Oscar Muñoz Gomá - Cuando se cerraron las Alamedas

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Cuando se cerraron las Alamedas: краткое содержание, описание и аннотация

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El día del golpe militar se reúnen cinco personajes en una casa del barrio alto de Santiago, todos ellos con sus cargas personales de sentimientos, dolores, temores e ideologías. Los diálogos se entrecruzan con las amenazas y riesgos que sufren, pero también emergen atisbos de una atracción amorosa oculta y de lenta maduración.
Es el inicio de una trama que se desarrollará a lo largo del tiempo y que llevará a sus personajes principales a distintas latitudes y ambientes sociales, desde la prisión en una remota isla del sur, al exilio europeo, al mundo académico y político y el regreso a Chile en tiempos de democracia. Es el tiempo también de saldar algunas cuentas pendientes provocadas por un asesinato político que marcó a una familia. Se retrata la sociedad de la época, sus conflictos ideológicos, el mundo interior de los individuos y sus procesos psicológicos ante la emergencia que los atrapa y los sorprende.
La novela es de fácil lectura, ágil y dinamizada por la abundancia de diálogos. Hay suspenso, tensión y giros inesperados en la trama.

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− ¡Por favor, ten prudencia!−, le rogó−. Y no dejes de llamarme.

Ella lo miró subirse al automóvil y permaneció inmóvil por varios segundos después de que el vehículo desapareciera de su vista. Terminó su café, levantó la mesa, ordenó la cocina, hizo su lista de compras y se preparó para llevarle el desayuno a su hijo. Ya eran más de las ocho y media de la mañana. El llamado se produjo poco después, pero fue el timbre de la puerta. Había dos hombres bien vestidos, aunque relativamente informales, en la entrada. Uno de ellos era Juan Pablo Solar, antiguo amigo de la pareja. El otro, de edad madura, calvo. Reconoció al de mayor edad y su sangre se heló. El ministro en persona. No atinó a pronunciar palabra.

− Margot−, le dijo el ministro, que la conocía desde años atrás−. Tenemos que conversar.

Con gestos los hizo pasar y sentarse. Margot tenía la garganta atorada.

− Lamento mucho traerte malas noticias−, le dijo con gravedad. Sus ojos estaban húmedos−. Ha habido un accidente.

− ¿Qué pasó?−, pudo balbucear apenas−. Por favor, dígamelo rápido. ¿Le ocurrió algo a Rodrigo?

El ministro asintió levemente con un movimiento de cabeza.

− Fue atacado durante el acto de requisición. Alguien le disparó desde otro edificio. Rodrigo murió a los pocos minutos en el mismo lugar. Fue imposible hacer nada−. Su voz era grave, pero cálida.

Margot quedó con la mirada perdida, la boca seca, amarga, sin pronunciar palabra. Sebastián, que andaba cerca y escuchó las voces de adultos, se acercó a su madre. Ella lo apretó en sus brazos y lloró en silencio, conteniendo apenas los temblores de su cuerpo. Juan Pablo se levantó de su asiento y se acercó para abrazarla. El ministro buscó la cocina y le llevó un vaso de agua.

− ¿Cómo pudo ser?−, los increpó con rabia, su cara congestionada, los ojos rojos de llanto−. Se suponía que lo protegerían. No lo puedo creer. ¡Díganme qué pasó! −, miró ahora al ministro con expresión de rabia.

− Cuando el equipo del ministerio iba a entrar a las oficinas, se enfrentó a un grupo de manifestantes en la calle. No eran muchos, serían unos quince o veinte, según me informaron. Gritaban y vociferaban en contra de la expropiación. Sin duda estaban preparados para oponer resistencia. Rodrigo iba al frente del equipo, con carabineros que lo flanqueaban. Der pronto se sintieron dos disparos y Rodrigo se desplomó. Fue instantáneo. El tiro le dio directo en la cabeza. No hubo tiempo ni de llamar una ambulancia. Aparentemente fue un francotirador que disparó desde algún edificio del frente. Lo siento mucho, Margot, no sabes cuánto lo siento.

Margot guardó un largo silencio, mientras seguía sollozando, abrazada a su hijo. Juan Pablo, sentado a su lado, los mantuvo rodeados con su abrazo. El ministro observaba de pie. Permanecieron todos en silencio, interrumpido solo por los gemidos de la madre y su hijo.

− Dime si puedo hacer algo ahora-le ofreció Juan Pablo. Sus ojos estaban brillantes.

− No sé, no puedo pensar mucho. Pero, por favor, llama a mis padres y pídeles que vengan. Solo diles que Rodrigo tuvo un accidente y que se vengan a mi casa. El teléfono de mi madre está en esa libreta, por mamá.

Mientras Juan Pablo hablaba, Margot se quedó echada sobre el sofá, sin soltar a su hijo, cerró los ojos y lloró con desolación, con amargura. El ministro permaneció a su lado, abrazándola en silencio. Llevaban ocho años de casados y tenían a Sebastián, de cuatro. Estudiaron ingeniería juntos en la universidad, en distintas especialidades. Rodrigo se fue por el lado industrial, mientras Margot, de espíritu más científico, optó por la ingeniería química. Ella trabajaba ahora en la empresa farmacéutica de su padre, en el laboratorio. Rodrigo, en cambio, después de un tiempo de asesorar a empresas industriales, se dedicó a la política, siguiendo una vocación desde sus tiempos de estudiante. Tenían casi la misma edad, recién cumplidos los treinta años. Margot era una belleza, siempre muy demandada en la universidad. Tenía un rostro muy blanco, alargado, pelo negro, crespo, ojos verdes, grandes.

Rodrigo, muy alto, tenía pelo color castaño, liso, de huesos pronunciados en la cara. Ambos se destacaron por sus dotes académicas, por la simpatía que derrochaban con sus amigos y conocidos. Se diferenciaban en sus preferencias políticas. Rodrigo, vehemente, apasionado, asertivo, convencido de los cambios sociales y económicos que había que hacer en el país, mientras que Margot, sin ser conservadora, lo entendía, pero pensaba que sus ideas eran excesivamente radicales y conflictivas. A Rodrigo se le había encomendado la misión de encabezar la expropiación de una empresa importadora, supuestamente muy importante y hacerse cargo de su gerencia mientras durara el proceso legal. El sintió la excitación del desafío y lo asumió con entusiasmo. No pensó en riesgos personales. Margot nunca entendió mucho por qué esa empresa era tan importante para el gobierno, una importadora de maquinaria agrícola.

Margot no podía creer que Rodrigo no estaría más. Recordó que hacía tan solo poco más de una hora se habían despedido. Él le entregó unos poderes y unos seguros, entre ellos un seguro de vida. Ella se extrañó y sospechó que Rodrigo intuyó que algo le podría pasar, pero nunca esto. Había violencia y odio en el país, los bandos eran irreconciliables. Antes de iniciarse el gobierno un comando de ultra derecha había asesinado al comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider. Ahora la violencia destrozaba su hogar, a manos de un asesino. Ella era pacífica por naturaleza, siempre evitó el conflicto, pero sintió un ardor en su sangre. Ese asesino no había actuado solo. Fue algo siniestro lo que acabó con la vida de su esposo.

No supo cuando se quedó dormida, en medio de esos recuerdos tan dolorosos que la acompañarían por el resto de su vida.

6

Con las primeras claridades del alba, Margot se despertó. Eran poco más de las siete de la mañana. Aunque pudo dormir vestida en su cama, lo hizo intranquila, despertando con frecuencia. Y sus remembranzas del asesinato de su esposo le impidieron alcanzar el sueño profundo. También le volvían a su mente los acontecimientos del día anterior y de la noche. Recordó de inmediato que tenía la casa llena de gente. Y estaban Juan Pablo y su hermano, Benjamín, quienes más le importaban. Se quedó tendida, despierta, al no sentir ningún ruido. Esperó otra media hora hasta despertarse bien y se levantó. Fue al dormitorio de los niños. Gloria dormía vestida, plácidamente, en la cama de Sebastián y este en el suelo, sobre cojines y mantas, junto a los niños de Gloria. A su hijo le había gustado la idea de dormir en el suelo para dejarle su cama a Gloria. Era toda una nueva experiencia, aunque más tarde reclamaría que el suelo era muy duro. Gloria abrió los ojos cuando oyó entrar a Margot. Se saludaron en silencio, con una sonrisa. Era morena, bajita, de cara redonda y ojos grandes, oscuros y muy vivos. Se incorporó como para levantarse, pero Margot le hizo un gesto de no hablar, para no despertar a los niños, y que se quedara tranquila.

Margot decidió ducharse y vestirse para ir a preparar un desayuno general, antes que los demás se incorporaran. Prefería estar sola en la cocina y disponer los alimentos a su ritmo. El día por delante era toda una incertidumbre y necesitaba tiempo para pensar y buscar soluciones. Recordó a su padre cuando, de chica y ante las dificultades que a veces enfrentaba ella, le decía “piensa antes de actuar”.

− Papá, ¿y cómo se hace eso? −, le preguntó con ingenuidad, en más de una ocasión.

− Margo, primero tienes que entender bien cuál es el problema. Después tienes que decidir qué vas a hacer. Eso se llamaba solución.

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