Cindi Madsen - Ni una boda más

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"¿Existe el amor después de un corazón roto?
¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce?
Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible.
Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: «Ni una boda más».
¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"

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Entonces una brisa se levantó, el montículo que había formado se encendió de naranja brillante. Un par de páginas parcialmente quemadas revolotearon y volaron separándose de la parte superior del montón, una de ellas aterrizó sobre la hierba seca, que se encendió.

–¡No, no, no! –Violet la pisoteó, persiguió la otra hoja e hizo lo mismo. Mientras su corazón latía por la adrenalina, pensó en lo fácil que era que el fuego se extendiera sin control.

En un instante, Violet regresó a su cuerpo y la mujer desquiciada que la había poseído la abandonó.

Eso había sido una estupidez muy peligrosa.

Y después de todo, no iba a cambiar nada.

Se quitó la sudadera y la usó para apagar el fuego, cuando las llamas comenzaron a extinguirse con los últimos destellos y chispas, dio también unos pisotones. Tan pronto como estuvo segura de que la pila de papeles se había apagado, se dejó caer al suelo.

Sintió el peso de la derrota sobre ella, sacó la carpeta derretida de debajo del montón chamuscado, la abrazó contra su pecho y soltó las lágrimas que había tratado de contener todo el día.

Olfateó en el aire y juró que olía a un humo diferente del que había acompañado a la quema de las páginas de la revista. ¿Era un olor menos químico, acaso?

Bajó su carpeta destrozada y la miró con atención, para comprobar que no estaba en llamas.

Le ardían los ojos y los vapores acre le quemaban la nariz.

¿Qué rayos…? Se puso de pie al ver que de la puerta trasera de la pastelería emergían bocanadas de humo gris.

¡Los cupcakes!

Corrió y con la punta de los dedos tocó la manija antes de aferrar el metal con toda la mano. Como no se quemó la palma, jaló la puerta.

Por suerte, no estaba cerrada con llave. Pero al entrar y ver el humo y las llamas que salían por los bordes de la puerta del horno y subían por la pared, dejó de sentirse tan afortunada.

Echó una rápida mirada, pero no pudo ubicar el extintor de incendios, así que tomó un guante de cocina y trató de abrir la puerta.

No se movía, el calor que se filtraba por su piel se intensificaba, lo que hacía imposible que siguiera intentándolo.

–Espera. ¿Por qué estás a trescientos grados? –le gritó al horno cuando vio la temperatura en la pantalla.

Como el aparato no le respondió y el humo se hacía cada vez más denso, marcó al 911, esperando que en este pueblo de mala muerte no tardaran una eternidad en responder.

Capítulo 2 Ford pisó el acelerador de su Dodge Ram Cummins Diesel el motor - фото 7

Capítulo 2

Ford pisó el acelerador de su Dodge Ram Cummins Diesel, el motor rugió y salió disparado por las calles secundarias de la ciudad antes de frenar y cruzar la calle principal.

Clavó la nariz de la camioneta en el callejón entre la Pastelería Maisy y la tienda de manualidades de Lottie, y corroboró que sí había humo.

Ford hizo una rápida evaluación.

Color: blanco. Volumen: escaso. Velocidad: baja. Densidad: fina.

Llegar solo no era una buena idea, pero esperar a que el fuego creciera tampoco lo era.

De un salto bajó del vehículo y tomó su hacha, junto con el botiquín. Los incendios no eran muy comunes en esta época del año, de modo que había dejado el traje de protección en el camión de bomberos. Se le aceleró el pulso cuando escuchó una voz femenina gritar:

–¿Por qué no abres? No puedo apagar el fuego si no me dejas que abra –seguida de una tos seca que hizo que Ford se apresurara hacia la puerta con Pyro pisándole los talones.

Una mujer parecida a Maisy, aunque no del todo, estaba parada frente al horno. Con guante de cocina manoteaba contra las llamas al tiempo que murmuraba cosas sobre que su hermana había confiado en ella y que era el día más mierda de la historia.

Ford se interpuso entre la chica y el horno, y la empujó hacia atrás. El sofocante aire se filtró a través de su camisa que se adhirió con fuerza a la piel. La voz de la experiencia se hizo cargo de la situación y se enfocó en la evacuación del edificio.

–¿Hay alguien más dentro?

–No, solo estoy yo –contestó la chica tosiendo–. Por eso…

–Yo me encargo, señorita. Por favor, salga del edificio.

Con suavidad Pyro le mordió los pantalones y tiró de ella, tratando de convencerla de que se salvara.

Como no se movió, Ford estuvo a punto de dejarse llevar por la adrenalina para sacarla y llevarla afuera. Pero su cerebro ya se había puesto en modo analítico y le daba vuelta a los hechos tan rápido como su corazón le martilleaba el pecho.

No había nadie más en la pastelería y el fuego estaba contenido en el horno. Sofocar la fuente de calor será el curso de acción más seguro y rápido para todos.

Ford se subió la camisa para cubrirse nariz y boca, y se concentró en inhalar y exhalar por las fosas nasales.

–Retroceda.

Con el hocico contra las piernas de la mujer, Pyro la empujó hacia la puerta abierta y Violet pareció notar al perro por primera vez. Retrocedió, dándole a Ford el espacio que tanto necesitaba.

El maldito enchufe no quería soltarse del tomacorriente y una creciente sensación de urgencia se apoderó de la base de su cráneo. Aferró el mango del hacha y usó el borde de la hoja para liberar el plástico duro.

Con el oxígeno agotándose en el horno, una pequeña corriente de aire podría convertirse en un gran problema así que, aunque se pudiera, ahora abrir la puerta del aparato no era una buena idea. Ante el riesgo de que se propagara el fuego y de que la pastelería se incendiara, no podía dejar allí el horno.

En cuanto baje la temperatura, me ocuparé del fuego.

Se escuchó una sirena cada vez más y más fuerte, Ford colocó una mano en la espalda de la mujer y la sacó del local. Darius condujo el camión de bomberos hasta la puerta.

Él y Ford se pusieron el equipo de protección. Los gruesos guantes dificultaban un agarre firme, pero los protegían de las quemaduras. Hacer pasar el horno gigante por la puerta trasera fue como dar a luz a un elefante, pero por fin se las arreglaron para maniobrar el aparato hasta el centro del callejón, donde esperaron a ver si ameritaba que lo rociaran con la manguera.

Tras haber contenido el peligro, Ford fue a buscar a la mujer que había estado en la cocina intentando apagar el fuego por sí misma sin mucho éxito.

Pyro estaba a su lado, observando la conmoción, listo para entrar en acción si era necesario. A veces Ford pensaba que su perro era tan adicto a la adrenalina como él, lo que no siempre era bueno ya que los había metido en apuros más de una vez. Retirarse o arrepentirse era el incómodo dilema que lo perseguía desde hacía tiempo.

–Buen chico –dijo Ford, al tiempo que rebuscaba entre dos capas de tela y sacaba un premio para Pyro.

–Lo siento mucho –se disculpó la mujer con un movimiento de cabeza–. Puede que haya dejado los cupcakes demasiado tiempo, pero no entiendo cómo se incendiaron. O por qué la puerta no abría.

Ford terminó de acariciar la cabeza de Pyro y se enderezó.

–Estaba en modo de autolimpieza. Eso provoca que la temperatura suba y quema todo lo que hay dentro para que luego se pueda limpiar la ceniza.

El rostro de la chica, lleno de tizne, palideció.

–¿Y si adentro había dos bandejas gigantes de masa para cupcake?

–Hierven y comienza el fuego.

La joven se tambaleó y Ford se apresuró a sujetarla por los hombros, preocupado de que sus rodillas no la resistieran. Pyro brincó alrededor de sus piernas, mirando a Ford y la chica intermitentemente, esperando órdenes de cómo ayudar.

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