Clara Coria - El sexo oculto del dinero

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Dinero… Sexo… Poder… Subordinación… todos ellos temas desmenuzados con valentía en este texto revelador sobre las formas de la dependencia femenina. Para la mujer de hoy —y de siempre— la independencia económica no es garantía de autonomía. Análisis lúcido del dinero en la perspectiva de las relaciones existentes entre mujeres y hombres en la sociedad occidental en el marco de una cultura patriarcal; relaciones que a veces son de poder y dominio incluso en los intersticios más íntimos de nuestra vida cotidiana. Denuncia de la marcada discriminación sexual respecto a la adquisición, administración y reproducción del dinero.Libro polémico que permite comprender los modos en que se expresan las relaciones de poder entre hombres y mujeres aún en los aspectos más íntimos de la vida cotidiana. El dinero en la pareja, la división del trabajo en la familia, las dificultades en el cobro de los honorarios profesionales, los sentimientos de culpa que provocan ciertas prácticas económicas, la necesidad imperiosa de ser altruistas en el caso de las mujeres, o la trampa cultural que impone a los hombres ganar mucho dinero como demostración de su virilidad; todos ellos temas esenciales que afectan de modo muy diferente a las mujeres y a los hombres. Todo ello se inscribe en el marco de una cultura patriarcal, que impone una marcada discriminación entre hombres y mujeres. Una obra imprescindible para comprender ciertas cuestiones delicadas que afectan profundamente a ambos sexos.

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En efecto, tradicionalmente, dinero y ambición debían ser distintivos masculinos. Con sólo volver la memoria sobre el pasado y encuestar a nuestras amigas recogeremos, sin duda alguna, una enorme cantidad de estas anécdotas. Las generaciones que en estos momentos atraviesan por la mitad de la vida difícilmente han escapado a esta tradición sexual del dinero.

Ciertamente las tradiciones socio-culturales y político-económicas tienen mucho peso. Sin embargo, es necesario reconocer que no alcanzan por sí solas para explicar por qué la vergüenza y la culpa en relación al dinero se perpetúan en mujeres que pertenecen a una sociedad que lo valora. En mujeres que han sido preparadas para ganarlo, en mujeres a quienes se les reclama su participación en el área productiva. Esto no alcanza a ser explicado exclusivamente a nivel de los prejuicios sociales sexistas.

Es necesario incluir otro nivel de análisis, de orden psicológico, para intentar comprender por ejemplo qué inquietudes se ocultan detrás de esa vergüenza. ¿Cuál es el hecho real o imaginario que la provoca?

En los discursos femeninos la vergüenza y la culpa frente al dinero aparecen relacionadas a temores, expectativas y fantasías íntimamente ligadas a la sexualidad. A esa sexualidad exaltada en los medios de comunicación y publicidad, enarbolada como baluarte del éxito, añorada como fuente inagotable de satisfacción y placer, excluida de la imagen y concepto de familia, censurada para el sexo femenino, inhibida por las tradiciones fundamentalmente religiosas y reprimidas por aquellas instituciones y grupos que suponen que el ejercicio de la violencia y de la autoridad despótica es el mejor instrumento pedagógico.

La vergüenza y la culpa frente al dinero, tan frecuente en las mujeres y tan ocasional en los hombres, condensa, encubre y expresa toda una gama de vivencias, pensamientos, deseos, temores y expectativas de orden sexual.

Estas vivencias no son conscientes. Son vivencias asociadas a la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero.

Gusto, placer, excitación y vergüenza surgen en los discursos femeninos entrelazados y conectados. La vergüenza, generalmente ligada a una desnudez culpable. La desnudez, que la cultura occidental judeocristiana colmó con atributos pecaminosos, asociada fundamentalmente al goce sexual.

Podría decirse que para una mujer occidental judeocristiana esta desnudez es hacer ostentación de «deseos satánicos», encarnando con ello la tentación de la carne (nada nuevo desde Eva). Por lo tanto, llega a ser responsable —al igual que Eva— de las tragedias supuestamente desencadenadas por ella, en tanto se trata de una mujer desnuda que con su desnudez excita y provoca. Una desnudez pecaminosa que se transforma en fatídica cuando se hace ostensible, es decir cuando se ve y se muestra. Por lo tanto, se espera y exige que una mujer cuide a los otros y se defienda de ella misma de una ostentación que condensaría tanto los deseos exhibicionistas como la posibilidad de una acción «pecaminosa» y «fatídica».

Asimismo, y por los efectos de la doble moral que impera en nuestra cultura, el exhibicionismo sexual es fomentado en las mujeres.

Resulta entonces la enorme paradoja de que las mujeres aspiran a una actitud exhibicionista que atraiga el deseo de los hombres al mismo tiempo que viven con culpa todo posible placer conectado con la sexualidad.

En nuestra cultura, la ambición económica así como la audacia y la intrepidez han sido características asociadas a la potencia sexual y atribuidas a la identidad sexual masculina. El consenso popular llama «masculina» a una mujer ambiciosa y «triunfador» a un hombre ambicioso.

Por extensión, la ambición económica pasaría a ser una expresión de la sexualidad y una evidencia de su potencia. Potencia que adquiere distinta valoración social según sea expresada por un hombre o por una mujer. Un hombre sexualmente desbordante es visto como reafirmando su «virilidad», mientras que una mujer con la misma cualidad es considerada como enferma psíquica o prostituta. Como dicen los taxistas de mi país: «Los hombres necesitan de eso más que las mujeres, es su naturaleza… Si las mujeres lo hacen es por otra cosa».

Es casi redundante recordar que el placer sexual aparece cargado de tabúes y castigos. Además, como ya hemos visto, con discriminaciones. En relación con las mujeres adquiere un tinte pecaminoso, su exhibición es vergonzante y su exageración es considerada índice de enfermedad mental o social (loca o prostituta). En relación a los hombres se convierte casi en una exigencia compulsiva. Su exhibición es indicio de una identidad sólidamente constituida y definida (es bien macho) y su exageración es la expresión de su potencia. En este contexto el éxito económico —producto de la ambición— adquiere distintos significados según de qué sexo se trate. Así, en el caso masculino, se piensa en un «hombre realizado» y, en el caso de la mujer, «que consiguió compensar un fracaso en su realización femenina». Por ello no resulta tan contradictorio que una mujer tienda a ocultar su placer por ganar dinero, su ambición económica y en algunos casos sus éxitos financieros y que presente comportamientos de inhibición, contradictorios o conflictivos en relación al dinero.

Podríamos decir; sintetizando, que el gusto por el dinero es vivido inconscientemente (por las mujeres «excitables») como un goce sexual pecaminoso, indigno de una «mujer de bien». Y, consecuentemente, la ambición económica resultaría la ostentación exhibicionista de dicho goce.

Debemos pensar muy seriamente que estas vivencias supuestamente pecaminosas, asociadas con la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero, son uno de los mayores obstáculos internos con que tropiezan las mujeres (así condicionadas) para acceder a prácticas más libres y autónomas en relación al mismo.

A partir de esta relación, podría pensarse que aquellas mujeres que están «liberadas» sexualmente también lo estarían en relación al dinero. Esto sería una conclusión simplista. No debemos olvidar que uno de los atributos constitutivos del dinero es que sea, fundamentalmente, un instrumento de poder. Con lo cual no sólo es necesario dilucidar las implicancias sexuales en las prácticas del dinero, sino también dilucidar el impacto que el poder genera en las mujeres: cómo lo viven, cuál es el poder al que acceden, cuál es el que pretenden, qué poderes reales ejercen, cuáles imaginan detectar, cómo se distribuyen los distintos poderes entre los hombres y las mujeres, cómo vivencian las mujeres el poder en el ámbito público, cuáles creen que son sus alcances, etc. Con lo cual sería imprescindible investigar que les pasa a las mujeres con el ejercicio del poder. Esto nos llevaría a un complejo y exhaustivo análisis acerca de cómo se distribuyen el poder los hombres y las mujeres, de qué poderes se valen unos y otras, cuánto hay de realidad en esos poderes y cuánto de ilusión. Finalmente, qué equivalencias se establecen entre el poder económico y el poder de los afectos, etc., etc., etc. 20

Es posible también encontrar toda una serie de comportamientos y creencias derivadas de este «complejo ideacional». El pudor frente al dinero sería uno de estos comportamientos asociados y derivados de las fantasías de prostitución en relación al dinero: por pudor muchas mujeres «no hablan de dinero» o se sienten incómodas cuando deben hacerlo. Hablar de dinero «impúdicamente» (sin pudor) sería como evocar una sexualidad prohibida y hacer ostentación de ella. Tal vez la creencia encubierta es que un comportamiento pudoroso evita el contacto con lo prohibido y al mismo tiempo evita —ella misma— convertirse en fuente de tentación, al igual que una vestimenta pudorosa y austera que «pone a resguardo de las excitaciones» —propias y ajenas— evitaría la tentación y suprimiría el deseo sexual.

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