— ¿Qué buena historia? tiene que darme detalles, si me permite, esta última parte de la roca brillante azul, ¿se la contó a alguien más del poblado o en Barquesi? —indagó preocupado.
—Negativo Señor Moxela, porque el sargento me conminó, delante de todos los Amborí, con su pistoleta en mi sien, a guardar silencio de lo ocurrido. No comenté esto hasta ahora. Usted me pareció una persona indicada para informarle o me volvía loco. Me despido y más tarde le visitaré para contarle de otros casos extraños que sucedieron en la cordillera Panturere. ¿Cómo se siente de salud, necesita algo más?
El corazón de Grenzio, se paró en seco y empezó a toser, atorado por el nombre que acababa de escuchar “Panturere”. La cordillera estaba allí, como en sus sueños, allí, los seres extraños tenían una cueva donde escondían una misteriosa esfera azulina. Esto, era demasiada coincidencia.
Como Grenzio no pudo contestar, solo le dio la mano y Bustios le dejó mentol y unas pastillas de vitamina B12.
Salió al patio donde los soldados ya habían retornado. Luego de saludarles, se fue a la oficina del sargento, a recoger una copia del informe médico y otros papeles para llevarle al escribano Lapezo. Entró a la oficina muy sonriente, con esa mirada natural de complicidad; el sargento le preguntó incisivamente curioso.
— ¿Cómo está el preso político Grenzio Moxela? ¿Está sano? ¿Qué opinión personal tiene de él, sanitario Bustios?, ¿Nos contaminará el puesto y cambiará la obtusa vida en esta olvidada aldea?
—Está sano sargento y me alegro haberle conocido, —miró a Canilas con expresión de haber conocido a alguien especial— Es toda una personalidad, aunque es ingeniero eléctrico, no será de mucha ayuda en este rincón, es risible e inaudito. Lo que es más importante, me ha llamado la atención su firme carácter y desbordante empatía.
—Seguro sanitario Bustios, váyase tranquilo donde su jefe, lleve esta copia del reporte, que ahora me toca disponer el parte de las 12.00 horas, ¿Quiere quedarse y asistir?
—Le agradezco, pero tengo que hacer una visita más, seguramente volveré a conversar con su preso, puede estar seguro.
Buntre acompañó al sanitario hasta la puerta y volvió a su oficina. Cuando estaba por dar las doce se arregló su camisa y gorra reglamentaria, se lustró las botas y asistió al parte; después se dirigió de inmediato a donde el preso Moxela, intrigado por la sonrisa del sanitario. Al entrar en la celda, éste se hallaba recostado, limpiando sus enseres personales, aprovechando todavía la abundante luz del día.
— ¿Cómo está preso Moxela? —Le saludó luego se sentó en la silla, se sacó el quepí y le dijo— menudo día que pasamos ¿Cómo se siente?
Conoció finalmente al sanitario Bustios en persona.
—Sargento, gracias por salvarme. Le agradezco y pido perdón por la situación incómoda en que lo puse. No quiero perturbar su autoridad ante esta gente. ¡Hay que tener cuidado en esta época de dictadura!
— ¿Cómo le cayó el examen médico de Bustios? Es buen profesional, pero medio hablador ¿no cree?
—Le tiene más respeto que miedo y lo aprecia verdaderamente, pero no tanto como los Amborí del norte. Me gustaría saber cómo son, cómo llegaron aquí; parece que hay varias historias, además de misteriosos y fantásticos cuentos. ¿Qué me dice misar?
—Aquí, solo tenemos la documentación que le entregué, salvo que el escribano tenga algo más. Cuando vaya a Barquesi, el domingo próximo, le conseguiré documentos históricos en la prefectura.
—Le agradezco misar, tengo interés en estudiar estas tribus amazónicas, mantenidas intactas, que tienen muchas mujeres jóvenes y lindas, buscando novios.
—La lengua de Bustios será cortada, por bocazas y se quedará sin dientes. Espero que le haya contado solo eso, lindas hembras ¡A ver, escupa lo que sabe!
— ¿Cómo se le ocurre? No me dijo nada más. — Mintió con alevosía notoria— los del bote “Risas de sirenas”, me comentaron cosas al pasar.
—Me place sea así, pero si le cayó bien Bustios, está bien que lo defienda, porque es de lo mejor que ha llegado por aquí. Hombre de buen temple—y fue interrumpido por Grenzio.
—Perdone, pero hay algo que me preocupa, podría informarme si usted presencio algunos hechos curiosos, ocurridos en la cordillera Panturere, quizás presencio algunos rayos azulinos.
Buntre se puso serio, se levantó y observó de cerca la real expresión preocupada que mostraba el rostro del preso y aunque sabía bastante sobre el tema, prefirió ignorar la pregunta.
—Tranquilo Grenzio, parece que está desvariando, allí no hay nada oculto, tampoco misteriosos rayos azules, vayamos a trotar y caminar.
Salieron juntos a dar una vuelta completa al patio para despabilar la mente. El cabo Mangure los vio llegar corriendo; después de saludar al sargento abrazó al preso en gesto innato de aprecio lugareño. Grenzio prometió no escapar y preguntó si tenían una huerta. Mangure soltó una carcajada y respondió.
—No sé mi amigo, ¿a quién se le va a ocurrir?, solo esperamos que pase alguna lancha comercial y compramos verduras, condimentos, o las sacamos del huerto del escribano.
—Con las semillas que traje, mi cabo Toño, vamos a tener nuestra propia huerta aquí, al lado del parrillero y vamos a techarlo. Ya me cuenta luego. Esta noche, vamos a preparar un cocido dorado, a la peruana.
—A la orden jefazo, pero no tengo limones, mejor me voy a robar, digo a traer unos cuantos a la huerta del escribano. Ya vuelvo en unos minutos y por favor, no se me escape.
Esta vez, durante el almuerzo, el sargento autorizó al preso, sentarse con ellos. La comida transcurrió sin problemas, regada por comentarios del caimán y la experta manera de nadar del preso.
Cayó la noche y encendieron tres lámparas a queroseno, una a la entrada, dos en el alar y dormitorios, bajo la atenta mirada del sargento, siguieron con juegos de cartas en los que participó el preso amenamente.
El sargento, encendió algo parecido a una pipa hechiza con madera rústica, le echó tabaco negro y empezó a fumar rodeado por volutas de humo para evitar picaduras de mosquitos, por la temida enfermedad del paludismo. Caviló Buntre sobre su situación actual y no tenía comparación con la semana anterior. Había cambiado en un dos por tres, que no daban seis. El producto resultante no era simple aritmético, porque la realidad era otra, que le inquietaba mucho más profundamente.
Muchos acontecimientos se habían suscitado desde la llegada del inesperado preso y presentía que eran positivas para su puesto militar, pero también, siendo un poco cauto, debía tomar ciertas precauciones, por la cercanía con la tribu.
A las 22.00 horas se fue a dormir, subiendo por las gradas abiertas hasta llegar a su dormitorio en el segundo piso, que poseía una terraza orientada hacia la cordillera Panturere que protegía a los Amborí, donde alguna vez las vio radiantes, llenas de rayos azules. El ambiente estaba inquietante, Buntre Canilas no pudo dormir esa noche, tal vez por la recargada comida, la exagerada condimentación y los avatares del preso recién llegado. No habían pasado ni cuatro horas, serían las 03.00 de la madrugada cuando su oído fino escuchó el sonido de un trueno seco. Medio dormido salió a la terraza y miró hacia territorio Amborí. Apenas se distinguían algunos fuegos de guardia en la oscuridad.
Repentinamente vio asombrado, que desde la sierra Aramía salían una serie de destellos azulados que atravesaban las densas nubes y se perdían en la oscuridad del cielo, luego escuchó otro estruendo seco. Aunque el cielo estaba nublado, no aparecía indicio de tormenta o lluvia. Él sabía la diferencia entre rayo y relámpago, pero nunca había observado destellos luminosos, saliendo de la tierra, con tal frecuencia repetitiva.
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