—Señor Houdini, va a tener que parar, ya le dije, con sus escapes súbitos, el corazón de Toño no va a aguantar. Por lo menos avise la
próxima, si va al baño o va a nadar al río o si va a escapar.
—Gracias sargento Buntre, realmente gracias. No me di cuenta del peligro y a mi edad ya no soy tan veloz para escapar de estos bichos, según veo, unos segundos más y me quedaba sin talón. Lo siento mucho; la próxima seré más cauto. Estaba acomodando los dos pescados sobrantes en el estanque, cuando vi el paso de una embarcación más lenta que otras, até la cola de un dorado a mi pierna y me lancé en busca del bote, para cambiarlo por algo más útil.
— ¡Me caigo sin levantarme! ¡Basta Grenzio, no me haga reír, con un dorado atado a la pierna! —Y soltó una risa cantarina ajetreando a varios pajaritos— ¡Sensacional mi estimado preso Nº 1! Es para registrarlo en el parte militar, pero sin nombres o apellidos.
—Cuando llegué cerca de la lancha, ellos disminuyeron su marcha y me halaron; les ofrecí el pescado que me cambiaron por varias cosas. Sobre la mesa del mirador se veían tres botellitas: una de singani ordinario, aceite y vinagre, junto a dos tomates, una cebolla y tres jaboncillos, además de varias bolsitas de pimienta y semillas.
Repentinamente, la amena conversación entre el preso y el sargento fue cortada por los ruidos del bote militar que traía el lagarto, amarrado a un lado. Ambos se levantaron y fueron a ayudar el desembarque. Algunos de los habitantes del poblado habían llegado, atraídos por el disparo del rifle.
El sanitario Ocopi Bustios y el escribano aparecieron asustados por la conmoción matutina y se dirigieron directamente al sargento:
— ¿Qué pasó, —indagó Lapezo— no respetan ni el desayuno ¿Qué sucedió sargento Buntre? explíquese ¿Qué sucedió, hay alguien herido?
—Hola Señores, nada importante, una embarcación pasaba lenta y fue seguida muy de cerca por un caimán; tuve que dispararle para eliminarlo
y tener un poco de carne fresca.
Cuando Ocopi dirigió la mirada a un semi desnudo caballero, con porte distinguido, que ayudaba a sacar el caimán, se acercó a Buntre y le preguntó: ¿Quién era este pintoresco extraño que estaba allí?
—Disculpe mi descortesía, es el preso que llegó de la capital hace tres días. Esperaba notificarle en la inspección sanitaria semanal. Se enterará por el memo, que podrá recoger más tarde.
El sanitario Ocopi se acercó a verlo y lo examinó de pies a cabeza y empezó a conversar con él. Grenzio, que estaba terminando de jalar la cola del lagarto y tenía sus manos embarradas con lodo arenisco sucio, agarró fuertemente la mano de Bustios, que no pudo evitar este contratiempo. Entonces, escuchó la voz pomposa del escribano, quién le ordenaba, revisarle clínicamente para ver si no había contaminado, las límpidas aguas del asentamiento.
El sargento, para evitar más comentarios, agarró del cuello al caballero mojado y lo llevó mostrando exageradamente su fuerza bruta y golpeándole con su fusil de rato en rato. Cuando entraron a la comandancia Grenzio lo abrazó fraternalmente, alegrándose por su puntería. Buntre le ordeno asearse y prepararse para la próxima visita del sanitario Bustios Ocopi.
Luego retornó al puerto a recoger el tesoro intercambiado por Grenzio y a ver ¿cómo su cabo lugareño? iba a dirigir el despedazamiento del caimán atrapado gracias a la tercera o cuarta huida del preso Moxela. El sanitario Ocopi, llegó como a las 11.00 horas, despertó al guardia dormido y le dijo que pasaría a la celda a revisar al prisionero. Entre rumores de: ¡no me jodan, dejen dormir, pase, váyase a la miér... Ocopi se sintió autorizado y pasó al patio interior con su maletín.
Pasó por la celda Nº 1 que estaba abierta y vacía y se fue a la celda Nº 2, donde el preso estaba sentado sobre su lecho esperando ser revisado, limpio, camiseta blanca con pantalón corto; Estaba bien peinado y sus ojos lucían algo enrojecidos por el jabón que había usado en la ducha.
—Señor Moxela, soy Ocopi Bustios, sanitario de este poblado y vengo a revisarle —le dijo un poco asustado, ya que no tenía protección alguna. El preso se hallaba sentado en su camastro, cortándose las uñas y como no respondía, pidió permiso para pasar.
—Pase a cumplir la orden Sanitario y no tenga miedo, además, estoy enterado que es amigo del sargento Buntre, pronto será también mi amigo —y una sonrisa afloró en la cara del preso Moxela.
El hielo de un primer encuentro se rompió, más tranquilo Ocopi inició el examen. Comenzó a revisar sus ojos, estaban sanos y el fondo de su retina estaba normal. El preso lo miraba paternalmente. Luego le tomó la presión, que resultó normal 125/85, para su edad —le puso el estetoscopio informándole— Latidos fuertes, sonoros y constantes.
—¿Usted es médico o algo parecido?
—Soy técnico sanitario. Aquí no pasa nada especial señor Moxela. Esta zona alejada es muy salubre, no tengo mucho trabajo.
Grenzio le preguntó. Debe tener muchos enfermos, más al norte tiene usted una tribu de aborígenes, que seguramente requieren su ayuda periódica o semanal. ¿Va a la aldea o ellos vienen a la posta médica?
—No me va creer Señor Moxela, pero esta gente Amborí, es muy sana, no se reporta ni para vacunarse contra la malaria y como están cerrados por naturaleza brava, no se contaminan. Si me permite relatarle: Tienen su propia vertiente de agua, que es muy limpia y llena de vitaminas A, D y otras. Desde que llegué sólo me permitieron ir tres veces en emergencia: Una vez, cuando un joven rubio de 20 años se había roto una pierna, la enderecé y luego le entablillé con madera y bastante crema antibiótica; la segunda...
—Espere Bustios, dijo que su paciente era un joven “rubio” de 20 años.
—Seguro señor Moxela, en esa tribu, cuyo origen es ignoto, he visto una variedad de razas, hasta tienen barba como la suya y algunos tienen ojos azules como el cielo de marzo. Casi todas las mujeres jóvenes o maduras son muy lindas y trabajan a la par que los varones.
—Qué buena noticia me ha dado, pensé que en este puesto viviría mi condena en una celda oscura y mugre, apaleado por militares dictatoriales, pero vislumbro más aventuras que un ciudadano libre en un país democrático de verdad. ¡Qué interesante! ¿Qué paso la segunda vez? Cuente sanitario Bustios, estoy atentísimo, fúmese un poco de este puro.
Ocopi le acercó la llama de su encendedor. Bustios pitó por unos segundos y tosió fuertemente, era tabaco negro, y prosiguió con su relato y lo que escuchó Grenzio, no le tomó de sorpresa:
"Serían las 17.00 horas. A Buntre y a mí, nos llevaron de emergencia en canoa. Me tocó atender un mal parto, un bebé mal colocado, estaba trancado y como usted sabe, eso casi siempre es mortal para la madre.”
“El brujo estaba ausente otra vez, seguro no sabría cómo tratarla y no soy ginecólogo, pero me parecía que debía salvar por lo menos a la criatura. Pedí permiso para cortar su vientre como un canal; Buntre asintió con su cabeza, pero felizmente el brujo apareció y tenía en la mano una roca que brillaba con tonos azulinos que se dispersaban por toda la choza. Me hicieron a un lado”.
“El brujo la puso sobre el vientre materno, comenzó a hablar, mover y girar en sentido contrario a las agujas del reloj y en el vientre se veía ¿cómo la criatura giraba? hasta que su cabecita se puso a la salida del útero. Entonces el parto se tornó sencillo, extraje a la criatura rolliza, y le entregué a su madre. Luego los guerreros nos sacaron hasta el puerto. Al partir, sentí escalofríos por la mirada oscura que me dirigió el brujo, había presenciado algo prohibido."
El preso tenía una cara tan absorta como inquietante y aunque seguía esperando que la historia continuase, le comentó.
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