Cindi Madsen - Ni una boda más

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"¿Existe el amor después de un corazón roto?
¿Cómo resistirse a una pasión que arde hasta con el más fino roce?
Cuando Violet decide renunciar a los hombres y a la ilusión de tener la boda de sus sueños, la vida la pondrá a prueba de la forma más irresistible.
Ser la dama de honor perfecta tiene sus desventajas, sobre todo cuando te habías hecho una sola promesa: «Ni una boda más».
¿Conseguirá aprender de los errores del pasado y elegir lo mejor para ella?"

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Addie alcanzó el paquete de cervezas Naked Pig Pale Ale. Después de tomar un gran sorbo de la botella, levantó la carpeta de la mesa con vacilación.

Que le pusieran delante un incendio que combatir, un excursionista perdido que encontrar, o una fuerza destructiva de la naturaleza con la que lidiar, y se lanzaba sin miedo. Pero ¿el embrollo de una lista de cosas por hacer para una boda? Vaya, estaba a punto de llorar como un niño pequeño que busca a su mami.

Era de locos. Por desgracia, después de la reunión tenía que entrenar a los cachorros en búsqueda y rescate, así que más le valía permanecer sobrio.

Ford tomó una cerveza sin alcohol y la abrió. Murph pasó la página hasta la sección llamada “Mesas” y entrecerró los ojos.

–Um, supongo que empezaremos con… ¿decoraciones de mesa? –le echó una mirada a Ford, como si él tuviera idea de qué tipo de adornos poner. ¿No bastaban la vajilla y los platillos? El resto era un estorbo durante la comida. Al inclinarse para ver por encima del hombro de Addie, el cuero del sofá crujió.

–Claro. Esos manteles se ven bien –dijo, señalando las hileras de tela multicolor. Lexi frunció el ceño.

–Esos no son para las mesas, son para las sillas.

–¿Las sillas necesitan manteles? –preguntó, y Lexi suspiró.

Addie le dio un codazo.

–Sí, ¿no lo sabías, Ford? Así, en vez de usar el mantel como servilleta, te limpias en la silla.

–Una solución inteligente –todos rieron, Lexi frunció los labios.

Desde que comenzaron con esto de ser parte del cortejo de Shep como damas de honor, Addie se había vuelto más cercana a Lexi, pero en momentos como este se ponía de manifiesto lo diferentes que eran. Si dependiera de Addie y Tucker, harían una ceremonia pequeña. Sin embargo, la costumbre del lugar era que las bodas se organizaban tanto para los miembros de la familia y la gente del pueblo como para la pareja. Era más fácil seguir la corriente que lidiar con las críticas el resto de sus vidas.

Los cachorros empezaron a juguetear y a ladrar y sus gruñidos llenaron el aire. Pyro, el fiel pastor alemán negro de Ford, alzó la cabeza desde su cama junto a la chimenea. Aunque ya estaba retirado, Pyro no podía evitar ayudar. Por eso era el mejor perro de rescate de todo Alabama.

Por eso y porque Ford, que entrenaba a las unidades K-ninas para misiones de búsqueda y rescate, lo había entrenado personalmente desde que era un cachorro juguetón.

Lexi lanzó una mirada a los perros.

–No niego que tu nueva camada es ridículamente linda, pero así no podemos planear una boda. Son muy ruidosos.

–Ruidosos. Te sorprenderás de lo mucho que mejorarán en una semana, más o menos.

Ford todavía no elegía el nombre de los cachorros, pero el más inquieto levantó su pierna y orinó en el zapato de tacón alto de Lexi.

A su favor, Lexie no gritó ni regañó al cachorro. Pero arqueó la ceja mirándolo para dejar en claro que el lugar de Ford estaba en la casa del perro.

–Por favor, ¿me puedes servir un hors d’oeuvre para acompañar mi odeur du pipí ? Ah, claro. No tienes de esas cosas.

Decir que Lexi estaba acostumbrada a hacer de anfitriona era quedarse corto. Solía dejarla ser, pero si los cachorros se quedaban mucho tiempo solos destruirían la casa.

–Saqué carne seca y un paquete de cervezas, ¿no?

–Creo que acabamos de elegir el menú de la boda –dijo Addie–. Carne seca y cerveza para todos.

–Oye, oye –Ford le dio una mordida al extremo de carne seca de Addie, y luego ambos dieron mordiscos gigantes.

A juzgar por la expresión de desprecio en la cara de Lexi, los dos terminarían en la casa del perro.

–La próxima reunión la haremos en tu casa –dijo Ford en tono apaciguador.

–Sé que es abrumador, pero estoy aquí para ayudar –Lexi se inclinó sobre la mesa de café y pasó a una página marcada como “Paleta de color”–. Una vez que escojamos cuáles son tus colores y fijemos otros detalles importantes, el resto será muy sencillo.

–Lo único que quiero es que no sea rojo carmesí –atajó Addie–. Sin ofender –añadió porque sabía que ese color había sido uno de los favoritos de Shep en su boda–. Pero trabajo para la universidad de Auburn y sería vergonzoso que en mi boda los entrenadores se pregunten si soy una traidora por usar los colores de la competencia.

–¡Vamos, águilas guerreras! –Ford levantó su cerverza.

Lexi se pellizcó el puente de la nariz.

–Otra vez no. Ya se los expliqué. Me gusta el rojo. Y aunque me doy cuenta de que dije “elige lo que quieras”’, una boda color naranja universidad sería horrible. Dudo que quieras que tus damas de honor se vean como si se hubieran escapado de la cárcel.

–Considerando el tipo que está a mi lado, no sería raro –bromeó Addie.

Pyro levantó la cabeza y ladró, Ford se enderezó de inmediato. Si los cachorros ladraran no se inmutaría, pero Pyro no ladraba a menos que hubiera una razón.

–¿Qué pasa?

Pyro saltó de su cama y ladró de nuevo, su nariz apuntaba a la chimenea.

–McGuire –le dijo Addie, con un tono de regaño en la voz–. ¿No hablamos de que apagarías la radio para estar presente? ¿Y sobre cómo tienes que evitar sobrecargarte de trabajo?

Sus amigos lo habían sermoneado porque nunca se tomaba un descanso y respondía a todas las llamadas, sin importar lo grande o pequeño que fuera el asunto. A veces eran del pueblo de al lado y él aparecía cuando ya todo había terminado. Intentaba recuperar el equilibrio en su vida pero, hasta ahora, había fracasado.

El problema era que no quería nunca más tener que cargar en su consciencia con otro “¿y si…?”.

Cuando Ford escuchó el pitido en su beeper , se puso de pie y tomó su radio de encima de la chimenea. Presionó el botón y escuchó el mensaje. Había humo en la Pastelería Maisy.

–Es un incendio.

Aunque en todo el condado había varios paramédicos, en la ciudad eran pocos los bomberos voluntarios. Fue casi un alivio tener una razón válida para atender la llamada sin tener que dar explicaciones de cómo había pasado la noche. Lexi y Addie asintieron con la cabeza.

El botón de encendido crujió cuando Ford prendió la radio.

–Estoy respondiendo a la situación en la Pastelería Maisy.

–Recibido –repuso el de la base–. La persona que llamó dijo que no hay mucho humo, pero prefiere pecar de precavida. Darius está cerca de la estación y va a llevar el camión, por si acaso.

Las llaves de Ford tintinearon cuando las tomó de la repisa de la chimenea mientras Pyro se ponía a su lado, listo para entrar en acción.

–Me reuniré con él allí.

***

Ahora me doy cuenta de lo que nos faltaba. Por qué nunca pude fijar una fecha de boda. La explicación que Benjamin le dio a Violet después de atraparlo in fraganti la desgarró de lado a lado, pero la jabalina a su corazón expuesto llegó cuando le explicó que con Crystal fue amor a primera vista.

–Y si lo piensas –había dicho, dando la estocada final–, qué bueno que ella y yo nos conociéramos antes de que tú y yo cometiéramos un gran error y nos casáramos.

–Ahora verás cuál fue tu error –dijo Violet al tiempo que los engranajes de metal se clavaban en la almohadilla de su pulgar mientras volvía a encender la llama que se había apagado. Bajó el encendedor hasta las páginas arrugadas de las revistas de novias, pensando en lo catártico que sería ver el fuego consumir todo el montón.

Las sonrientes novias se retorcieron sobre sí mismas cuando los bordes se enroscaron ennegrecidos. Los protectores de hojas de plástico se fundieron con los papeles que Violet había recortado con devoción para añadirlos a su colección.

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