Vivimos en autenticidad, escuchamos, sentimos y vivimos nuestro Ser, y desde ese lugar, aprendimos a ser libres y fieles a nosotras mismas, por ende, decidimos ser libres de todo lo que nos pueda rodear y no esté en eje ni en armonía con nuestros objetivos y sobre todo, con nuestra esencia, nuestra misión y pasión que llevamos como bandera.
Esto es lo que queremos compartirte, porque es lo que vas a descubrir vos en tu propio quiebre.
¡Bienvenida al mundo de las mujeres que encontraron su propio valor! Te doy la bienvenida, porque seguro, con estas historias podrás empatizar y reflexionar, hasta darte cuenta, que también has encontrado tu propio valor, tal vez falte agregarle algo de valentía, de coraje, un poco más de amor propio, una dirección, pero ese valor lo tenes, y te voy a dejar al final, unas reflexiones para acompañarte a descubrirlo, o más que nada, a reconocerlo.
“Me puse el traje de la gorda”
La vida tiene momentos de luces y de sombras. De cosecha y de siembra. De oruga y de mariposa.
Puedo decir que antes del quiebre era una vida sin luz, oscura, apagada, nublada por heridas emocionales sin resolver que no me dejaban ser feliz y vivir en plena abundancia.
Una infancia que tuvo sus gratos momentos como todos y otros de mucho dolor que dejaron cicatrices en mi alma. Un hogar de familia trabajadora, mi padre viajaba mucho por su trabajo casi que no estaba en casa, mi madre ama de casa, haciendo trabajos desde ahí para ayudar a la crianza de mis hermanos y de mí. Los abuelos son los que “malcrían” casi siempre y tuve abuelos mágicos que me dieron lo mejor del mundo a quienes amo con todo mí ser. Afortunadamente una de mis abuelas sigue viva y la puedo disfrutar, mis abuelos en mi corazón eternamente sé que me acompañan desde otro plano.
Hubo episodios y uno particularmente provocó que me ponga el disfraz de “ LA GORDA”, palabra tan fea para rotular a una persona que solo intenta protegerse de un nuevo dolor, de un ataque, de culpa, de ira, de desamparo...
Y si, era la gordita del grupo, discriminada por eso porque no me podía poner la ropa de moda que todas se ponían, el chico que me gustaba no quería estaba conmigo por ser “LA GORDA” o por lo menos es lo que yo creía o suponía en ese momento, era muy común escuchar repetidamente la voz de mis tíos y familia en cada almuerzo familiar de domingo “estás gorda”, “mirá cómo te queda eso”, “no comas tanto”, el ruido de esas palabras hirientes que dejaron mi alma y mi cuerpo mellados; pero nadie hizo naday eso fue lo peor, pero hoy entiendo que hicieron lo que pudieron en relación a su experiencia de vida, no puedo culpar a nadie sino tomar el protagonismo de mi vida y crear una vida diferente.
En un momento de mi adolecer comencé a hacer dietas interminables por ende, un desorden alimenticio que marcó mi cuerpo físico. ¿Qué hice? dejar de comer hidratos y solamente alimentarme de hojas verdes, no sé de dónde había sacado la idea de comer todo verde porque hacía que bajara de peso y así fue, por supuesto, al dejar casi todo el efecto iba a ocurrir de alguna manera, en consecuencia, el desmayo, la actividad física excesiva, verme delgada rápidamente y de nuevo la crítica “estás muy delgada”, “come nena”, “¿y no vas a comer esto?”, “¿Estás enferma?”.... ¿Quién los entendía?, nadie inconformistas, juiciosos...
Críticas, exigencias, presión, mandatos familiares y sociales mucho para una joven que también dejó de ser niña a temprana edad para poder cuidar a sus hermanos menores y ser una mujer con toma de decisiones a los diez años. En vez de jugar a las muñecas, mi bebote era mi hermana menor.
De alguna manera mi inconsciente o mi ego debía llamar la atención y destacarse para ser reconocida y acá viene otro disfraz, me puse el traje de la alumna diez,la abanderada, mejor promedio de su comisión, la que terminaba siempre todo, la elegida para leer en los actos escolares, su casa repleta de compañeros para enseñarles las cosas que no aprendían en clases, y así construyendo una manera de ser reconocida, aceptada, por el maldito número diez, número para evaluar a una persona, es una ridiculez del sistema educativo tradicional, antiguo que estoy totalmente en desacuerdo. Pero lo viví y lo sufrí, sufrí el diez porque cuando me sacaba una nota menor no lograba destacarme de otra manera dado a mis condiciones físicas desequilibradas por las montañas rusas de emociones, por eso el cuerpo siempre ha sido mi talón de Aquiles.
Hoy puedo verlo desde lejos o como si fuese una obra de teatro, como espectadora porque en ese momento no era la protagonista de mi vida sino que siempre había un culpable y creía que no era yo la persona que debía cambiar hasta que el viaje me demostró todo lo contrario, era mi responsabilidad ser la protagonista principal de esta película tan espectacular que es vivir la vida en plenitud, en abundancia.
Mi proceso de transformación surge a través de la comunicación, es por este motivo que el slogan de mi marca personal y el nombre de mi libro se llama “Aprender a comunicar te transforma”. Más adelante vamos a sumergirnos en la profundidad de esta afirmación.
Mi quiebre más espectacular y que comenzó a ser el antes y después de mi vida ocurrió a mis 20 años cuando comencé la carrera de locución, me había ido de mi ciudad de origen, San Pedro, Buenos Aires en búsqueda de una nueva vida y sueños por cumplir.
Era una joven con una coraza que no dejaba que muchas personas se acercaran, esa coraza estaba vestida de sobrepeso, arrogancia, falta de autoestima y mucho dolor.
En el proceso de aprendizaje de la carrera de locución me temblaba la voz–muchos no lo creen por cómo me expreso actualmente– los docentes observan que no había ningún problema de aprendizaje, los propios de un estudiante de una formación como la que había elegido, exigente por cierto, exposición constante y la crítica a la orden del día.
Durante el segundo año seguía el temblor de mi voz y afortunadamente una docente, hoy amiga y colega pudo distinguir que no era la profesión el motivo de mi inseguridad sino que había elegido el lugar correcto para comunicar eso tan profundo que tenía guardado como un secreto que no se podía expresar, un silencio eterno, silencia ensordecedor que hacía ruido Me sugirió la idea de hacer terapia, lo tomé como posibilidad y allí fui a resolver esa herida de mi infancia que marcó para siempre.
En el transcurso del trabajo con la terapeuta le llevé un sueño significativo, sabía que era el paso a seguir, comenzar con la liberación, era el primer paso: se me había prendido un murciélago en la boca Fue en ese momento que la psicóloga preguntó: ¿Qué te provocan los murciélagos?, le respondí: miedo, indaga nuevamente ¿miedo a hablar qué Ale? .
Fui abusada – los detalles no cambian la marca que deja en la vida de una persona, no importa quién, cuándo y cómo importa el suceso y lo que eso conlleva.
El llanto se apoderó por un largo rato y así comenzó mi camino de transformación a través de la comunicación.
Comunicar para sanar, sanar ese dolor desgarrador, sanar para vivir en paz y en abundancia.
Aprender a comunicar te transforma porque sana y salva vidas. Este es mi lema y mi bandera en esta vida.
Las resistencias son parte del proceso de transformación, las montañas rusas de emociones y en el camino de sanación aparece el cansancio porque cada situación era volver a tocar la herida, dolor y más dolor, no había forma que cicatrizara todo tenía que ver con todo.
El enojo por momentos porque siempre parecía volver a esa herida y otra vez lo mismo, parecía inacabable.
El miedo al cambio, la incertidumbre y la ansiedad reinaban.
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