Cindi Madsen - Ni una boda más

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"¿Existe el amor después de un corazón roto?
¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce?
Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible.
Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: «Ni una boda más».
¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"

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Pero Maisy cubrió la distancia que las separaba y le dio un abrazo, digno de una pitón, que le sacó el aire. Quedarse sin aliento nunca había sido tan tranquilizador.

Por su complicada dinámica familiar no estuvieron cerca cuando crecieron y los abrazos que antes intercambiaban solían ser rápidos y robóticos. Sus conversaciones habían sido más o menos siempre las mismas hasta los últimos meses.

–Estoy tan feliz de que estés aquí –dijo Maisy–. Obviamente, la pastelería necesita una remodelación… pero no es que tengas que empezar de inmediato. Llevo todo el día esperándote y ya estás aquí y, por si no lo notaste, estoy muy emocionada.

–Creo que el término correcto sería “tengo un subidón de azúcar”.

Maisy se rio y se acercó como si estuviera a punto de revelar sus secretos comerciales.

–También invertí en una máquina de café expreso. Tras muchas noches sin dormir, pasó de ser un deseo a una necesidad.

Sonó la campanilla de la puerta y Maisy vio que entraba una familia de cinco miembros.

–No te preocupes por mí –dijo Violet, moviendo la cabeza de un lado a otro para liberar la tensión del cuello tras el largo viaje–. Echaré un vistazo y empezaré a hacer planes. Nos pondremos al día cuando cierres la tienda.

Maisy asintió y se acercó para ayudar a la familia a estudiar el muestrario de golosinas. El aire se llenó con su charla y Violet se preguntó cuántos expresos y cupcakes habría tomado Maisy, y si una buena cantidad de azúcar y cafeína le ayudaría también a ella para contrarrestar el sabor agridulce que sentía en la garganta.

Estar aquí era… surreal.

Hablando de surrealismo, ¡centrémonos en el arte! Violet colocó las manos en las caderas y estudió las sucias paredes de la pastelería. Definitivamente necesitaba una remodelación, pero estaba segura de que podría mejorar los desolados muros blancos y las polvosas decoraciones.

Podía pintar la parte inferior del mostrador delantero con un color más oscuro para que la vitrina llamara más la atención. Los suelos de madera eran hermosos y, con una pulida, y tal vez una capa de barniz, serían perfectos.

Hay mucho potencial. Al observar cómo Maisy colocaba sus azucaradas obras de arte en una caja rosa pálido mientras sonreía a sus clientes, le resultó obvio que su hermana hacía lo que le gustaba. De la nada, una ola de cariño golpeó a Violet con tanta fuerza que le temblaron las rodillas. Era genial ver a Maisy en persona otra vez.

Había creído que las llamadas telefónicas se desvanecerían, sobre todo desde el nacimiento de Isla hacía un mes. Los bebés recién nacidos consumen mucho tiempo y Violet lo habría comprendido.

Pero, por el contrario, ella y Maisy hablaban cada vez más. Y cuando Violet se quebró, soltó la sopa y le dijo que hoy sería horrible, Maisy insistió en que viniera y se quedara con ella una temporada. Al menos hasta que se repusiera.

–No quiero ser imprudente –dijo Violet, pero Maisy chasqueó la lengua y le dijo que con su esposo trabajando lejos de casa estaba desesperada por un poco de compañía. Además, tenía una habitación extra, sin cargo.

Como no quería sentirse como una vividora, insistió en que hicieran un trato: Violet remodelaría la pastelería mientras estuviera en la ciudad. Lo cual le tomaría, si lo hiciera a su manera, solo un mes. Dos, a lo mucho.

–¡Que tenga un dulce día! –se despidió Maisy del último cliente del día. Volteó el cartel de la puerta para cerrar y se dirigió hasta donde estaba Violet, que miraba todavía la pared.

Los muros en blanco solían transmitirle vibras de una felicidad cosquilleante. Por desgracia, la chispa no se encendió como por arte de magia.

–¿Y? –preguntó Maisy–. ¿Qué te parece?

–Como dicen, el lugar tiene potencial. Y el suelo es increíble –dio una patadita como para comprobar lo que decía–. Con pintura nueva, unas notas de color, obras de arte bien colocadas, reflejará cómo se siente la gente cuando prueba uno de tus deliciosos postres.

La sonrisa de Maisy era muy parecida a la de su madre, pero a diferencia de las “sonrisas” que Cheryl Hurst le dirigía a Violet, la de Maisy era genuina.

–Estoy tan contenta de que estés aquí para ayudar. Cuando compré el lugar, me tuve que concentrar en sustituir los electrodomésticos. Después de eso, apenas tenía dinero para los ingredientes. Ahora por fin tengo los medios para renovar el resto, pero, gracias a mi adorable bebé, no tengo el tiempo. Además, no soy buena en decoración.

–Sí, recuerdo tu habitación de cuando eras niña. Era como si un daltónico la hubiera decorado.

–Oye, no estaba tan mal –Maisy le dio un empujoncito en el hombro.

–Como alguien con entrenamiento en colores complementarios –apuntó Violet después de soltar una risita–, puedo decir con total seguridad que sí estaba muy mal. Sobre tu cama también tenías un póster de ese tipo cavernícola de cabeza grande, nariz enorme y boca extrañamente pequeña.

Maisy suspiró tan fuerte que resonó entre las paredes.

–Era un póster de One Tree Hill , si no captaste el encanto de Nathan Scott es porque no viste la serie.

–Sí la vi, Lucas Scott era mucho más guapo que su hermano.

–¿Lo dices en serio? Tiene la cara aplastada. Y nunca abre los ojos por completo.

Violet iba a comenzar a discutir, pero prefirió cerrar la boca.

–Buen punto en esa última parte, pero tenía una cabellera genial. Además, los paliduchos de pelo oscuro no son mi tipo.

Maisy se escondió detrás de la oreja un mechón de pelo castaño que había escapado de su cola de caballo.

–¿Descartarías a un tipo solo por eso?

Aunque a Violet nunca le había gustado el apellido Hurst, no le quedaba más que aceptar el mismo tono café rojizo oscuro en su cabello que el de su padre, su media hermana y su medio hermano. Cada vez que los visitaba, ese era el rasgo característico que hacía que los lugareños exclamaran: “Vaya, eres toda una Hurst”.

Era perturbador Cuando era adolescente lo llevaba rubio para no confundirse con la familia a la que nunca había pertenecido.

Por supuesto que la idea de mantenerse alejada de cualquier parecido con su padre había sido una teoría absurda, al menos una que no le había evitado el dolor, pero de todas formas se había aferrado a esa fantasía. En los últimos meses demasiadas cosas habían cambiado y Violet anhelaba lo familiar.

–Tengo un sistema muy preciso. Básicamente, miro a alguien y si es un tipo sexy que me da alas durante años y años, decido que ese es el indicado.

Como esa afirmación era verdad, la broma no tuvo gracia.

Antes de que Maisy pudiera compadecerse, Violet agitó una mano en el aire. Se había vuelto buena en fingir que la pérdida de una década entera de planes no la había afectado.

–En fin, ese era mi antiguo sistema, antes de que renunciara a los hombres en general. ¿Quién los necesita?

–Yo –suspiró Maisy y con tono soñador añadió–... Solo desearía que el mío no estuviera tan lejos.

Violet se estremeció, pero no solo porque las palabras se sintieron como un pinchazo en el corazón.

–Lo siento. Eso fue insensible de mi parte. Sé cuánto lo extrañas, Travis es uno de los buenos.

Esta vez, fue Maisy quien agitó una mano en el aire.

–No pasa nada. Entiendo lo que quieres decir –colocó su brazo alrededor de los hombros de Violet y apoyó la cabeza en su hermana–. Espero que algún día, cuando conozcas a la persona adecuada, cambies de opinión.

Muy lindo deseo, pero Violet ya había decidido que la persona “correcta” no estaba en su destino y, la mayoría de los días, estaba en paz con eso.

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