Durante la I Guerra mundial (de la que se libró por problemas de miopía) se reveló, al estilo de D´Anunzzio, como un defensor del espíritu guerrero italiano. Así lo dejó reflejado en sus artículos publicados en Il popolo d’ ltalia.
En 1918 escribe L´uomo Carducci: una semblanza sobre Giosuè Carducci (1835-1907), que había recibido el Nobel de Literatura doce años antes (en 1906) y que, como ya hiciera antes en Francia Charles Baudelaire (1821-1867) en Las flores del mal, había compuesto un canto al diablo (Himno a Satanás). A Papini también le obsesionaría la figura del diablo y, andando el tiempo, escribiría un libro sobre el Padre del Mal, que le acarreó alguna que otra preocupación. Pero a Papini lo que más le gustaba de Carducci era su amor por la naturaleza, su culto a la razón y sobre todo su entusiasmo por Italia.
En estos años (1918-1919) Papini dio un giro espiritual, cambió de postura religiosa, se volvió hacia el catolicismo, y, después de su clamorosa conversión, escribió la Storia di Cristo (1921), un libro en el que se revuelve contra el materialismo de su época. Fue un éxito de lectura en el mundo entero[16].
A su Historia de Cristo siguieron el Dizionario dell’ uomo selvatico (1923), en colaboración con Domenico Giuliotti, y los versos de Pane e vino (1926), la biografía del también converso S. Agustín (Sant´Agostino, 1929), el curioso relato de Gog (1931) y Dante vivo (1933).
Dante vivo tiene una curiosa historia: obtuvo el premio Florencia, gracias a la benevolencia de Mussolini. Fue el Duce quien le cedió el puesto y el reconocimiento a Papini, puesto que el premio se lo había llevado el propio Mussolini con una Vita di Arnaldo.
A partir de 1935 Papini se escoró hacia la derecha fascista. Son aquellos los años en que toma posesión de la cátedra de literatura italiana en la Universidad de Bolonia: cátedra que habían ocupado anteriormente Carducci y Pascoli. Así es como nuestro personaje llegó a ser académico de Italia (1937). De su compromiso con la cultura surgirá el Instituto de estudios sobre el Renacimiento.
Cuando los comunistas asesinaron a Giovanni Gentile (1944), Papini escribió en su Diario:
«La noticia me ha afectado profundamente. Le había conocido mejor y pude apreciar su espíritu de trabajo, bondad de alma y pasión sincera por las cosas del espíritu y de Italia. Estaba contento de que fuera Gentile presidente de la Academia (...) En política había tomado partido de forma decisiva y clara por el fascismo»[17].
Durante la II Guerra mundial se mostró partidario de la intervención italiana y de mantener siempre su esfuerzo junto a Alemania. Escribió en 1943: «Soy el único escritor italiano que más de una vez se ha pronunciado claramente a favor de la guerra».
Recibió, en 1942, la visita del subsecretario de Educación Nacional. Coincidió con él en su visión política. Las derrotas militares italianas no le permitían concentrarse en su tarea literaria. Se enfadaba contra Mussolini, porque no era capaz de defender Roma ante el avance aliado.
Tras la derrota militar, Papini fue castigado: «Verdaderamente me considero reo. Se reanudan los ataques contra mí. Reo de no haber hecho como tantos el «doble juego «, reo de no creer en los «magníficos destinos» y progresistas promesas de la democracia y del comunismo» (Diario).
Papini fue expulsado del Sindicato de periodistas. Un diario comunista proponía que sólo se le dejara vivir si no volvía a escribir más. Su casa fue hipotecada, para responder, así, de sus «responsabilidades políticas». Su respuesta a la persecución sería el desprecio por el mundo materialista que –según él– se avecinaba y su reafirmación ideológica.
Aquejado de una extraña parálisis progresiva, continuó su labor literaria. Fue su nieta, Anna Paszkowski, la que heredó y publicó, después de la muerte del abuelo, algunas de las mejores páginas de toda la vastísima producción de Papini. Ciego e impedido, dictaba a su nieta, Anna, artículos y escritos múltiples. Sus schegge (fragmentos literarios) fueron apareciendo en el Corriere della Sera, y, después, se recogieron en La spia del mondo (1955) y en La felicità dell’ infelice (1956). Más tarde otros fragmentos de sus schegge se publicarían, como escritos póstumos, en el volumen Le schegge (1971).
Il giudizio universale apareció en 1957 y La seconda nascita, importante obra para adentrarnos en su evolución cristiana, vio la luz en 1958. Aún aparecería más tarde, en 1962, su Diario. Y, finalmente, su Rapporto sugli uomini saldría en 1977[18].
3. Antes de su conversión
Dijimos ya que en su juventud se entusiasmó con Nietzsche y se alineó con los nacionalistas más exaltados. Papini era un entusiasta de la gran patria y cultura italianas. Pertenecía a la generación del prefascismo. No le convencían los «valores modernos», a los que criticaba sin piedad. Ironizaba contra la pintura abstracta o la cubista. No le gustaba Picasso.
En 1912, con poco más de treinta años, escribió un libro autobiográfico muy sincero, Un uomo finito (Un hombre acabado), en el que expresaba bien su pensamiento. Un libro que en cuarenta años tuvo más de veinte ediciones (fue una especie de Biblia para muchos jóvenes). Se trataba de un libro clave para entender el cambio intelectual y, en general, la transformación que se efectuó en toda su persona, sobre todo a partir de esta obra. Para no pocos, su obra maestra[19].
El propio Papini decía de sí mismo en Un hombre acabado: «Nací con la enfermedad de la grandeza». Mi vida ha sido «una breve historia de tentativas pueriles». Este ha sido «el secreto de mi vida». Y en otro pasaje comentaba: «No acepto la realidad. No hay palabras que expresen mi disgusto con el mundo físico, humano, racional que me suprime y que no me deja espacio ni aire suficientes para mis alas inquietas».
¿Qué ocurrió realmente en la vida de Papini por entonces?
Son, hoy, muchos los que están de acuerdo en considerar Un uomo finito como un momento fuerte en el devenir de aquel insatisfecho y apasionado buscador. Había llegado la hora de revisar posturas, creencias y hasta el propio tren de su existencia. Hay un antes y un después de esta especie de revisión de vida que es Un uomo finito. Dice Papini: «Aquí dentro hay un hombre dispuesto a vender cara su piel y que quiere terminar lo más tarde que sea posible».
Así, pues, no se trataba de un momento bajo, en el que Papini se considerara «brucciato» (quemado), sino que pensaba que había sonado la hora de emprender una vida nueva. La fe en el Dios de Jesucristo le iba a servir de guía. Lo que no quería decir que, en adelante, quedara vacunado o inmunizado contra errores ideológicos, alianzas políticas o cualquier tipo de exceso. Sólo quería decir que Un uomo finito surgía de una honda insatisfacción, de un dolor por sus pecados literarios e ideológicos, y probablemente también de un propósito de la enmienda. Este momento de su vida todavía no señalaba la hora de su conversión católica; pero podemos decir que era una preparación remota.
Un uomo finito se divide en seis partes. Cada una de ellas, como en una composición musical, parece corresponder a un estado de ánimo distinto, según las épocas que el autor nos narra: andante, appassionato, tempestoso, solenne, lentissimo, allegretto. Ya dije más arriba que por entonces Papini andaba aquejado por una enfermedad de altura: la enfermedad de la grandeza.
Señalaba, a este propósito, nuestro autor que creía ser el único espíritu sin prejuicios y sin anteojos, sin falsedad ni necedades en la cabeza; el único capaz de deshacer engaños y de arrojar lejos a los usurpadores, de desnudar toda cosa, toda idea de los velos de la rutina y del convencionalismo, de liberar la humanidad de todas las oprobiosas servidumbres mentales que la empastan.
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