Sonia Barata Nazario De Lima, una joven y preciosa madre de dos niños, se involucró en el vergonzoso ambiente de la calle; salía apresuradamente de su pequeña casa de un solo y minúsculo dormitorio al borde de la favela de la ladera, y se introdujo en lo que quedaba de un destartalado Volkswagen Escarabajo que le pertenecía a un familiar. Estaba francamente preocupada. Los dolores que sentía en su interior parecían presagiar que el embarazo iba a acabar de forma prematura. Quería que este bebé naciese de la misma forma en que lo habían hecho los dos anteriores. Sin embargo, la vida se resistía a ponerle las cosas fáciles. Allí estaba ella, embarazada a los 25 años y nada segura del papel que seguiría desempeñando Nelio, su díscolo marido, en su vida. De hecho, era consciente de que en cualquier momento podía abandonarla al ser incapaz de resistir la tentación del alcohol y las drogas.
Sin embargo, Sonia estaba decidida a que este hijo naciese sano. Aún recordaba la predicción de un hechicero del lugar que, en una ocasión, invitado a la chabola por un familiar, había adelantado que su tercer hijo sería un niño con unas dotes sobresalientes, que sacada de la miseria para siempre a Sonia y a los suyos. Sonia reitera los presagios del brujo: “Un día, llegará un niño que iluminará tu vida y te hará millonaria”. En su día, le restó importancia a esa predicción, pero a medida que se iba acercando al centro médico local por un camino sucio, pedregoso y lleno de baches, las palabras del hechicero volvieron a resonarle en la cabeza. Desde luego, era mucho mejor que cualquier otro recuerdo de su catastrófico matrimonio con el atractivo Nelio.
Para Sonia, la eterna soñadora, el matrimonio se le presentó en un principio como una buena forma de acceder a la felicidad, aunque más adelante acabaría comprobando que su destino estaría ligado a la pobreza de por vida.
“Estaba completamente enamorada de Nelio, pero era un amor ciego. Era tan joven que no me daba cuenta de las fisuras de la relación, que saltaban a la vista de todos”, afirma ahora Sonia. Hace una pausa y añade: ‘’Tendría que haberme dado cuenta”.
La boda de Sonia y Nelio cinco años antes no sirvió más que para aliviar momentáneamente a Sonia del entorno de miseria y drogas que se respiraba en aquellos barrios marginales en los que la electricidad para el televisor era más importante que el agua corriente y el alcantarillado. Para la familia de Sonia, la boda fue la forma ideal de deshacerse de ella. Consideraban que no era más que una joven muy maternal que había acudido poco a la escuela y a regañadientes. El matrimonio se presentaba como la única forma de sobrevivir en la favela. Sonia, por su parte, se veía a sí misma en un segundo plano, incapaz de competir con el alcohol o las drogas. Sin embargo, la felicidad de Sonia fue efímera como solía serlo.
Nelio vagaba de un trabajo a otro. En una ocasión llegó incluso a abandonar el hogar familiar durante seis meses para intentar conseguir un trabajo en el estado de Amazonas, al norte de Brasil, donde los leñadores habían logrado hacerse con el dominio de la selva tropical.
Sonia se puso a trabajar día y noche de limpiadora en una pizzería para poder alimentar a su familia. Después, el matrimonio consiguió sendos trabajos en la compañía telefónica local, pero a Sonia le hicieron abandonar el puesto al quedarse embarazada de su tercer hijo. Ahora, los golpes que se empeñaba en asestarle la vida amenazaban con transformar su tercer embarazo en un desastre.
Un día antes de empezar a trabajar, Sonia limpió la casa de arriba a abajo. En cierto modo, le ayudaba a evitar pensar en su situación desesperada: casi siempre sola y a punto de convertirse en madre por tercera vez, cuando en realidad no podía permitirse alimentar a una boca más con los escasos treinta dólares semanales que ocasionalmente aportaba Nelio de su salario.
Su orgullo le había impedido acudir a sus familiares en busca de ayuda económica. De todos modos, la mayoría de ellos estaban atravesando por la misma situación desesperada. Sin embargo, Sonia no estaba dispuesta a darse por vencida. Es más, tenía muy claro que iba a arreglárselas con o sin la ayuda de Nelio.
Mientras el destartalado Volkswagen Escarabajo de su familiar iba enfilando las abarrotadas calles de Bento Ribeiro, Sonia no sintió miedo alguno. Tampoco le quedaba mucha opción.
El centro médico San Francisco Javier no era mucho más higiénico que su chabola. De camino a la sala de partos, Sonia se dio cuenta de la asombrosa cantidad de mujeres a punto de dar a luz. Muchas de ellas gritaban y alguna que otra estaba dando a luz en la diáfana sala en presencia de decenas de parturientas.
Media hora después, llegó el turno de Sonia.
“Es un niño”, le anunció el médico al tiempo que le mostraba un cuerpecito con una mata de pelo negro. “¿Cómo se llamará?”
Sonia alzó la vista somnolienta y le dedicó una sonrisa, no sin esfuerzo, al médico que la había atendido en el parto. “Gracias, doctor. ¿Cómo se llama usted?”
“Ronaldo”, contestó él.
“Pues entonces le llamaremos Ronaldo en agradecimiento a su destreza”, respondió Sonia.
Lo cierto es que Sonia no le había dado muchas vueltas al nombre, porque pensaba que habría sido un mal augurio en caso de haber surgido complicaciones en el parto.
Allí estaba ella, tumbada, recuperándose del parto en el que había nacido un niño de 3.300 gramos, completamente ajena a lo que acababa de ocurrir. Era como si aquellos momentos tan tensos le hubiesen sucedido a otra persona. Le preocupaba el bienestar de su hija Ione y de su hijo Nelinho (el pequeño Nelio) en un hogar en ruinas. ¿Permanecería Nelio junto a la familia o se dedicaría a sus frecuentes sesiones de droga y alcohol?
Sonia estaba decidida a sacar adelante a Ronaldo y a sus otros dos hijos por su cuenta si Nelio seguía desentendiéndose de la familia. Era muy consciente de que nunca llegaría a ser un buen padre.
Nelio nació en un barrio mucho más pobre llamado Erja, en el que vivió con su familia hasta que contrajo matrimonio con Sonia en 1971. Durante los años posteriores al nacimiento de sus dos primeros hijos, Nelio se fue dejando llevar cada vez más por el alcohol y las drogas. Los empleados de su bar preferido de Bento, Julio’s, aún recuerdan muy bien sus sesiones de bebida maratonianas.
El camarero Ronadaldo Pires recuerda que “cuando Nelio se tomaba un par de copas, se convertía en el alma de la fiesta”. Cuando se emborrachaba, Nelio se dedicaba a invitar a todos los que estuvieran en el bar y después se pasaba las semanas siguientes rehuyendo para pagar lo que debía.
Cuando Nelio apareció en el centro médico para ver a su mujer, le dijo a ésta que no podía permitirse inscribir a Ronaldo en el registro, aunque estaba obligado a hacerlo inmediatamente por ley. Incluso pagó los honorarios del médico con monedas que posteriormente confesó haber recibido prestadas de amigos y familiares. Pasaron cuatro días hasta que Nelio consiguió ahorrar los 10 dólares necesarios para el registro y, para evitar ser multado por no haber realizado los trámites en su debido tiempo, declaró que el niño había nacido el 22 de septiembre.
No hay nada de raro en esto. De hecho, cada año deja de registrarse en Brasil más de un millón de niños.
Por este motivo, Ronaldo celebra su cumpleaños dos veces al año. En lo que respecta a su familia, Ronaldo nació el 18 de septiembre. Oficialmente, fue el 22.
Remontándonos a 1976, en aquella época, Sonia no tenía tiempo para andar sufriendo depresiones posparto. Le dio el pecho a Ronaldo durante muchos meses, porque era una forma barata y natural de alimentarle. Cuando abandonó el hospital con el pequeño en sus brazos envuelto en una sábana, ya había ideado un plan. El niño iba a ser su inspiración. Sería un éxito. Las predicciones disparatadas de aquel hechicero podrían hacerse realidad.
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