Pedro J. Sáez - Emboscada en Dallas

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Emboscada en Dallas: краткое содержание, описание и аннотация

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Emboscada en Dallas se puede clasificar dentro del subgénero de la novela histórica, que en ocasiones se acerca al género ensayístico. Su narrativa dibuja los sentimientos y emociones de los personajes de la época. No solo se limita a relatar los sucesos, sino que va más allá al describir un enjambre de intrigas, donde la emboscada referida es solo un asunto más dentro de la compleja etapa de lo que se ha venido a llamarse «Guerra Fría», conflicto en el que el asesinato del presidente Kennedy juega un papel importante.
La teoría del autor se basa en la mucha documentación cotejada y analizada de diversas fuentes escritas y documentales publicados hasta el momento, donde personajes famosos, muchos, fueron jueces, y otros tantos, parte de unos hechos que cambiaron el curso de la historia. En ese juego de la «Seguridad Nacional», muchos testigos perdieron la vida por el único error de saber demasiado o estar en un lugar equivocado.

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—Señor Stowe, ¿no es usted muy joven para ser detective?

—Entiendo que le pueda llamar la atención, no es la primera vez que me ocurre. Pero no estamos aquí para hablar de la edad, ¿verdad?

Creo que eso le impactó. Mi forma de hablarle mirándola fijamente a los ojos dio resultado.

—Quiero que haga el seguimiento de esta persona —me dijo al tiempo que abría un sobre del que sacó fotografías y recortes de periódicos.

Recuerdo que me quedé mirando el rostro de la mujer a la que tenía que seguir y de quien tenía que informar.

—¿Durante cuánto tiempo? Porque, según veo, se mueve por todos los lados.

—Al menos seis meses. ¿Puede hacerlo?

—Sí. La cuestión…

—Sé lo que le debo pagar. Estoy acostumbrada a tratar con detectives privados. ¿Sabe quién soy? —me interrumpió.

—No. La verdad es que no hace mucho que me he trasladado a Nueva York. —No quise que me cogiese en un renuncio y le dije la verdad.

—Soy columnista de La voz de Broadway y participo de forma permanente en el concurso televisivo ¿Cuál es mi línea? Sigo todos los importantes juicios de este país, además de otras cosas.

—¿Como esto?

—Como esto —me respondió con cierta gallardía.

(Pausa y cambio de hoja).

—¿Pero por qué yo?

—Pues porque los otros dos detectives con quienes también trabajo están ya comprometidos con otros personajes. Además, me parece ideal que sea de fuera. ¿De dónde es usted?

—De Atlanta.

—¿De la misma ciudad?

—Sí.

—¿Hace mucho que vino a Nueva York? —me preguntó.

—Cuatro años.

—Estupendo. Prepare el contrato y hágamelo llegar a esta dirección. Cuando dé la aprobación puede comenzar su trabajo. Por supuesto, los gastos son pagados aparte, siempre que sean justificados.

—Se lo llevaré personalmente. Muchas gracias, señora Dorothy.

—¡Ah, se me olvidaba! Cada mes necesitaría un informe de sus movimientos: los lugares que ha visitado y las personas con quien ha estado Alice Darr, ¿entiende?

—Por supuesto.

La acompañé hasta la salida. Me despedí con agradecimiento, pero en ese momento me lanzó una pregunta que no venía a cuento:

—SeñorWilliam, ¿qué edad tiene? —Me quedé asombrado. Ninguna mujer me había hecho esa pregunta.

—Treinta —le mentí. Por entonces tenía veintiocho años.

—Aparenta más mayor. Le hacía unos treinta y seis, o treinta y ocho años.

—No sé si eso es bueno o malo, pero viniendo de usted, lo tomaré como un halago.

Cuando se marchó, me quedé con las ganas de preguntarle su edad, pero eso hubiese sido un grave error. A una dama nunca se le debe hacer esa pregunta. Y en mi caso aún menos, porque me hubiera jugado medio año de trabajo.

Esa misma mañana busqué una imprenta y encargué tarjetas, sobres y cartas con mi membrete y dirección. Tenía que hacer el contrato y no sería de recibo hacerlo sobre un papel en blanco. De manera que a los tres días recogí mi encargo y me puse a redactar un contrato sencillo pero muy claro. Para mí lo fundamental estaba en lo referente al cobro…

(Pausa y cambio de hoja).

Anoté que mis incentivos ascendían a 1500 dólares al mes, gastos aparte. Firmé tres ejemplares, los doblé y los metí en un sobre que no cerré, y el viernes día 21 marché a la dirección que me había anotado: el 300 Oeste de la calle 57 y el 595 de la Octava Avenida. Cuando llegué, comprobé que el edificio era propiedad del magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearts, quien, por cierto, había muerto hacía tres años. Era un edificio de seis plantas de piedra artificial roja, precioso. Al entrar en recepción, pregunté por la señora Dorothy Kilgallen.

—¿De parte de quién?

—De William Stowe.

—Espere un momento, por favor.

Aguardé mientras contemplaba toda la decoración. Estaba realizada con mucho gusto. No entiendo mucho sobre arte, pero me parecía que su arquitectura estaba entre líneas modernas y clásicas. Me gustó.

Una recepcionista me avisó de que en diez minutos me recibiría, así que me senté y esperé. Pasados quince minutos me llamaron.

—Suba a la tercera planta, saliendo del elevador a la izquierda. Allí pregunte a la secretaria.

—Muchas gracias, señorita.

Cogí uno de los elevadores, y tal como me dijeron, cuando estuve delante de una mujer tan guapa como seca, me dijo que esperase en el salón de visitas. ¡Cinco minutos más! Hasta pensé que me estaba tomando el pelo o que quería comprobar mi carácter. Pero la espera merecía la pena; era mi primer trabajo, y de los buenos. Encendí un cigarrillo y aspiré una enorme bocanada de humo, que después fui exhalando poco a poco por la nariz, saboreando el aroma del tabaco. Entonces llegó Dorothy, como recién salida de la peluquería, con elegancia y personalidad, caminando con pasos seguros. Se sentó en el sillón.

—¿Ha traído el contrato?

—Aquí lo tengo.

Se lo acerqué, habiéndolo sacado del sobre. Recuerdo que lo miró sin mucho detenimiento. Supongo que se fijó en la cuantía. No parpadeó. Se apoyó en la mesa y firmó las tres copias. Luego me entregó un sobre con 5000 dólares.

(Pausa y cambio de hoja).

—De todos los detectives con los que trabajo, usted es el más caro. Debe de ser muy bueno. Si es tan amable, anote en esta copia que recibe 5000 dólares a cuenta y firme, por favor. En dos meses recibirá el resto.

Cuando lo hice, se lo entregué.

—¿No lo cuenta?

—No es necesario, viniendo de usted —le contesté.

—Bueno. Ya puede empezar. Por cierto, ¿quiere acompañarme a comer? ¿O tiene ahora otra cosa mejor que hacer?

—Desde luego que no.

Nos levantamos y me dijo que esperase.

—Voy a dejar el contrato y dar algunas instrucciones. Enseguida vuelvo.

—No pienso marcharme sin usted.

Creo que aquella frase le gustó, y no lo hice con ninguna intención, pero ella me respondió con una pequeña y maliciosa sonrisa. Entramos en un restaurante donde ella habitualmente iba a comer, porque nada más entrar nos acompañaron a la mesa que siempre ocupaba. No recuerdo muy bien lo que comimos: ella, algo de pescado, y yo, ternera guisada. Estuvimos más de una hora hablando, sobre todo se interesó mucho por mi persona. En menos de una hora ella sabía tanto como yo de mi pasado. Era una mujer que sabía embaucar. Luego hablamos sobre el trabajo.

—¿Tiene alguna idea de por dónde empezar?

—Sí. Por Atlanta. Iré al Departamento de Policía. Allí tengo buenos amigos y me deben algunos favores.

—¿Cree que conseguirá algo?

—No lo sé, pero por algo tengo que empezar. Lo importante es conseguir el número de alguna cuenta bancaria, o descubrir su carnet de conducir, alguna multa. Si encuentro alguna huella, empezaré por ahí. Después improvisaré. Por cierto, me sería de mucha utilidad, ya que se mueve en los medios de comunicación, saber el nombre de alguno de los fotógrafos que hicieron las fotos para los periódicos.

(Pausa y cambio de hoja).

—Lo intentaré. Como entiendo que tendrá necesidad de consultarme o aclarar alguna cuestión, le voy a dar un teléfono. Llame cuando quiera y a cualquier hora. No hablará conmigo, pero me localizarán donde esté. Luego le llamaré yo. Si no es su teléfono de la oficina, indíquelo para que yo le pueda devolver la llamada lo antes posible. No quiero que hable de este asunto fuera del círculo de trabajo nada más que conmigo. ¿Lo ha entendido?

—Lo tengo muy claro.

—Me sorprende que a estas alturas no me haya preguntado por qué, por qué tengo tanto interés en esa persona.

—Nunca pregunto el porqué. Trabajo sin más. Así es este oficio. La lealtad, la sinceridad y la confianza con el cliente es lo que vale.

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