Guille Blanc - Melog
Здесь есть возможность читать онлайн «Guille Blanc - Melog» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Melog
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Melog: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Melog»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Melog — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Melog», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—¿A nadie molestaba, doctor Herzog?
La voz medida de la psicóloga le crispó los nervios. Pero estaba habituado. Suspiró largamente antes de responder.
—A mí, no.A los niños les gusta tener secretos y hablar lenguas raras, me divertía. Hasta que vinieron todos: el juez, el sheriff, la policía, y se lo llevaron.A un sanatorio mental.Ya lo hemos hablado.
—¿Por homicidio?
—Vamos, doctora, no haga juegos tontos. Nunca me falla la memoria. Profanación de un cementerio. Mi abuelo nunca mató a nadie.
—Se suicidó.
—Nunca mató a nadie.Y sí, le dejaron las filacterias, entonces esas cosas no se revisaban. Se suicidó.
—Y usted tuvo un sueño ligero con su abuelo.
—De ninguna manera. Tuve un sueño ligero con rabí Judá Loew de Praga, según lo contaba mi abuelo. Un cuento de Halloween, para que se haga usted una idea.
—Y en su sueño no hubo un cortocircuito.
—Claro que no. No eran muy normales esas cosas en el siglo XVI, doctora. En mi sueño había fuego y mi madre subía la escalera y ardía en él. Bastante razonable.
—Sin la menor duda.
—No crea. En ese sueño, mi madre ya estaba muerta.Y acaban de pasar los cincuenta minutos de la terapia.
—Si hubiera vivido usted en el siglo XIX, doctor Herzog, sus novelas por entregas arrasarían.
—Ya ve usted qué mala suerte.
—Lo espero con impaciencia el martes.
—Creo que tengo otro cumpleaños el sábado, un respetado colega. Origen ruso. Lo mismo el vodka le añade matices a mis pesadillas.
—Doctor Herzog. —Se volvió hacia ella, ajustándose el sombrero—. Sufrió usted un trauma, nada más. Está igual de cuerdo que cualquiera, merece respeto, y ha sido un buen padre. Intente recordar eso.
—Lo recuerdo cada día, doctora. Gracias.
Un otoño tardío con largas luces doradas, atardeceres ardiendo sobre hojas de cobre y plata, las últimas bocanadas de aire cálido batiéndose a muerte contra la proa azul del invierno. Y noches asomado a los tragaluces de la buhardilla, noches de luna salvaje seguida de estrellas sobre la niebla gris que repta a ras de suelo tratando de anegar la tierra. Las noches que se recuerdan una vida entera, perdiendo la mirada hacia el oeste, soñando los sueños que otros escribieron. Henry disfrutaba su incipiente madurez. Daniel podía controlar el pánico. La señora Sánchez cantaba cada mañana una copla nueva.
La humedad empezaba a pasarle factura a la buhardilla, al menos a la parte recubierta de yeso pintado. Oyó a su padre cambiando ropa ligera por la de invierno y gritó desde arriba:
—John Weiss me ha invitado a pasar el fin de semana en Providence.
—Bien. ¿Necesitarás ropa de abrigo?
—Ya lo haré yo. Por cierto, hay humedad en la pared, se ha caído un ladrillo… ¿Se supone que lo tiro o hay que hacer algo especial con él? ¿Es importante?
—¿Un ladrillo o una piedra?
—Pues… —sopló— una piedra. Tienes razón. Una piedra vulgar, más o menos como un ladrillo.
Nunca hubiera imaginado ver asomar la cabeza de su padre por la trampilla, sin que titubeara en la escalera. Sin apresurarse. Sin el tic nervioso que a veces le fruncía el ceño. Subió, se sacudió el polvo de las manos, olfateó el evidente olor a humedades y miró sus ojos de frente.
—Creo que voy a llamar a Johnson, que es un trabajador serio, antes de que llegue el invierno y te gotee la habitación. Perfecto que pases tres días fuera, es un tipo eficiente. A ver esa piedra, Henry.
—Mira.
—Ya. Una costumbre piadosa, poner una piedra desnuda en el muro para recordar siempre Jerusalén y el exilio o la diáspora.
—¿Hay que hacer algo con ella?
—Vas al lugar correcto, el padre de tu amigo Weiss es un erudito razonable en mitos judíos. Mucho mejor que yo, más distanciado. Pregúntale. Llévate la piedra si quieres mostrársela. Voy a llamar a Johnson, creo que va a llover en serio pronto. Y mete un chubasquero en la mochila, ya sabes cómo es Providence.
—¿Estarás bien?
—Si te asusta el fuego, que llueva a cántaros tranquiliza bastante ¿No crees? —Sonrió—. El sábado tengo un día completo de fiesta, volveré en taxi porque me temo que habré bebido algo de más. No pasa nada, Henry. Johnson trabajará aquí el fin de semana, por si el domingo, además de tener resaca, estoy nervioso. Vete tranquilo. Y si eso te hace sentir mejor, llámame.
Colin Johnson, recto como una larga vara, solían decir. Siempre trabajando, en el condado o más allá, precedido por esa fama de boca a oído que jamás resulta vana.Aparcó su furgoneta, aceptó un café y subió a la buhardilla con claras instrucciones. Bajó media hora más tarde, sacó su libreta y escribió un presupuesto minucioso. Daniel lo leyó. Hicieron el trato con un apretón de manos dejando claro que, como los tiempos son así, aparte de la palabra dada, Colin necesitaría una factura tras acabar y concluirlo todo. Asintió. Los tiempos son así.
A eso de mediodía empezaba a hacer frío. Daniel había decidido qué atuendo sería adecuado en un cumpleaños de los que conllevan muchos discursos e innumerables brindis. Hasta había envuelto su regalo de cortesía, se estaba divirtiendo privadamente. Oyó toser a Johnson, miró la hora y se asomó al inicio de la escalera que trepaba a la buhardilla.
—Vecino, hora de almorzar. Hay sopa y panecillos, ¿le apetece?
Bajó enharinado, cubierto del polvo blanco amarillo de la escayola vieja y de virutas de madera.
—Gracias, pero es sábado.
El humor de Daniel se ensombreció en un segundo, como si las nubes negras que ya cercaban el pueblo acabaran de arracimarse sobre su cabeza. Le quedaba una gota divertida, la última baza, y prefirió no arruinar el día.
—Seamos sensatos, Colin. Usted es judío, ya ha pecado trabajando. Y la sopa y los panecillos los hice ayer, de manera que son kosher. Elija, dos pecados o uno. Le recuerdo que ofender a quien le ofrece hospitalidad también es pecado. Sumaría usted tres.
—Tiene razón en eso, vecino. Perdone, no quería ser grosero.
—Ahí está el lavabo. Pase, quítese el polvo y almorcemos.
No hablaron de nada más que del tiempo, la lluvia y la prisa por acabar el trabajo, la salud y ciertas críticas menores hacia el alcalde. Bastante antes de anochecer Daniel se despidió dejándole un juego de llaves.
—Póngalas luego en la maceta, por favor. Supongo que mañana vendrá temprano y yo tengo una fiesta de profesores de esas de las que te levantas tarde y con resaca.
Colin lo vio salir. También vio salir volando un montón de cascotes, una nube de polvo de ceniza y una catarata de viejos ladrillos, cuando estaba a punto de rematar la limpieza de la chimenea oculta tras muchas capas de yeso. El polvo color ocre llenó la buhardilla, se le metió en la garganta e hizo que maldijera. Medio día perdido. El hueco estaba negro de hollín y cenizas compactas, húmedo igual que una turbera; hasta goteaba, porque las primeras lluvias debían haberse filtrado no solo desde arriba, sino a través del grueso muro. Maldita mil veces la obra del siglo XIX; todo arreglado con escayola y pintura de colores pastel. Empezó a retirar ladrillos uno a uno. Rojos, traídos de lejos, buena manufactura, materiales caros. Entre los cascotes y las placas de hollín había una jarra de barro. Con la tapa rota. Pensó deprisa. Una jarra ritual, seguro.Todo el mundo hablaba del viejo, el abuelo de su patrón. Y de su patrón, un hombre cabal si no le acercabas una cerilla. Miró mejor. Una maldita jarra, no un tesoro. Apartó la tapa rota y metió la mano enguantada: cenizas. Lo normal, en semejante agujero. Al aparcar se había fijado en el jardín, removido para dejar descansar la tierra y empaparse de lluvias en otoño, muy sensato. Lo limpió todo, metió en sacos los escombros y, antes de cerrar bien la puerta y dejar las llaves en la maceta, enterró la jarra rota junto al acebo del jardín. Ni se notaba. Mejor así.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Melog»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Melog» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Melog» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.