E L CREPITAR DE LA MEMORIACuentos y otras narrativas
Alba Vera Figueroa
Mi agradecimiento para María Rosa Lojo, Jorge Boccanera,Jorge Lafforgue, Horacio Castillo y Antonio Aliberti. En tanto jurado del concurso —Iniciación en Narrativa Imaginación en prosa de la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina, bienio 1996-1998—, distinguieron este libro, entonces bajo el título Aquí, en la tierra , con el primer premio.
En aquella apertura a la combinatoria de géneros narrativos se debió la presentación de esta obra a concurso. Fiel a su origen, hoy decido mantener su diversidad de géneros narrativos y su tono emotivo predominante.
Recupero aquella emoción primera y dedico estas páginas, enlazadas a la memoria histórica y personal, a quienes vislumbraron los comienzos de mi camino literario.
ALBA VERA FIGUEROA * * Portar también el apellido materno es recuperar las heredades femeninas en la inscripción del nombre.
* ALBA VERA FIGUEROA * * Portar también el apellido materno es recuperar las heredades femeninas en la inscripción del nombre. * Portar también el apellido materno es recuperar las heredades femeninas en la inscripción del nombre.
Portar también el apellido materno es recuperar las heredades femeninas en la inscripción del nombre.
Parte I Cuentos para la memoria
Una mujer se pasea de recinto en recinto. Sobre los vestigios, sobre los restos de lo que hace centurias fueron. Y con la autoridad de quien reconoce el lugar atraviesa las entradas sin puertas y acerca a los restos de los muros la mirada. A veces, al mudar de recinto, arrastra de sus correas una mochila que descansa en medio de uno de los espacios. También manipula medidores, lupas, frágiles cajitas o anotadores que consulta con esmero; con su brazo libre sostiene los enseres que ha estado utilizando o los deja sobre las piedras. Su piel es clara, por lo que alcanzo a ver de sus brazos descubiertos que brillan bajo los rayos del sol suave de la tarde; sus cabellos color canela están algo enmarañados, pero caen con gracia. Por momentos se quita la gorra azul con visera o la gira de atrás hacia adelante en un gesto impaciente y juvenil. La chica continúa su observación, que ahora se ha hecho más lenta y precisa. A veces apunta algunos datos.
Acostumbrado a observar el comportamiento de las aves con el largavista de mi padre, me pregunto qué clase de ave sería esta mujer, casi dorada por el sol y con esa cabellera abundante, ondeada y de color marrón rojizo que le cae sobre los hombros. Me sorprendo a mí mismo cuando se me representa la magnífica aguilucha colorada concentrada sobre su presa. Ambas transmiten fuerza y decisión, al mismo tiempo que dirigen obstinadas la mirada hacia un punto definido. Con la lupa, esta mujer intenta reemplazar la vista única del águila.
Hoy grabo este audio desde un refugio cercano a las Ruinas de Quilmes, a dos mil quinientos metros de altura, en la provincia de Tucumán. Ayer, apenas llegué a Amaicha del Valle, me detuve ante los puestos de tejedores del lugar porque me emociona ver sus tapices y sus randas. Cada año que vengo trato de comprarles algo, por pequeño que sea. Pero ayer otra mujer, cruzado su pecho con una túnica liviana tejida en tonos rojizos y de dulce rostro aindiado, me entregó esta breve información. La grabaré para luego transcribirla:
Ruinas de Quilmes . Refugio final. El pueblo quilme o kilme, constituido por ganaderos, agricultores, alfareros y artesanos, participó de la resistencia contra la invasión española, en lo que se llamó las guerras calchaquíes , que duraron ciento treinta años. Al final, en 1665, sitiado y hambreado en su pucará por las fuerzas invasoras, el cacique Iquino se rindió ante el español Alonso de Mercado y Villacorta (gobernador de la región del Tucumán y en otros períodos también de Buenos Aires), bajo la única condición de que se les perdonara la vida. Alrededor de dos mil quilmes fueron condenados al ostracismo: se les aplicó la ley del extrañamiento , que consistía en el desarraigo de pueblos enteros. Se los envió hacia Buenos Aires, en una caminata en la que murieron de hambre, sed y fatiga la mayoría de ellos. Alcanzaron la costa del Río de la Plata alrededor de setenta sobrevivientes. En ese lugar los españoles crearon una reducción de indios bajo el nombre de Quilmes. Con los años, adoptó el nombre de Santa Cruz de los Quilmes, en homenaje al resistente pueblo. Hoy se la conoce como la ciudad de Quilmes.
Sobre esta historia trágica ya había oído, aunque no se haya divulgado mucho. Año 1665. Coincide con el relato de mi madre acerca del origen del tejido de randas . Supongo que este relato “permitido” reemplazó el relato del extrañamiento de los quilmes y la consecuente apropiación de sus territorios. Mi madre solía decir que las mujeres castellanas se lo enseñaron a las mujeres y niñas originarias en las casas o conventos adonde fueron destinadas y bautizadas. Desde entonces las tejedoras se llaman a sí mismas randeras. Hasta el día de hoy este tejido sigue practicándose entre las mujeres de los pueblos. Todas coinciden en que atender las líneas y florecillas de sus diseños sirve para olvidar. Las randas no contienen simbología de los pueblos calchaquíes. Ella, mi madre, pertenecía al grupo de las randeras .
Vengo en motocicleta, desde la provincia de Catamarca, recorriendo algunos pueblos de los valles de la zona calchaquí, y me detengo al menos un día en cada uno de ellos. Es mi homenaje a la memoria de mi padre en estos parajes tan bellos donde lo siento más cerca. Él solía traerme en su camioneta. Tengo sus binoculares, su linterna, su brújula y su carpa. También su chaleco de múltiples bolsillos y presillas “para tener las manos libres”, recalcaba. Pero he cambiado su mochila antigua por una más liviana y cada año agregaré alguna mejora a mi equipo para viajes. Hoy hace buen tiempo, todo se ve tranquilo. La primavera ha comenzado y ya se han desperezado las ramas, las flores silvestres, los pastizales. Las bandadas de pájaros atraviesan el espacio desde una cumbre a la otra como si nadaran sobre un plano líquido, creando una línea perfecta. Aunque no los escucho, imagino graznidos diferentes como la afinación simultánea de instrumentos musicales.
Y, como un sonido de fondo, desde lejos se escuchan los golpes rítmicos sobre una madera que, arrastrados por el eco, se mezclan con el viento, con su silbido.
Con mi largavista, desde mi puesto de breve elevación cercana, vi llegar a la mujer joven con mochila, la vi entrar a la zona protegida de las ruinas, aunque debe saber que hay otro espacio menos extenso, medianamente reconstruido y preparado para visitantes. Ahora veo de nuevo a la chica. Sigue entre las delimitaciones de piedras y lajas de escasa altura, las pircas, o lo que queda de aquellas. Él también me lo dijo aquella vez cuando escuchamos a los lugareños hablar entre ellos: “La palabra pirca es de origen quichua, el lenguaje que los incas impusieran a los calchaquíes al invadir y comerciar con sus pueblos. Del cacan, la lengua propia de la nación diaguita, solo se conservan algunas palabras”. Enfoco a su alrededor y no veo guardias, es que solamente vigilan en temporada alta de turistas. Así que nadie puede impedirle a ella las pisadas sobre la zona de probables restos arqueológicos que yo supongo protegidos. Aunque tal vez estoy prejuzgándola y se trate de una especialista con permiso de acceso.
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