Lo que descubrió durante el viaje le confirmó que todo lo que le habían hecho creer acerca de los hominum no era cierto. En cada lugar en el que pararon las personas fueron amables y nadie llevaba antorchas para quemar brujas. Estaba descubriendo un mundo que cada vez le fascinaba más, aunque era consciente de lo mucho que debería trabajar para sentirse libre y de que tendría que mantener su magia en el más absoluto secreto.
—En serio, Efrén, como vuelvas a decirme que queda poco, cojo la escoba y me largo.
Antia estaba nerviosa por llegar a su destino. No había dejado de preguntarle cuánto les quedaba para terminar su viaje. Ahora que conocía la magia de las horas, ansiaba ser capaz de controlarla, pero la respuesta de él siempre era la misma: «No falta mucho».
—Esta vez es cierto. Y la escoba creo que te la has dejado, porque en el coche no llevamos ninguna. —Se rio sin apartar la vista de la carretera.
—¡No tiene gracia! —Abrió su libro, molesta con su actitud, para intentar mantenerse distraída.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—¿El qué? —Antia no entendió a qué se refería.
—No es buena idea que me lances uno de tus conjuros mientras conduzco.
Antia lo miró, intentando entender por qué le había dicho eso. Movió la mirada de él al libro un par de veces hasta que lo comprendió.
—¡Estás loco! ¿Cómo se te ha ocurrido que haría algo así por muy enfadada que esté?
—Era solo una broma para que dejases de pensar en lo largo que es el viaje y, de paso, para que no te dieras cuenta de adónde estamos llegando.
En cuanto Efrén acabó la frase cerró el libro y se quedó mirando fijamente lo que había delante de ella. Aquello debía ser un buen augurio. El sol estaba escondiéndose en el mismo lugar en el que el cielo y el mar se daban la mano. Habían llegado a la ciudad en la que empezarían una nueva vida con una visión casi idéntica a la imagen con la que dejaron atrás su vida pasada.
—Dime que este será el lugar donde viviremos, donde estaremos el resto de nuestras vidas juntos —le pidió Antia, sin poder apartar la mirada del mar.
—Será muy cerca. Tanto que desde nuestra nueva casa podremos oler el agua salada que tienes delante —le explicó, sujetándole las manos con ternura.
Después de aquel primer contacto con la playa del Espejo, empezaron una nueva vida.
Durante mucho tiempo, Antia vivió con el miedo de que fueran a buscarla y, mientras Efrén trabajaba delante del ordenador en su casa, ella se encargaba de preparar hechizos de protección, antilocalizadores o cualquiera que imposibilitara que los encontrasen.
Después de cuatro años no había sentido ni pizca de magia en Los Alcázares. Poco a poco, fue adaptándose a vivir entre los humanos y solo practicaba magia bajo la protección de su hogar.
Cada día que pasaba estaba más segura de la decisión que había tomado y entendía menos por qué los suyos seguían viviendo aislados de los hominum . Sabía que la mayoría de los humanos no creían en la magia y que había otros que incluso pensaban que eran auténticos magos, algo que a ella le hacía muchísima gracia. Si vieran la magia auténtica, descubrirían que lo que ellos creían no tenía nada que ver con la verdad.
Durante todos aquellos años la pareja fue uniéndose cada vez más y, aunque procuraban mantener cierta distancia con las personas que estaban más cerca de ellos, la cordialidad era máxima.
—Me preocupa que no quieras tener amigas. Necesitas relacionarte —le repetía a menudo Efrén.
—Ansío que llegue el día en el que te quede claro que estoy más que bien. Y ya me relaciono con las personas cada vez que salgo de casa.
—Pero no tienes ninguna amiga.
—Tampoco las tenía antes, cuando vivía en mi aldea, y no me fue tan mal. Es muy difícil que me deshaga de todas mis costumbres a la primera.
—Pero ¡es que han pasado cuatro años!
—¿Tengo que recordarte que no he cambiado solo de ciudad, sino también de especie?
—Sigo pensando que somos de la misma especie. No veo nada que nos haga diferentes. —Efrén sonrió, mirándola de arriba abajo.
—No, qué va. Tan solo que yo puedo hacer esto y tú no. —Hizo que una manzana volara hasta ella para demostrarle sus diferencias.
En aquellos cuatro años, y gracias a la proximidad del mar, había descubierto poderes en ella que jamás creyó que llegara a tener, ya que entre los magos aquellas habilidades se habían convertido en un mito.
—No es justo que me pongas los dientes largos, me encantaría poder hacer algo así —se quejó Efrén, cogiendo la fruta antes de que llegara hasta ella.
—Si pudiera, te cedería la mitad de mi poder. Aunque en este momento no sería posible, te tocaría esperar un tiempo.
—¿Y eso por qué? —le preguntó antes de darle un bocado a la manzana.
—A partir de ahora puedes dejar de sentirte mal porque no tenga a alguien cercano, aparte de a ti. Jamás volveré a estar sola. —La sonrisa de Antia rebeló un brillo especial en su mirada.
—¿Te has comprado un Tamagochi?
—¿Un qué? En serio, cada día aprendo una palabra nueva contigo, aunque la mayoría sean tonterías. No, vamos a aumentar nuestra diminuta familia. —Por fin, Antia le dio la gran noticia. Llevaba días intuyéndolo y lo había confirmado con una poción que recordó haber visto por casualidad hacía algunos años.
—No sé si te he entendido bien. ¿Estás diciéndome que vamos a ser padres? —Los ojos de Efrén se abrieron como nunca, sorprendido y emocionado, mientras se acercaba despacio desde la puerta de la cocina hacia Antia, que dejó de preparar la cena.
—Eso es exactamente lo que te he dicho.
Efrén empezó a saltar de la emoción y la cogió entre sus brazos. Aquellos años no habían sido fáciles para ninguno de los dos con las familias de ambos lejos de ellos por diferentes motivos, pero el amor que sentían el uno por el otro los ayudó y los unió cada vez más. Tan solo con mirarse se entendían sin que la magia tuviera nada que ver y por ello Efrén percibió que Antia no estaba tan feliz como él. O, por lo menos, no se lo dejó ver.
—¿Acaso una noticia como esta no te alegra? —le preguntó, al ver que no reaccionaba.
—No estoy segura de cómo debo sentirme. No puedo negar que estoy feliz, muy feliz, pero al mismo tiempo estoy muerta de miedo.
—Sé por qué lo dices, pero en cuatro años no hemos sabido nada de tu familia. Supongo que el amuleto que siempre llevas colgado y los hechizos de protección que nos rodean están haciendo bien su trabajo.
—Por ahora, sí. No sé qué pasará cuando nazca nuestro hijo.
—O hija.
—O hija. No sabemos si tendrá magia en su sangre o será humana. Si es la primera opción, podrían detectarla y a mí también. Todo esto es nuevo para mí. —Antia entendió lo que estaba sintiendo.
—Aún faltan meses para que llegue el momento. Mientras tanto, podremos pensar en algo y prepararnos. No voy a permitir que nadie, por muy brujas que sean, separe a mi pequeña familia.
—Me gustaría sentir tu seguridad y tener más poder.
—Lo único que tienes que hacer es contagiarte de mi felicidad y darte cuenta de lo que has conseguido por ti misma en este tiempo. Nuestro libro familiar es cada día más grande y lo has logrado sin la ayuda de nadie.
Aquella seguridad que Efrén tenía en ella surtió el efecto que pretendía y por fin se dejó inundar por lo que significaba una noticia como aquella.
Él tenía razón, debían ir paso a paso, sin perder de vista lo que pudiera pasar, pero sin dejar de disfrutar de un momento como aquel.
Los meses fueron pasando y la barriga de Antia aumentó mucho más de lo que se esperaron. El día que tuvieron su primera visita con la ginecóloga, no pudieron creerse la noticia que les dieron cuando deslizaron el ecógrafo por la barriga de Antia.
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