Wensley Clarkson - Ronaldo - Un genio de 21 años

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Ronaldo: Un genio de 21 años: краткое содержание, описание и аннотация

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Debió haber sido un día de gloria suprema para uno de los futbolistas más impresionantes del mundo. En cambio, aquel día literalmente puso de rodillas a la talentosa estrella joven. Su peor pesadilla se hizo realidad y no logró cumplir en el juego más importante de su vida. El periodista de investigación Wensley Clarkson traza la carrera de Ronaldo, desde sus humildes comienzos en los barrios marginales de Río hasta su ascenso al estrellato internacional. También revela los hechos que llevaron a su actuación en París el 12 de julio de 1998.

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Poco después del nacimiento de Ronaldo, Sonia consiguió otro trabajo en un puesto de comida ligera, por el que cobraba 10 dóla­res diarios por turnos que a veces llegaban a las doce horas. Dejaba al pequeño Ronaldo al cuidado de su hermana, que vivía en su misma calle, Rua General Cesar Obino. Sonia había adoptado la firme decisión de convertir el trabajo en su prioridad absoluta para que los suyos lograsen sobrevivir económicamente. Cada mañana, antes de tomar el autobús para ir al trabajo, dejaba al pequeño en manos de su hermana, que vivía al otro lado del polvoriento cami­no en una casa mucho más ruinosa que la de los De Lima. Ronaldo no volvía a ver a su madre hasta la media tarde.

No era de extrañar que Sonia se sintiese inmensamente culpable por dejar a sus hijos al cuidado de familiares mientras trabajaba. Sin embargo, se negaba categóricamente a pedir ayuda a su marido. Todas las noches, cuando volvía a casa después del trabajo, Sonia cambiaba pañales, hacía la cena y después caía derrumbada ante el televisor. No disponía de dinero extra para salir, por lo que se deleitaba con los diálogos sensibleros y los espantosos argumentos de las telenovelas de Río (las novelas das oito) que cada noche triunfan en televisión.

“Eso no era vida”, afirma ahora Sonia. “Tenía pocos amigos y Nelio estaba ausente la mayor parte del tiempo. Mi vida se limita­ba a cuidar de los niños y a trabajar, cuando en realidad tendría que haber estado por ahí fuera divirtiéndome con mi marido”.

La adicción de Sonia a las telenovelas de Río era su única libe­ración: solía sentarse ante el televisor durante horas y horas. Los actores parecían tan atractivos y honrados. ¿Por qué no podía ella encontrar a un hombre que fuese la personificación de estos perso­najes de televisión?

“En cierto sentido, Ronaldo, su hermano Nelio, su hermana Ione y yo misma crecimos juntos; quizás mucho más que otras madres y sus hijos. La televisión era una forma de evasión. No tenía mucho más en aquella época”, relata Sonia.

Sonia se enganchó a las telenovelas de Río, porque en la vida real se sentía abandonada por su marido y por el resto del mundo en general. Los héroes de los programas de telebasura y las infinitas revistas femeninas que caían en sus manos constituían una grata escapatoria de la desgraciada vida en la favela.

Sonia solía acordarse a menudo de las atrevidas predicciones del hechicero a propósito de su tercer hijo. Quizás la solución a sus problemas se encontrase en ese niño. Bien era cierto que cuando observaba la cara radiante del niño, le invadía cierta sensación de optimismo y llegaba a confiar en que el niño le abriría la puerta a la felicidad.

CAPÍTULO 2

Sudor y miedo en Bento Ribeiro

La Rua General Cesar Obino era como muchas otras calles de las favelas de Río, polvorienta y pedregosa. Tenía un bar, una escuela primaria y una iglesia evangélica, así como decenas de coches viejos, destartalados y quemados. Las mujeres mayores solían sentarse al sol en los escalones de entrada a sus chabolas y los niños se dedicaban a dar patadas a sus balones.

Las favelas surgieron porque una quinta parte de los 160 millo­nes de habitantes de Brasil vive en “pobreza absoluta”, expresión acuñada por las organizaciones benéficas locales para la gente sin hogar. En un país en el que el salario mínimo sigue siendo de 120 dólares al mes y en el que alquilar un apartamento en Río viene a costar unos 450, no resulta en absoluto sorprendente que una gran proporción de la población acabe viviendo en casas construidas por ellos mismos del tamaño de lo que en Gran Bretaña se considera­ría un cobertizo de jardín de buenas dimensiones.

Muchas de las favelas, como la situada en el extremo de Bento Ribeiro, fueron construidas en las laderas de las montañas para que las aguas residuales vertieran, ante la inexistencia de alcantarillado. Muchos de los niños matan el tiempo jugando al fútbol en las favelas al no tener medios para hacer otra cosa. Los hay que no saben leer ni escribir y su única moneda de cambio suele ser la des­treza con el balón.

La familia de Ronaldo solía contemplar las mejores zonas de Río y sus barrios periféricos desde la favela, mientras se imaginaban como sería la vida con lujos tales como una alfombra, saneamientos, coches y, ante todo, dinero.

Dieciséis de los familiares de Ronaldo vivían o habían vivido en el lugar que la familia De Lima llamaba su hogar, o cerca de allí. Se trataba de un terreno sucio y descuidado que albergaba a tres pequeñas chabolas. Sobre un trozo de madera y con pintura negra figuraba el número a 14. Un papel pegado con cinta adhesiva al pilar de la puerta de piedra rezaba: “Se venden cometas”.

Cuando llegaban desconocidos a la favela, los niños dejaban de jugar al fútbol y se arremolinaban en torno a ellos con la esperan­za de conseguir una moneda.

Durante los primeros años de su vida, Ronaldo compartió cama con sus padres. Le asustaba la oscuridad y, a menos que la luz del único dormitorio de la chabola permaneciera encendida, rompía a llorar. Sus padres solían esperar a que se quedara completamente dormido para acostarse. Hasta que no cumplió los cinco años, Ronaldo no durmió en el sofá de la sala de estar junto a su herma­no mayor Nelio.

Mientras, Nelio padre intentaba no perder su trabajo en la com­pañía telefónica local. No le pagaban demasiado, pero era un trabajo estable y, gracias a él, Sonia conservaba la esperanza de que en un futuro su marido acabase sentando la cabeza.

La casa de los Lima estaba amueblada de forma muy sencilla. No había teléfono a pesar del trabajo de Nelio, ni frigorífico para con­servar los elementos esenciales; simplemente una fresquera y dos hornillos de gas. Por otra parte, las instalaciones de fontanería habían sido improvisadas y no había más que dos enchufes: uno para la lámpara y otro para el televisor.

Cuando se nace en un ambiente pobre, cualquier juguete es válido para escapar de la realidad. En la chabola en la que pasó su infan­cia, Ronaldo tenía un osito de peluche y poco más, hasta que su padre le regaló una pelota de plástico en Navidades. Tenía cuatro años cuando el balón entró en su vida y le gustó más que a un niño unos zapatos nuevos.

“Pasé una infancia muy pobre, no me avergüenza decirlo”, afirmó Ronaldo unos años más tarde. “Mi primer balón de fútbol nos ofreció a mí y a mis amigos la posibilidad de ir a jugar al fútbol solos. Pronto encontramos un lugar y empecé a enamorarme del juego.

El campo en el que jugaban era un trozo de ladera desigual junto a la favela. El balón nunca llegó a suplantar al osito de peluche por la noche, pero se convirtió en un desahogo durante el día.

Ronaldo era un chico torpe y un tanto rechoncho. Sus dientes eran tan prominentes que a menudo era difícil entenderle al hablar. Además, los demás chicos tenían la impresión de que era un poco lento.

Durante las horas de sol, Ronaldo solía pegarle a la pelota de plástico en el campo improvisado por los muchachos en las afueras de Bento Ribeiro. Sobre un terreno abrasado, entre piedras y escombros, Ronaldo adquirió sus primeras habilidades con el balón. Al principio, nadie le pasaba el balón al niño torpe de cuatro años; tenía que lanzarse a por él y ganárselo por su propio esfuer­zo. Precisamente sería el esfuerzo físico que despliega en su juego el que unos años más tarde le convertiría en un jugador a ser teni­do muy en cuenta.

Muy pronto, Ronaldo comenzó a aprovechar la menor ocasión para escaparse al campo, pintar con tiza una cruz en el suelo y retar a los demás niños para ver quién conseguía mantener el balón en el aire durante más tiempo.

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