Por otra parte, determinadas facetas de la personalidad de Papini concuerdan con perfiles del hombre de nuestros días. El lector inteligente deberá hacer la conveniente transposición de lo que va de ayer a hoy. La época que le tocó vivir no es la nuestra. Nada tiene de extraño que choquen con nuestra mentalidad las ideas políticas que él sostuvo. Y quizá moleste a no pocos su fogoso y encendido lenguaje, en ocasiones un tanto apocalíptico; pero de lo que no cabe duda es de su sinceridad y puntería a la hora de señalar los problemas que atenazan a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Fue ateo primero y, después, católico. Nos interesa, sobre todo aquí, destacar su fe en Jesucristo. Crítico con la jerarquía de la Iglesia, sin embargo nunca abandonó a la familia de Jesús. Fogoso, declamatorio, fiel a sí mismo, auténtico siempre. E, insisto, polémico, muy polémico. De expresión cortante, seca, a veces poco matizada. Casi siempre, brillante.
El estilo literario de Papini recuerda bastante al de Nietzsche (1844-1900), quien en su desgarrado modo de decir influyó no poco en él. En este estilo muy suyo, apasionado y vibrante, radica su grandeza y también su debilidad. Escribe con mucha sinceridad[11]. Pero puede resultar enojoso para quien no comparta sus ideas. Precisamente, por su aparente dogmatismo ideológico. Decía de él Jorge Luis Borges que, en la polémica, Papini solía ser «sonoro y enfático”[12].
El inconformismo de Papini, su búsqueda religiosa, su fuerte personalidad, resultan fascinantes y, desde luego, son un referente importante para esta época nuestra de pensamiento único y de pereza religiosa. Papini no habría soportado la superficialidad actualmente reinante. Hay mucho miedo, hoy, a manifestarse en contra de lo considerado como políticamente correcto. A Papini las modas le importaban muy poco. Le interesaba, ante todo, ser fiel a su propia conciencia.
De ahí que se convirtiera en un auténtico demoledor de lugares comunes, de tópicos y mezquindades. Así que estamos ante alguien complejo, a veces contradictorio, pero muchas veces genial. No es fácil mantener una postura desapasionada ante Giovanni Papini. Como pocos, encarnó las luces y las sombras de su tiempo.
2. Momento histórico y cultural en el que vive
Giovanni Papini nació en Florencia, la ciudad del Renacimiento italiano, el 9 de enero de 1881. Por tanto inaugura el siglo XX, cuando tan sólo tenía veintiún años. Aunque hay que decir que para entonces ya había recorrido un importante camino literario. Fue precoz y fecundo. Si se repasa su bibliografía, uno se queda pasmado porque hay años en que escribe hasta cuatro y más libros.
Luigi, su padre –un ex-garibaldino que había combatido en Aspromonte y en el Volturno–, pequeño comerciante de muebles, ateo beligerante, quiso que su hijo se educara al margen de toda religión. Sin embargo, su madre, Erminia Cardini, bautizó medio en secreto a su hijo. Había que ocultárselo a su marido.
Siendo niño, se mostró retraído y huidizo. De 1885 a 1889 frecuentó los Institutos privados Baldassini, Scatena y La Speranza. En 1890 asistió a la escuela elemental, pública, de Vía dei Magazzini, la escuela técnica de S. Carlo, la Escuela Normal de la Vía Sangallo (siempre en Florencia). De este último centro salió con el diploma de maestro. Tenía dieciocho años.
De joven, pálido y pensativo, parecía agotado y enfermo. Asiduo de bibliotecas, polifacético, autodidacto e instintivamente contrario al mundo que representaba su padre. Siempre, dispuesto a la polémica.
En 1896 apareció una de sus primeras publicaciones: el relato, titulado Il leone e il bimbo (El león y el niño). Fue en una revistilla para muchachos: L’amico dello scolaro.
Dos años después, en 1898, fue teniendo sus primeros contactos literarios con personajes de la época: Giuseppe Prezzolini, Ercole Luigi Morselli y Alfredo Mori. Con ellos hizo un equipo cultural de amigos.
En 1900 enseñaba ya lengua italiana en el Instituto inglés de Florencia, y frecuentaba como oyente los cursos del Instituto de Estudios Superiores. En 1902, cuando había sido nombrado bibliotecario del Museo de Antropología de Florencia, murió su padre en Turín, adonde se había desplazado por razones laborales. Una de sus primeras publicaciones apareció precisamente este mismo año, y se tituló La teoría psicológica de la precisión. Se trataba de un escrito que respondía al positivismo, introducido en Italia por Cattaneo, Ferrari y Morselli.
De su amistad con Prezzolini y de su liberalismo radical surgió la revista Il Leonardo (1903-1907). Fue una publicación que pronto adquirió prestigio. El propósito estaba claro: pretendían combatir el academicismo e inmovilismo de la cultura oficial. A la vez colaboraba en la revista Il Regno, dirigida por Enrico Corradini. Pero debemos citar, como dato que lo retrata bien, una revista fundada por él (no llegó a editarse) y que llevaba el significativo título de Iconoclasta.
En 1904, lo encontramos participando en el Congreso Internacional de Filosofía, junto a Vailati y Calderoni.
En 1906 publicó con Giuseppe Prezzolini La cultura italiana. Papini fue siempre un adelantado de la cultura, un hombre de fuerte temperamento intelectual, que se entusiasmó, siendo muy joven, con la lectura, escritura y crítica literaria. Este mismo año viajó a París, donde se unió a su amigo, el pintor Ardengo Soffici. Nos los imaginamos a ambos, un tanto bohemios, en Montmartre.
En septiembre de 1907 se casó (tenía 26 años) con Giacinta Grovagnoli, una campesina de Bulciano (Toscana). Se casó por la iglesia, a pesar de su ateísmo. Allí, en Bulciano (en la alta Valtiberina), rodeado de montañas y prados verdes, pasaba sus vacaciones. Y allí se retiraba, cuando los fracasos, la persecución política o la miseria económica lo asediaban: «¡Cómo amo esta tierra! Amo el claro rostro de septiembre y sus frutos oscuros, pámpanos de vino, olivas de aceite y las castañas que se defienden solas (...), como las mujeres honradas, como los pueblos libres»[13].
Después de haber residido algún tiempo en Milán con su mujer y con su amigo, Ardengo Soffici, volvió, en 1908, a la Toscana, a Bulciano, donde le nacería su primera hija, Viola. Gioconda, su segunda hija, nació dos años más tarde, en 1910.
Giovanni Papini vivió las dos guerras mundiales, el tiempo que las precede y el que las sigue. Este no es un detalle menos importante para conocer su trayectoria espiritual. Después de las guerras siempre se inaugura un tiempo nuevo en el que hay lugar para desengaños, en unos casos, e ilusiones en otros.
En 1908 fundó La Voce; en 1911, con Giovanni Amendola, L’Anima, y en 1913, dejó La Voce e inauguró, con su amigo periodista, Sofici, Lacerba (1913-1915), una nueva revista, que llegó a ser el órgano del futurismo italiano. «Papini animaba a los futuristas, se metía con los futuristas, se declaraba futurista y proclamaba la muerte del futurismo»[14]. Por entonces sacó a la luz, también, Cento pagine di poesia (1915), un libro de prosa lírica, y Stroncature (1916), páginas de crítica literaria. Todavía con Sofici, en 1919, dio a luz La Vraie Italie.
Sus dos primeros libros, un tanto panfletarios, los calificó de «narraciones metafísicas» y los tituló Il tragico quotidiano (1906) e Il pilota cieco (1907). Para el crítico español Juan Bonilla, antes citado, estas narraciones son el exponente de que, en la Europa de la época, muy pocos podían comparársele en categoría y personalidad. «No es de extrañar que el Papini cuentista arrobara al joven Borges...»[15].
En 1912 apareció Un uomo finito (Un hombre acabado), íntima confesión intelectual con propósito de la enmienda, a la que, por su importancia, me referiré más abajo. Y de este mismo período abundante datan los relatos recogidos con los títulos Parole e sangue (1912) y la L’altra metà (1912).
Читать дальше