicada. El culto cristiano se fue haciendo trinitario de dos maneras: primera, como culto del Padre por el Hijo en el Espíritu, y segunda, como culto del Padre, del Hijo y del Espíritu. Sin embargo, en el Nuevo Testamento su carácter trinitario se encuentra principalmente en el culto del Padre, a través del Hijo, en el Espíritu; y, para ser más breves, en el culto del Hijo. La naturaleza del culto cristiano influenció el desarrollo del pensamiento cristiano; y, a la inversa, el desarrollo del pensamiento influenció la naturaleza del culto. Semejante acción recíproca de pensamiento y culto ayuda a explicar la aparición del problema de la Trinidad.

Esta explicación del acercamiento bíblico al problema de la Trinidad presupone que los escritores del Nuevo Testamento reflexionaron sobre el problema. Un punto de vista distinto nos da Alan Richardson en An Introduction to the Theology of the New Testament. Dice así: «No existe en el Nuevo Testamento ni una insinuación de un δεύτερος θεός 5o δημιουργός 6distinto del Dios de la revelación del Antiguo Testamento y no existe problema en conciliar la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo con el monoteísmo judío. Cristo y el Espíritu son igualmente Dios en sus por sí mismos determinados modos de acción en la creación, redención y santificación del mundo» 7.

Los siguientes capítulos intentarán demostrar que, si bien a Cristo no se le tuvo como un segundo Dios en el Nuevo Testamento, sí que fue considerado como Dios, y de ahí que la repugnancia de los escritores del Nuevo Testamento en exponer la creencia de que Jesús era Dios manifieste que eran conscientes de un problema. Se dirá que, aunque los escritores del Nuevo Testamento den pocas señales de estar enterados del problema de conciliar la divinidad del Espíritu Santo con el monoteísmo judío, algunos de ellos sí eran claramente conscientes del problema de conciliar la divinidad de Cristo con el monoteísmo.

Otro punto de vista que difiere del que mantenemos en las siguientes páginas es el de Emil Brunner en el primer volumen de su Dogmatics. Brunner dice de la doctrina de la Trinidad esto: «El punto de partida de la doctrina no es, naturalmente, el especulativo, sino el sencillo testimonio del Nuevo Testamento. A nosotros no nos interesa el Dios del pensamiento, sino el Dios que nos revela su nombre. Pero nos revela su nombre como el de Padre; su nombre de Padre nos lo hace conocer a través del Hijo; y nos da a conocer al Hijo como el Hijo del Padre, y al Padre como Padre del Hijo a través del Espíritu Santo» 8.

La distinción de Brunner entre el Dios del pensamiento y el Dios que revela su nombre es artificial. En el Nuevo Testamento Dios revela su nombre a través de los pensamientos de los hombres sobre Él. Los cristianos reflexionaron sobre Dios desde los comienzos. Aunque sus reflexiones no siguieron el patrón del pensamiento filosófico griego, no por ello eran menos reflexiones. La frase de Brunner «simple testimonio» no describe adecuadamente la enseñanza de Pablo, de Juan y de Hebreos.

Dice también Brunner: «Este mysterium logicum , el hecho de que Dios es Trino y a pesar de todo Uno, se encuentra por completo fuera del mensaje de la Biblia… A ningún apóstol se le habría ocurrido pensar que existían las Tres Divinas Personas, cuyas mutuas relaciones y paradójica unidad estuvieran fuera de nuestra capacidad de entender. Ningún mysterium logicum , ninguna paradoja intelectual, ninguna antinomia de Trinidad en Unidad tiene lugar alguno en su testimonio, sino solamente el mysterium majestatis et charitatis ; sencillamente que el Señor Dios por nuestro amor se hizo hombre y soportó la cruz» 9. Sin embargo, a pesar de que las palabras «paradoja» y «antinomia» no aparecen en el Nuevo Testamento, en el prólogo del cuarto Evangelio hay un claro conocimiento de la paradoja de la relación entre el Padre y el Hijo. El hombre que escribió: «El Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» conocía que su declaración contenía una paradoja.

La actitud de Brunner no es satisfactoria, porque hace una división demasiado rígida entre la triple revelación que es bíblica y la triple interpretación que él cree que es posbíblica. Él distingue demasiado exactamente entre pensamiento y predicación. Su actitud se manifiesta en el juicio crítico que hace de Barth, quien, dice él, «no distingue entre el problema de la Trinidad que nos ha deparado el mensaje de la Biblia y la doctrina de la Trinidad. No ve que la doctrina de la Trinidad es el producto de la reflexión y no un kerygma» 10. En los siguientes capítulos se va a demostrar que el problema de la Trinidad está presente no solo en las palabras del Nuevo Testamento, sino también en la mente de los escritores; y que, esté o no esté claro que ellos intentaran una doctrina de la Trinidad, ciertamente intentaron dar una respuesta al problema 11. También probaremos que no hay una bien definida división entre reflexión y kerygma . En la primitiva Iglesia la reflexión condujo a la predicación, y la predicación a una más amplia reflexión. Y no se debe olvidar esto: que un lenguaje vigoroso y autoritario puede ser también reflexivo.

La base neotestamentaria de la doctrina de la Trinidad constituye a menudo el tema de un capítulo preliminar, pero raramente el tema de un libro. El primer volumen de la Histoire de dogme de la Trinité , de Lebreton, trata del Nuevo Testamento y de los antecedentes hebreos y helenísticos. (En estos últimos años se ha prestado mucha atención a los antecedentes en el Viejo Testamento, señaladamente en dos monografías: The One and the Many in Ancient Israel , de A. R. Johnson, y The Biblical Doctrine of the Trinity , de G. A. F. Knight). Sugerimos dos razones para explicar la indiferencia ante este tema. La primera es que ha habido una tendencia a decir sin distingos que la doctrina de la Trinidad es posbíblica y responde a un problema que no se les presentó a los escritores del Nuevo Testamento, sino únicamente a la posterior generación de lectores. Ya se ha hecho alusión a esto, y esperamos que los argumentos de este tratado refutarán semejante punto de vista. La segunda razón del descuido del tema es que trasladaría los campos de la cristología y de la enseñanza sobre el Espíritu Santo. Esto es un alerta saludable sobre la necesidad de selección al tratar de la materia. Evidentemente existen ciertos tópicos que son comunes al problema de la Trinidad y al problema de la cristología, y otros comunes al problema de la Trinidad y al del Espíritu Santo. Pero un estudio de la aparición del problema trinitario no necesita ser tratado con el conjunto de la cristología, ni con toda la doctrina sobre el Espíritu en el Nuevo Testamento. Ha de tratarse con la cristología y la doctrina del Espíritu en la medida en que implica o claramente determina que el Espíritu Santo y Cristo son Dios. Una detallada discusión sobre la humanidad de Cristo no pertenece al tema que estamos tratando. Y aunque el hecho de la Encarnación sí que es pertinente, lo que a nosotros nos interesa es la divinidad de Cristo y especialmente todos los testimonios que digan que Él es Dios. Al examinar las enseñanzas sobre el Espíritu Santo nos interesaremos principalmente por las pruebas de que el Espíritu es una persona y por la demostración de que el Espíritu es Dios.

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