Realiza el cambio de vida con la satisfacción íntima de haber conseguido lo que buscó con tanto afán e impaciencia. Pero sin hacerse ilusiones utópicas. Es realista. Siente una alegría «tranquila». En el convento todo lo halló como se lo había imaginado. Al entrar en la celda que iba a ocupar murmuró con gozo: «Estoy aquí para siempre, para siempre» (MsA 69vº).
Aunque todo lo encontró como se lo había imaginado, y no se llevó decepciones, y se encontraba en el colmo de su felicidad, la acomodación al nuevo género de vida le supuso muchos sacrificios, le acarreó no pocos sufrimientos: «Mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas. Sí, el sufrimiento me tendió los brazos y yo me arrojé en ellos con amor» (MsA 69vº).
Nuevo horario, distinto régimen alimenticio, otro ambiente familiar, trabajos a los que no estaba acostumbrada, aprendizaje del manejo de los libros de rezo, etc. Eran muchos cambios, muchas novedades. De una manera especial, la actitud de la Priora y de las Hermanas para con ella se distanciaba mucho de lo que experimentaba en su casa. No resultaba fácil asumir y asimilar todo esto por mucho interés y voluntad que pusiera la animosa joven. El pobre rendimiento en algunos trabajos por su impericia y desmaña natural le acarrearon no pocas reprimendas y disgustos.
A todo esto se añadía la sequedad en la oración, la falta de director espiritual que la consolara, la incomprensión de la Maestra de novicias, que no se daba cuenta de lo que sufría. La pobre Teresa acepta todo. Le queda aún cierta intranquilidad interior, residuo de los escrúpulos no del todo superados. El P. Pichon trató de liberarla de estas inquietudes asegurándole que no había cometido ningún pecado mortal. Además, al encontrarla sin dirección espiritual, le deseó que fuera Jesús su Maestro de noviciado y director espiritual (cf MsA 70rº-vº). No volvería a verse con este sacerdote al que escribió bastantes cartas, que se han perdido. Recupera la paz interior, se puede decir que definitivamente.
La severidad que la Priora usó con ella fue providencial. Le ayudó a madurar rápidamente. En estos primeros meses hubo días radiantes. En el mes de mayo su hermana María hizo la profesión religiosa y tomó el velo negro. La benjamina de la familia y de la comunidad tuvo la satisfacción de colocarle la corona (cf MsA 71).
Le sobreviene una gran desgracia familiar. El padre enferma mentalmente. Huye de su casa sin dejar huella. Búsqueda angustiosa. Todos sufren, pero Teresa más que nadie, porque corren rumores de que el padre ha caído enfermo porque le ha abandonado la hija a la que tanto quería. La enfermedad remite y todo vuelve a su cauce normal.
La toma de hábito
(10 de enero de 1889)
La postulante no tiene consuelos en la vida espiritual. No hay compensación por los sufrimientos y sacrificios de cada día. Pero no se desalienta. Sigue respondiendo con generosidad a la llamada de Jesús. La comunidad la admite para la toma de hábito. Una recaída de su padre aconseja retrasar la ceremonia. El retiro de preparación para la toma de hábito (5-10 enero 1889) transcurre en la mayor sequedad. Privada de todo consuelo espiritual. A pesar de ello no pierde la paz interior, pues «cree estar como Jesús quiere que esté» (C 54). Está totalmente a disposición de Jesús para que él disponga de su «pelotita» como le plazca (cf C 55). En los billetes que escribe estos días manifiesta un profundo espíritu de fe, una madurez admirable para afrontar la situación que se podía considerar como desoladora. Por fin, tiene el consuelo de recibir muchos regalos (cf C 49) y de que su padre asista a la ceremonia. Se celebra el 10 de enero. Este día hubo alegría completa. Todo resultó muy bien. No faltó ni la nieve, que encanta a la nueva novicia (cf MsA 72vº).
La alegría no dura mucho. Antes de dos semanas, grave recaída del patriarca. Al cabode unos días de observación, tienen que hospitalizarle en la Casa de Salud de Caen. Allí permanecerá tres años. Es el período de gran sufrimiento, que Teresa califica de «la gran tribulación» (MsA 73vº). Este acontecimiento dolorosísimo, que nunca se había imaginado, colma plenamente sus deseos de sufrir. Es para ella «la más amarga, la más humillante de las copas. Ya no he dicho que puedo sufrir más» (MsA 73rº). La fe le sugiere cómo sacar provecho de los males. Podrá decir: «Sí, estos tres años de martirio de papá me parecen los más amables, lo más fructuosos de toda nuestra vida; no los cambiaría yo por todos los éxtasis de los santos» (MsA 73rº). Llegaría a llamarlos «nuestra gran riqueza» (MsA 86rº).
Durante este tiempo son interesantes las cartas que la santa escribe sobre el sufrimiento a su hermana Celina, que cuida al padre. Todo esto acelera la maduración de su vida cristiana y religiosa. Ahora sí que corre a pasos agigantados. En la obra de destrucción que se opera en su padre descubrirá algo de lo que significa la figura del Siervo Sufriente y la Santa Faz de Jesús (cf MsA 71rº). Respecto a su noviciado se puede asegurar que le resultó bastante penoso. Siempre bajo la sombra dolorosa de la enfermedad de su padre, al hilo de las noticias siempre tristes y desconsoladoras, que le envían sus hermanas, que le asisten.
A pesar de ello, la novicia se mantiene firme y afronta con resolución las situaciones que le presenta el aprendizaje teórico y práctico de la vida religiosa. Sus aspiraciones son inmensas. Piensa en amar a Dios «como nunca ha sido amado» (C 51). Humillado, «el grano de arena» pone manos a la obra. «Sin alegría, sin ánimo y sin fuerzas, y todos estos títulos le facilitarán la empresa; quiere trabajar por amor» (C 59). Va comprendiendo el nuevo horizonte que se abre delante de ella. Hay que seguir el camino sin desanimarse. «La florecita trasplantada en la montaña del Carmelo debía desarrollarse a la sombra de la Cruz. Las lágrimas, la sangre, se convirtieron en su rocío, y su sol fue la Faz adorable velada de lágrimas» (MsA 71). Descubre las «bellezas escondidas de Jesús» (C 88).
En la monótona vida del noviciado se dedica a «practicar las pequeñas virtudes» (MsA 74vº).
Tal vez lo más duro es que «no encuentra ningún consuelo en su vida de oración» (MsA 73vº).
Cumplido el tiempo para hacer la profesión, se le retrasa la fecha. Ella siente este percance. Anhelaba, quería consagrarse a Dios cuanto antes. La candidata a santa reflexiona y reacciona con espíritu de fe. Acepta la decisión (cf MsA 73vº). Más tarde cae en la cuenta de que en aquella prisa por consagrarse a Dios no todo era amor puro. Había una buena dosis de amor propio (cf C 152).
Este año descubre los valores de las enseñanzas de san Juan de la Cruz. Lee asiduamente sus obras (cf MsA 83rº; C 88).
La santa exclama: «Así pasó el tiempo de mis esponsables..., resultó bien largo para la pobre Teresa» (MsA 73vº).
La profesión religiosa
(8 de septiembre de 1890)
Empieza la preparación para este solemne acto con un retiro de diez días. Todo este tiempo lo transcurre en la más absoluta aridez, casi en el abandono. Pero Dios no se desentiende de ella. Le va inspirando insensiblemente lo que debe hacer para agradarle en todo (cf MsA 75vº). Es la manera suave de comunicarse de Dios.
Se nos ha conservado el testimonio de las notas que escribió a sus hermanas durante este retiro para informarlas sobre su estado espiritual. En ellas se refleja perfectamente lo que pasa en su interior. Nos ponen ante los ojos cómo se puede encontrar una gran santa en vísperas de dar el paso más decisivo de su vida. Fácilmente nos imaginamos a los santos con transportes de amor, con comunicaciones gozosas de Dios, casi en la gloria. Yo creo que la lectura y meditación de estos textos nos puede enseñar mucho sobre lo que es vivir en pura fe. Para el día de la ceremonia escribe un billete en el que expone sus anhelos y esperanzas. Luego lo llevará siempre sobre su pecho como testimonio de constante afirmación de su consagración a Dios (O 2). Una grafóloga que examina el autógrafo dice: «El texto está escrito con unos trazos que revelan el miedo de una niña y una decisión de guerrero».
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