—No os preocupéis, no me ha molestado la pregunta. Contestaré.
Unos segundos de silencio antes de contestar dirigieron toda la atención del resto hacia Aleksi.
—Es difícil de explicar cuando se habla de situaciones en que se raya la ilegalidad. Sabéis perfectamente que el crimen organizado y la policía a veces colaboran entre sí puntualmente y por circunstancias que favorecen a ambos lados. Lo sé por propia experiencia.
—¿Por qué no lo cuentas, Aleksi? —le rogó Heikki.
—No creo que sea de gran interés.
—A mí me interesa —replicó Seija, apoyando sin duda a su marido.
—En 1961, un jefe mafioso contactó conmigo para realizar un trabajo de protección y vigilancia. Por aquel entonces, yo era detective privado, pero también agente externo del FBI. Se hizo un trabajo perfecto y bien pagado, y aunque me ofrecieron pasar de bando, no lo acepté. Sabía dónde estaba mi sitio. Sin embargo, el jefe de aquella familia a la que ayudé, pasado unos años, se puso de nuevo en contacto conmigo. Me envió un mensaje claro: quería ayudar al FBI a cambio de que quitaran de la circulación, es decir, arrestaran al cabecilla de la familia Buffalo en el oeste de NuevaYork, que no era otro que Stéfano Magaddino. Como la policía lo tenía en su lista y siempre se había escapado con recursos y escusadas enfermedades, aceptaron. Su primo hermano, Peter Magaddino, siempre fiel a Joe Bonanno, mi cliente, participó con su complicidad ofreciéndonos todo tipos de datos: dónde guardaba el dinero, lugares de reuniones y de sus actividades ilegales.Ya sabéis… A finales de noviembre de 1968 intervinimos y se le arrestó en la calle. Se registró toda su casa en Lewiston, también la casa de su primo Peter para disimular y la funeraria que tenía, que usaba como una de sus tapaderas. Finalmente, arrestaron a nueve hombres por cargos federales de conspiración y violación de la Ley de Transporte Interestatal y se incautaron de 530000 dólares, pero uno de ellos murió. Al intentar escapar, disparó y me alcanzó; yo estaba muy cerca. En poco tiempo tuve que tomar decisiones rápidas, y disparé. Le vi caer al suelo como un muñeco de trapo. Sí, Seija, he matado y puedo asegurarte que no es nada agradable.
Los tres enmudecieron. Sassa, que conducía atendiendo más a lo que contaba Aleksi, no supo cuánto tiempo ni cómo había estado conduciendo sin prestar atención a la carretera; se quedó perpleja con lo que había escuchado.
—Hemos venido para disfrutar el presente y no el pasado —afirmó tajante Sassa, como queriendo cerrar la conversación.
El resto del tiempo lo dedicaron a hablar de lo que veían, de lo bonito que era Finlandia y de las excursiones que harían cuando llegasen a Inari. Una vez allí, buscaron el pequeño hotel reservado a orillas del lago. Pasaron dos días en él, visitando la ciudad y sus alrededores. La tenue luz del sol de la noche daba a aquel lugar un toque aún más romántico, sobre todo para Sassa, que no veía el momento de insinuarse a Aleksi.
—¿Te gusta todo esto, Aleksi? —le preguntó Sassa.
—Es como ver postales navideñas.
—¡Son postales navideñas!Y tú estás aquí, contemplándolas conmigo.
Él, abstraído por lo que veía a su alrededor, no se percató ni sospechó de las pretensiones de la hija de Jalo.
—Me gustaría que pasásemos dos o tres días de acampada en una de las más de tres mil islas que tiene el lago —dijo Sassa en cierto momento en que estaban tomando unos refrescos.
—¿Y cuál sugieres? Porque tienes donde elegir —respondió su hermano.
—La que más aislada esté y donde menos gente haya. Podemos preguntar en Información. Ellos sabrán cuál indicarnos, supongo.
—¿Por qué no? Alquilamos un bote y exploramos la zona que nos indiquen. Montamos las tiendas y a disfrutar de la naturaleza. Me parece bien, pero tendríamos que comprar o alquilar todo lo necesario —añadió Aleksi.
—Sí, porque nos quedan ocho días.Tenemos que regresar el domingo 16. Eso es lo que dijimos, ¿verdad?
—Bueno, eso se dijo, pero pueden ser más o menos días. Depende de cómo nos vaya —replicó Sassa.
—¿Tú que dices, Heikki? —preguntó Aleksi.
—Sería estupendo encontrar ese paraíso.
—Pues adelante. No hay más que hablar —dijo Sassa, cerrando la conversación.
Con toda la información obtenida, decidieron dirigirse a la isla de Palkissaari, a treinta kilómetros hacia el este de Inari. Por supuesto, fueron trasladados en un pequeño barco. Para navegar entre centenares de islas había que ser un experto. Cuando llegaron a Liinasvuono —el Fiordo de Lino, al norte de la isla—, descargaron todos sus bultos y el kayak de aluminio para moverse por el agua y, siguiendo el consejo de la gerencia del hotel, lo primero que hicieron fue montar la batería y la antena de la emisora de radio en un lugar seguro, por si se presentaba algún imprevisto. Lo tenían todo pensado. Parecían colegiales, y la más contenta por aquella aventura era Sassa.
Entre todos montaron las tres tiendas y, a la hora de la comida, terminaron de tener todo en su sitio. El encargado de la logística y del material que pudieran necesitar era Heikki; de la comida estaban encargadas las dos mujeres. A Aleksi le dejaron la organización de las pequeñas excursiones que pudieran hacer. Llegó la noche y, como el sol nunca se ocultaba en los días de verano, al menos en aquellas latitudes, nadie tenía sueño ni se quería acostar; de modo que alrededor de una hoguera comenzaron unas conversaciones marcadas por la actualidad internacional.
—¿Qué opinas de Nixon? ¿Lo está haciendo bien? —La pregunta provino de Heikki, sensible siempre a todo lo que afectaba a Estados Unidos.
—En mi opinión, creo que sí; al menos, en lo referente a los asuntos exteriores. Por ejemplo, con el caso de la «vietnamización», buscando una solución negociada. Además, está claro que quiere acercarse a China y a la Unión Soviética, y eso es bueno para todos.
—Pues a los rusos no sé si les gusta tanto —remarcó Sassa.
—Y en tu opinión, ¿cómo fue Kennedy? —preguntó la joven Seija.
—¡Nefasto!
—¿Cómo que nefasto, si lo señalan internacionalmente como el mejor presidente? —replicó Heikki.
Fue entonces cuando Sassa, a quien no le gustaba por dónde iba la conversación, dio muestras de interés.
—¡Pues cuéntanos tu versión!
—Me ocuparía mucho tiempo explicarlo.
—Tenemos todo el tiempo del mundo. Hasta dentro de siete días o más, como ha dicho Sassa, no tenemos que volver —sentenció con todo interés Heikki.
Aleksi no tuvo más remedio que comenzar, como se preveía, un largo monólogo. Sabía que a Heikki le obsesionaba todo lo referente a los Estados Unidos, especialmente los temas políticos.
—Comenzaré por explicaros a modo de introducción lo que considero fundamental para entender mejor lo que más tarde os contaré. Para mí, los acontecimientos recientes que estamos viviendo empezaron en Cuba con su revolución. En los años 50 gobernaba Fulgencio Batista, un hombre que fue acumulando una enorme fortuna gracias al control y los cobros por conceder licencias de construcción y juegos a numerosos millonarios norteamericanos, principalmente, que querían invertir en Cuba, lejos de la fiscalidad norteamericana. Uno de los más importantes mafiosos de Nueva York, Meyer Lansky, se convirtió en una figura prominente en las operaciones del juego en Cuba, ejerciendo influencia directa sobre las políticas de Batista con respecto a los casinos. Tanto fue así que convirtió la isla en un puerto internacional para el tráfico de drogas.
Cuba se transformó en una máquina para hacer dinero. Pero ya sabéis, nada es eterno.Aquella manera de gobernar de espaldas al pueblo cubano prendió un espíritu revolucionario que poco a poco iba marcando la meta dentro de los corazones de la gente, que luchaba por alcanzar una vida digna, distinta a la que vivían llena de penalidades.
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