Cindi Madsen - Ni una boda más
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¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce?
Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible.
Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: «Ni una boda más».
¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"
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Probablemente, su propia boda.
***
Violet examinaba fijamente el interior carbonizado del horno junto con Maisy, a pesar de que no tenía ni idea de cómo saber si el daño había sido tan serio como para requerir uno nuevo.
¿Se podía saber con solo mirar?
La culpa se instaló en su intestino, junto con un duro bulto de injusticia que la hizo querer dar un zapatazo. Había estado tratando de ayudar y evitar un desastre y, en uno de sus ya clásicos movimientos, solo había empeorado las cosas.
Como cuando intentó demostrar que estaba muy bien y programó una sesión de fotos de compromiso apenas dos días después de que Benjamin se mudara. Entonces se desvaneció y tuvo una crisis nerviosa que terminó con el reembolso de la sesión de la pareja y los remitió a otro fotógrafo.
No era de extrañar que ya no estuviera inspirada.
¡Diablos! No era de extrañar que Benjamin no hubiera querido darle un anillo. Además de ser la ñoña de la que él a menudo se burlaba, era un completo y total desastre. Algo de lo que era muy consciente delante del fornido bombero que estaba a unos cuantos metros de distancia. Sin duda había pensado que estaba loca por la forma en la que le arrancó la carpeta de las manos.
La idea de que él viera sus esperanzas y sueños fallidos…
Incluso en este momento, hizo que su piel se sintiera demasiado tensa.
Tras tomar su carpeta chamuscada la fue a esconder en uno de los gabinetes de la cocina. Luego regresó al callejón para enfrentar el desastre que había causado.
Y para enfrentar también al sexy bombero de voz profunda y perfecta para las palabras sucias. Por no hablar del mentón desaliñado y de los brazos con cicatrices, que exhibía ahora que se había quitado la chaqueta de bombero.
Su compañero bombero también era guapo, unos centímetros más bajo que Ford, pero más fornido. Y también llevaba un anillo de bodas que contrastaba con su piel más morena. La escena evocaba escenarios de fantasías de bomberos. Solo que en la vida real, la mortificación mermaba su capacidad de apreciar el banquete para la vista que tenía ante sus ojos.
Si Violet no pensara que Ford y su perro intentarían revivirla, se desmayaría de la vergüenza.
Como si su hermanastra sintiera que necesitaba consuelo, Maisy la abrazó.
–Le pudo pasar a cualquiera.
Violet se sorbió los mocos, porque no era como que el tipo que estaba del otro lado de Maisy fuera a mirarla dos veces, ni siquiera en su mejor día, ni aunque estuviera bien arreglada.
–Es muy lindo que digas eso, pero soy la chica que no sabe ni siquiera meter unos cupcakes en el horno.
–Maisy tiene razón –intervino Ford para quitarle importancia al asunto–. Sucede todo el tiempo.
Ahí estaba de nuevo esa voz profunda. Aguzó el oído, rogando porque dijera algo más. El único defecto del tipo era su pelo oscuro que le llegaba hasta la barbilla, irresistiblemente despeinado y que contrastaba con su piel clara.
No es que el estilo “así-me-levanté” no le gustara. Completaba el look sexy de chico campirano que pescaba con sus propias manos y luchaba con cocodrilos por diversión.
Sí, lo bueno es que no le gustaban los tipos de cabello oscuro y piel clara, porque claramente era lo único que se interponía en su camino. Aghh, ¿podría ponerse peor este día?
Al menos la multitud en la entrada del callejón había disminuido, la mayoría de los mirones había decidido que la parte emocionante había terminado y se habían marchado.
–Espera –dijo frunciendo el entrecejo–. Dijiste que el camión de bomberos no sale muy a menudo.
Ford le sonrió torciendo un poco los labios lo que le hizo recordar las películas viejitas de Elvis que su abuela, su Bubbie como ella la llamaba, solía ver.
–No muy a menudo. Cuando hay un incendio es porque una fogata se sale de control o algún electrodoméstico provoca un corto circuito. Tostadoras, licuadoras –le dio una palmadita al ennegrecido cacharro junto a ellos–, hornos.
–Aunque se ve bastante mal, no creo que esté dañado –dijo Maisy–. Pero, si así fuera, tengo un seguro para estas eventualidades.
En un intento de tranquilizar a Maisy, Violet asintió, pero pudo oír a su ex en su cabeza. Clásico de Violet. Tienes todo un plan de boda y de vida bien trazado, con los puntos a seguir, pero vas a la tienda y no eres capaz de regresar con la única cosa por la que fuiste.
En incontables ocasiones se ponía a preparar la cena para luego olvidarse por completo de la comida. Benjamin se frustraba tanto, decía que las comidas quemadas eran un desperdicio y se quejaba porque la casa olía siempre a humo.
Eres la persona más desorganizada que conozco , le decía con frecuencia.
Los pulmones de Violet se contrajeron. Parte de los motivos por los que insistía en la organización era para ayudar a manejar su TDAH. La atención dispersa y la incapacidad para concentrarse eran los síntomas más conocidos, pero la otra cara de la moneda consistía en estar tan inmersa en las actividades que disfrutaba que se olvidaba de todo lo demás.
Por mucho que lo intentara, se perdía a menudo en la edición de fotos o en añadir imágenes inspiradoras a su carpeta de boda. Lo que parecían minutos se convertían en horas y cuando salía del relajante mundo dentro de su cabeza encontraba uno caótico, lleno de confusión. Y, lo peor de todo, con un Benjamin decepcionado.
Eso alimentaba su ansiedad y, a partir de ahí, le resultaba casi imposible hacer algo bien.
Por fin, los bomberos y el policía se marcharon y Maisy cerró la pastelería. Le dio a Violet las llaves de la casa y le dijo que se sintiera como en su propio hogar mientras recogía a Isla.
Después de aventar sus bolsas en la recámara de invitados y de ducharse, Violet volvió a sentirse medio humana.
Tan pronto como entró en la sala, Maisy señaló los dos vasos de vino que había servido. En lugar de tomar uno, Violet agitó sus dedos con el clásico movimiento de dame .
–Lo primero es lo primero. He estado esperando todo el día para acurrucarme con mi sobrina.
Isla estaba calientita, olía a aceite de bebé y llevaba puesta una pijama con una estrella en el trasero.
Violet se instaló en el sofá, colocó a su sobrina en su regazo antes de alcanzar el vino y tomar un sorbo. Devolvió la copa al posavasos y luego pasó un nudillo por la mejilla regordeta de Isla.
–Un día, cuando seas mayor, la tía Violet te dirá lo que no debes hacer con tu vida, porque resulta que es una experta en el tema.
–Detente. La gente que lo tiene todo resuelto es aburrida, por no decir molesta –Maisy levantó su copa–. Y piénsalo de esta manera. A partir de ahora, el resto de tu estancia solo puede mejorar.
–¿Todavía estás segura de que me vas a aguantar tanto tiempo?
Maisy meneó la cabeza como si hubiera hecho una pregunta absurda.
–Todo el mundo comete errores, Vi. ¿Sabes cuántos pasteles he arruinado en mi pastelería? He probado tantas combinaciones raras que me han hecho desear no tener papilas gustativas. Pero después de cada decepción, dejo la masa y vuelvo a intentarlo. Así es como se me ocurrió mi tarta de tres moras y avellanas, famosa en esta zona. Y en caso de que no te acuerdes, yo te rogué que vinieras a visitarme.
La vehemencia de su media hermana sorprendió a Violet. En el pasado, había sentido como si Maisy, y en realidad todo el clan Hurst, siguiera un guion haciendo por ella solo lo “apropiado”.
–Bueno, haré todo lo que esté en mis manos para evitar causar más fiascos –repuso Violet–. Y si no vuelvo a ver un camión de bomberos, estoy del otro lado.
–¿Estás segura de eso? Entre tú y Ford parecía haber… –Maisy se inclinó hacia Violet–, ¿me atrevo a decir, chispas?
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