Roger Ángel Loza Tellería - Arúmeden

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En el primer libro de la Trilogía Arúmeden, justamente titulado «Arúmeden» la aventura se inicia en el pasado, donde relato los acontecimientos sucedidos a Grenzio Moxela: un ingeniero eléctrico, jubilado, de 65 años de edad, que es exiliado, al norte de La Paz-Bolivia, en una zona selvática amazónica ubicada junto a la frontera con Perú, donde habita una misteriosa tribu Amborí, cerca de un cráter Araona (hecho verídico) de 8 km de radio y una altura entre 60 a 80 cm, formado hace años por el impacto de un meteoroide en forma tangencial, que utilizo en la novela, para imaginar la llegada de la nave materializada de los Guardianes Astrales, que al momento de concluir su transmutación brixiónica e iniciar una misión en el sistema solar, es aprovechado por fuerzas Cimeries para atacarla y dañarla. La nave en emergencia, se dirige al planeta más cercano, la Tierra y su trayectoria circunvalar la lleva a golpear tangencialmente la zona de Araona y finalmente cae en las cercanías de una cordillera, separada en sus dos partes; La parte del halo cae dentro de un morro cono volcánico y la esfera sigue rodando hasta impactar sobre una cercana cordillera Panturere, donde es tragada por una antigua cueva natural llamada Aramía.
La esfera Dombú del Guardián Astral Ganderlux entra en un periodo de inanición, mientras que Adrin1, el ente que comanda el conjunto de los tres aceleradores hadrónicos de materia negra, queda enterrado dentro del morro y cubierto por la selvática llanura que es habitada por la tribu Amborí.
Su condición de estar separados y enterrados, teniendo al halo con partes y piezas desparramadas por la llanura, los torna inactivos por milenios, sin embargo, a finales del siglo II ocurre un sismo en la zona y los rayos del sol iluminan precariamente a Adrin1, que activa su energía de emergencia, entonces crea un asistente cibernético de forma cilíndrica llamado «Mintrode», formado por varios anillos energéticos multitarea, que por centenas de años efectúa la tarea de localizar a la esfera y cuando la halla, crea una interconexión subterránea con Adrin1 que le permite activar una antena de localización que emite poderosos rayos azules al espacio a las 3.00 horas de cada madrugada, en busca de auxilio. Para poder unir la esfera y el halo de nuevo, los seres concluyen que necesitan ayuda humana; Intervienen en la genética de la tribu y solo consiguen mejorar la raza, pero no el nivel técnico y así pasan los años y llegan incipientes exploradores aymaras e incaicos, colonizadores españoles y aventureros y ninguno con el nivel QI requerido, hasta que en 1975 empieza la aventura y la inesperada misión del protagonista Grenzio Moxela que en su viaje al exilio al puesto militar cercano a la tribu Amborí, es contactado por Adrin1 mediante sueños inducidos, apenas llega al gran río Marube.
Su llegada coincide con la aparición de misteriosas luces azules en la cordillera Panturere, que son detectadas e investigadas por un avión ruso MEG de última generación y despegue vertical que desaparece misteriosamente. Los entes, durante la travesía fluvial de Grenzio rumbo a su exilio le inculcan información de cómo llegaron a la Tierra y la necesidad que tienen de que un humano, con alto conocimiento técnico, participe en la unión de sus partes para recomponer su nave y salir al espacio y lo nombran «Arúmeden», que en idioma Amborí significa «descubridor de lo oculto».
La aparición del cadáver del piloto del avión MEG, pero con uniforme peruano, hallado en un río cercano a la tribu, permite al jefe del puesto militar y al exiliado Grenzio conocer la tribu Amborí, participando en una misteriosa aventura, donde descubrirá el secreto de la cueva Aramía, habitada por la esfera, causante de la captura del avión, para su posterior uso en la unión con el halo Adrin1.

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—Qué interesante —interrumpió un atento preso Moxela— pero cuando llegó ¿en qué estado halló? a este puesto militar perdido en la Amazonía, pero cerca de esa misteriosa tribu.

—Cuando llegué a puerto Barquesi, grande fue mi sorpresa, al encontrarme con un ex profesor del Colegio Militar, que cumplía exilio en tierras del norte paceño, como jefe militar regional; Mi mayor Marchelo Omontes, que pronto tendrá el gusto de conocerlo. Es una persona sensacional, equivalente suyo, pero en el ambiente militar ¿Me capta?

—Seguro misar Canilas, si usted lo dice, debe ser un gran personaje.

Canilas le relató que a Omontes le debían todas las mejoras en este puesto. Porque en C’Orligni, la única casa habitable era del escribano. Lo demás estaba abandonado, sucio y desmantelado. Omontes se dio cuenta del castigo que me infringían y durante dos meses me envió materiales de construcción y albañiles, además, agregó cuatro soldados con un sanitario, como corresponde a un puesto militar. Quienes pusieron este lugar, habitable. Después fueron llegando muebles usados, una máquina vieja de escribir, escritorio, sillas usadas, etc. Hasta enviaron media docena de camastros con colchones y frazadas, que, estaban destinadas más al norte, a Pando, una población frontera con Brasil.

—Según me comentó Omontes, la orden recibida del gobierno, mi lugar de destino sería un castigo, sin ningún soldado asistente. Sólo víveres para sobrevivencia quincenal, así decía el contundente memo militar.

Buntre, no pudo seguir hablando, porque alguien grito que estaba lista la cena y ambos salieron al alero que a esa hora 20.00, estaba bastante aireado por los vientos sureños, que presagiaban un cambio climático brusco, a inicios del pre invernal mes de mayo. Comieron opíparamente y se fueron a descansar.

El cabo Mangure condujo al preso a su celda y así terminó su otro día, como prisionero en el puesto militar C’Orligni, un miércoles, víspera de la festividad del primero de mayo prohibida por el régimen.

Ese amanecer del jueves, iba a ser muy entretenido para el cabo Mangure, porque se atrasó en llegar al parte de las 07.00 horas, el escuadrón había salido a buscar una tropa de ocuríes que invadió la aldea. Estaba solo, dando vueltas en el patio. Liberó al preso ordenándole salir sólo al patio, a tomar los frescos y matinales rayos solares y a preparar su desayuno.

Grenzio se llevó el desayuno a su camastro y esperó la señal de algún soldado para que le asignen su trabajo diario, pero no escuchó nada más, sólo silencio embrutecido por gallinas cloqueando junto un gran lamento de chanchos salvajes lejos del poblado.

Se encaminó al borde ribereño y vio por encima del muro a un par de tucanes haciendo sonar sus picos; Pasaron volando huchis, cuervos negros con cola amarilla y tejedores de nidos colgantes que ocultos en la frondosa arboleda, hacían vibrar el aire matinal con sus gargajosos sonidos. Levantó su vista fascinado porque en las alturas sonó el clásico y agudo silbido del Cernícalo, lugareño halconcito cazador, que hacía su nido en la copa de las palmeras. Entonces vio aparecer los primeros botes que subían río arriba para comerciar sus productos; Incumplió órdenes y saltó el pequeño muro y agachado por la orilla se fue acercando al exiguo puerto en medio de varias plantaciones de platanales.

Mientras tanto la tempranera tropa cazadora de jabalíes volvió al cuartel trayendo colgado de un palo un pequeño ocurí, capturado en las colinas. Estaban contentos por la presa capturada y sugerían como comerlo. Mangure pensaba cortarlo en partes, para asarlo, otros a cocer en olla. ¿Qué hacer? Se preguntaba. Entró por el pasillo al patio del comando y envió al soldado Huiras a buscar al preso y este retornó al vuelo, gritando.

—Soldado Huiras informando que no hay señales del preso ¡Parece que huyó de nuevo!

— ¡Sonamos soldados!, vamos los tres, hacia la guardia del puerto para cubrir su huida en bote... por la selva, no lo creo. Y todos salieron disparados.

La tropa corría despavorida hacia el puerto, donde el guardia estaba observando con sus binoculares buscando alguna señal en el gran río, al dar en el clavo, vio que iban a pasar los botes comerciales “Risas de sirenas”, “Esturión azul”, miro su registro… anotó 09.00 pasa por C’Orligni, retorna el otro río abajo. Sonrió y se dio vuelta para colgar los plátanos que hace poco, le había traído el preso y se encontró de golpe con la tropa alterada, agitada, llegando como una estampida. El cabo lo paró en seco, tiró la cabeza de plátanos, le agarró del cuello soplando en sus narices y le impetró:

— Soldado Aguiro, ¿ha visto pasar al preso de miér…coles?

—No mi cabo, al preso no lo vi, pero pasó el nuevo cocinero que me trajo esta cabeza de plátano y se fue a revisar su estanque hacia el bajío del puerto, lo estaba tapando con palma y un poco de achoró.

—Vayan al bajío, mientras yo observaré los botes, allí está el bajío y no lo veo Aguiro ¿Dónde está el preso? ¡Deme su larga vista!

A unos 200 m se hallaba un bañista nadando en el rio, como si fuera un delfín, de rato en rato volteaba la vista hacia el puerto y alzaba su brazo saludando. Cerca de él se veía un bote comercial que al verlo aminoró su marcha y el nadador se acercó con buenas brazadas. Mangure gritó.

— ¡Traigan mi rifle! Localicé al escapista y prepárense a salir con la lancha ¿Dónde están las llaves?

—Creo que las dejé en el comedor, se quedaron en mi camisa, voy al tiro —gritó Huiras.

— ¡Traigan mi rifle carajo! me va a matar el sargento si se escapa el preso, muévanse ¿Me oyen?

— ¡Claro que le oyen y lo voy a matar y al preso también! —respondió a sus espaldas el aludido sargento Buntre, que había llegado al escuchar el griterío y blandiendo su arma reglamentaria, la colocó en ristre.

Con el rifle en mano derecha y con el catalejo en la otra observó al bote “Risas de sirena” que había disminuido su marcha por unos momentos y se aprestaba a partir nuevamente. Observó alrededor del bote, que ya partía río arriba, vio al preso agarrado a una llanta ¡Se escapa, pensó!

Ya estaba por hacer sonar la sirena de parada obligatoria, cuando para su sorpresa, el reo se soltó aguas arriba y nadó hacia el puerto como un experto nadador en río, siguiendo y cortando la fuerza de la correntada.

Buntre, no notó la mirada angustiosa de Mangure, apuntó metódicamente con su arma, elevó unos milímetros la mira del rifle y disparó justo cuando llegaba Huiras cayéndose al suelo, pero con las llaves en la mano... y el cabo que se preparaba para zarpar, quedó petrificado.

El cabo Mangure miró a su jefe con indignación, su mirada le decía ¿Qué prisa tenía para disparar? y al caballeroso preso Nº 1. El cabo lloraba de rabia, pero el sargento estaba tranquilo, mirando la correntada, satisfecho por resolver esta inesperada situación.

Entonces Buntre se llegó a la lancha y mostró a Mangure la bahía donde llegaba el ajusticiado reo con sus últimas brazadas, luego vieron que subía a la plataforma de madera. El preso estaba bien ¡Qué susto les había dado el sargento y el señor Moxela!

El cabo se secó las lágrimas al ver cómo el preso Nº 1, llegaba a los maderos del puerto, se sujetaba y subía a la pasarela, chorreando agua, con una bolsa de plástico sujeta al cinto. Se abalanzó hacia él para darle un puntapié, pero algo detuvo su impulso, detrás, a unos 15 m, se veía la panza brillante de un peligroso caimán, muerto, pero todavía coleando.

— ¡Si están listos para partir! —gritó el sargento a los soldados en la lancha—, vayan a recoger al caimán. Vamos a tener comida esta semana. ¡Este señor Moxela tiene suerte! ¿No le parece cabo ranchero? —Éste se abalanzó hacia el preso, lo abrazó apretadamente, se fue a la lancha y partió raudamente en busca del apreciado manjar. Mientras tanto el sargento se dirigió a Grenzio para ayudarle a sacar la bolsa de plástico que traía adherida a su cinturón.

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