Cindi Madsen - Ni una boda más

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"¿Existe el amor después de un corazón roto?
¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce?
Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible.
Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: «Ni una boda más».
¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"

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–Estará bien –le aseguró a su perro–. Solo está un poco en shock.

La joven se tapó el rostro con una mano.

–Más bien estoy mortificada y con ganas de que la tierra se abra y me trague entera.

–Entonces Pyro y yo tendríamos que excavar para sacarte y creo que estarás de acuerdo en que ya hemos tenido suficientes emociones por hoy.

Apartó la mano y, al levantar la barbilla, él la vio por primera vez. Su cabello era del mismo color del café que a él le gustaba: una de crema y dos de azúcar; cara en forma de corazón manchada de tizne y lo que sospechaba eran rastros de rímel; y una nariz algo prominente que llamaba la atención sobre sus iris, de un profundo tono café que casi se fundía con sus dilatadas pupilas.

Continuó mirando en las profundidades, buscando… ¿qué? ni siquiera estaba seguro qué era lo que buscaba, pero fuera lo que fuera, estaba relativamente seguro de haberlo encontrado.

Pyro ladró y lo despertó del hechizo. La gente comenzaba a reunirse en la boca del callejón, como una multitud de polillas entorno a una llama, literalmente.

La chica bajó la cabeza y con una mano se cubrió para taparse el rostro.

–Oh, genial. ¿Por qué aparece todo el pueblo?

–Es probable que hayan visto el humo o que hayan escuchado o visto el camión de bomberos. No solo es gigante y rojo con luces intermitentes, sino que rara vez sale. Además, no hay mucho que hacer en la ciudad. Es probable que esto aparezca en la primera página del periódico.

La chica gimió. Y aunque él sabía que no debía decirlo, su aspecto desaliñado sugería que había tenido un día de mierda como ella decía.

–Y yo que trataba de pasar desapercibida.

–Un pequeño consejo: Las Dudas no es el lugar para esconderte si estás huyendo. No se nos da mucho lo del bajo perfil.

Dejó escapar un resoplido, que en parte era risa y en parte sollozo, pero al menos la había hecho sonreír un poco. La chica dio un paso atrás, alisó la despeinada coleta en la parte superior de su cabeza y frunció el ceño al tocar un mechón que sobresalía como la cresta de un gallo. Con un resoplido, dejó caer los brazos.

–Gracias por tu ayuda…

Él le tendió una mano.

–Ford. Ford McGuire.

–Suenas muy tipo Bond, James Bond, presentándote así –dijo y deslizó su pequeña mano en la de él. Como si hubiera tocado el extremo de un cable, una sacudida atravesó su brazo, y tuvo que hacer un esfuerzo por no darle un apretón más allá de la cortesía.

Una naricita húmeda empujó la mano que el bombero dejó caer y Ford le dio una palmadita en la cabeza a su peludo compañero.

–Y este es Pyro.

Una chispa de burla se adivinó en el rostro de la joven, suavizando su exasperación y haciendo que él quisiera decir algo más ingenioso.

–¿Un bombero con un perro llamado Pyro?

–Me gusta pensar que soy listo –repuso Ford–. ¿Y tú eres…?

–¡Violet! –Maisy se abrió paso entre la multitud y la cautivadora incendiaria que tenía delante de él corrió hacia la mujer dueña de la pastelería.

Chocaron en un abrazo y la joven, Violet, comenzó a disculparse mientras Maisy preguntaba si estaba bien. Un comentario sobre si estaba bien y sobre no iniciar un incendio antes de que la conversación se transformara en palabras chillonas que Ford ya no pudo descifrar.

Easton se acercó, vestido con su uniforme de policía. Se saludaron con un gesto de cabeza y Ford le dio un rápido resumen. Dadas las travesuras que habían hecho de chicos, los amigos a menudo bromeaban sobre cómo habían podido terminar del lado correcto de la ley. Tener a su amigo ayudándole en las emergencias era muy útil y siempre que deleitaban al resto de la pandilla con sus historias, hacían lo que hacen los pescadores: con cada relato, las aventuras que tenían se hacían más grandes.

Ya con Easton al tanto de la situación, ambos guardaron silencio y la voz de Violet se elevó por encima del estruendo.

–… no estoy segura de cómo voy a pagarlo, pero si el horno se echó a perder, trabajaré en la esquina de la calle más cercana para conseguirte uno nuevo.

Como no era ajeno a las exageraciones, Ford captó el sentido de la frase. Sin embargo, la idea de la Violet curvilínea parada en la esquina… A pesar de que últimamente él estaba fuera de circulación, podría no ser capaz de contenerse.

No es que alguna vez hubiera pagado por ello, pero llevaba tanto tiempo y… Esto ya está tomando un rumbo extraño.

–No seas ridícula –dijo Maisy, abrazando de nuevo a Violet–. Me alegro de que estés bien.

–Sí, pero ¿y si tú hubieras estado allí? ¿O Isla? –alzó el tono de voz, sus palabras teñidas por el pánico–. ¿Está bien? ¿Dónde está?

–Ella está bien. Lottie, la dueña de la tienda de manualidades de al lado, la está cuidando mientras yo arreglo esto.

–Bueno –Violet retorció las manos y una lágrima gorda recorrió su mejilla.

Ford sintió su presión elevarse debajo de sus costillas, su instinto de ayudar se activó, aunque nunca había sido muy hábil para lidiar con las lágrimas femeninas.

Pyro lloriqueó y le lanzó una mirada a su amo, preguntando en silencio cómo consolarla. Cuando él asintió, Pyro se acercó y frotó su nariz contra su mano.

Violet dejó que la olfateara antes de acariciar su peluda cabeza.

–Me olvidé de agradecerte, ¿no? Intentabas mantenerme a salvo y yo estaba demasiado agobiada para ponerte atención.

Supongo que yo también debería poner mi nariz contra su mano. A ver si me pasa los dedos por el cabello. Probablemente sacaría la lengua y jadearía como lo hacía Pyro. Más tarde esa noche, discutiría con su perro sobre cómo él había hecho la mayor parte del trabajo y Pyro había conseguido la mayor parte de la atención.

Un destello púrpura atrapó la atención de Ford y se puso en cuclillas junto al neumático del camión de bomberos y sacó la… Aghhh. La carpeta de boda de Lexi debió de impresionarle más de lo que pensaba, porque juraría que se parecía a la que había visto poco antes en su mesa de café. Solo que arrugada y salpicada de grasa y de ceniza negra.

–Noooo –chilló Violet, saltó hacia él y le arrebató lo que fuera que tenía entre las manos. Abrazó contra su pecho el paquete de papeles y la brillante cubierta púrpura.

–Lo siento. Es solo… privado –dobló y recogió los papeles sueltos, algunos de los cuales definitivamente se habían quemado, sin mencionar los separadores plásticos que se habían derretido–. De todos modos, perdón otra vez por todos los problemas y gracias por tu ayuda. De nuevo. Sí, así que… –se enderezó con tanta fuerza que la parte superior de su cabeza golpeó contra la barbilla del bombero, haciendo que sus dientes chocaran entre sí.

–¡Auch! –dijo Violet al tiempo que se sobaba la cabeza y retrocedía como si él hubiera sido el responsable–. Voy a levantar esto.

Tan solo unos instantes antes, él había querido arrancarle una sonrisa, pero la mueca que ahora se dibujaba en el rostro de la chica tenía un toque maniaco. Hablando de cambios bruscos de humor.

Parte de la reciente sequía en su vida tenía que ver con su indiferencia por salir a conocer gente. Había renunciado a las relaciones serias hacía unos cuantos años. Aun así, después de una misión de búsqueda y rescate en el sur, las citas casuales perdieron su atractivo. Las interacciones superficiales no parecían valer la pena y su vida no le dejaba tiempo para actividades poco satisfactorias.

Pero Violet… Era innegable que había algo intrigante en ella.

Aunque, ¿quién lo diría? Era la primera vez en años que sentía la chispa con una mujer y al parecer ella estaba en medio de la planificación de una boda.

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