Me puse en contacto con gente de Río que le conocía bien. Uno de ellos, el famoso fisioterapeuta Filé, me comentó que Ronaldo “se encuentra en una encrucijada. La tormenta recién ha comenzado”.
Muchos aceptaron abrir viejas heridas y revelar sus auténticos sentimientos por Ronaldo para ayudarme a escribir el libro. Dediqué muchas horas a entrevistar a esas personas, averiguando los extraños hábitos de Ronaldo durante su infancia y la verdadera historia acerca de su relación con unos padres atormentados. Los que me ayudaron, expresaron su auténtico deseo de que este libro fuese la única versión veraz e imparcial de la vida de Ronaldo y de los altibajos de Francia 98. Estaban convencidos de que Ronaldo comprendería que mi única intención era acercarme a la verdad. Estoy enormemente agradecido a los que decidieron apoyar mi versión sobre todas las demás. Espero, de todo corazón, que este libro sea el fiel reflejo del valor y la determinación de los que se atrevieron a expresar su opinión.
Las brillantes actuaciones de Ronaldo sobre los terrenos de juego de todo el mundo constituyeron otra fuente de información muy importante. Dicen tanto de su vida que me proporcionaron el hilo perfecto para poder coser las distintas partes de la narración. La vida de Ronaldo es el fútbol, y su fútbol nos da una idea de su vida.
Cuando nos reunimos en agosto de 1998, Ronaldo midió mucho sus palabras y respondió a todas mis preguntas con calma y serenidad, a pesar de que las masas le estuviesen agobiando. Estoy enormemente agradecido de que ni él ni ninguno de sus principales agentes, Alexandre y Reinaldo, intentasen frenar mi proyecto de escribir el libro. Aunque Ronaldo nunca lo apoyó de forma oficial, tampoco puso trabas a ninguno de los amigos que decidieron colaborar conmigo. Por todo esto, creo que el libro ha tenido un buen resultado. Con todas sus generosas contribuciones, he logrado dibujar una imagen con palabras que refleja plenamente la talla de este hombre. Aquí está todo reunido: la mayor de las miserias, la huida de los barrios marginales, el ascenso al estrellato y el misterio de aquellos noventa minutos desgarradores que cambiaron la imagen del fútbol mundial.
Ronaldo no es la primera estrella de fútbol en la historia del deporte que se ha convertido en un símbolo. Sin embargo, sí es el primero en pertenecer, de los pies a la cabeza, a las grandes marcas deportivas, a los patrocinadores y, durante los dos últimos años, a dos de los clubes de fútbol más ricos del planeta. Miles de chicos y chicas adolescentes enloquecidos le acosan donde quiera que vaya. Los sesenta y los primeros años de los setenta, fueron de Pelé; los ochenta, de Maradona, y, según parece, los últimos años de los noventa pertenecen a Ronaldo. Incluso el Papa bendijo al brasileño antes de Francia 98.
El célebre gol que marcó ante el Compostela el 12 de octubre de 1996, cuando jugaba en el Barcelona, se convirtió en uno de sus distintivos. Para los amantes del fútbol, es uno de esos momentos que permanecerá en la memoria para siempre. Fue un gol comparable al de George Weah, del Milán, contra el Verona, o al segundo gol de Maradona a Inglaterra en 1986. En el gol de Ronaldo intervinieron tres elementos que hacen imposible someter a cualquier tipo de lógica o conocimiento las posibilidades de un pie y un balón. Incluso después de haber visto la imagen diez veces, es imposible comprender qué fue lo que pasó exactamente.
Tras recibir el balón, Ronaldo se deshizo de un grupo de jugadores que le salieron al paso, superó a rivales que habrían derribado a jugadores de menor valía y regateó a cinco jugadores del equipo contrario. Al final, con dos defensas flanqueándole y cuando parecía que iba a perder el equilibrio, acarició el balón sin esfuerzo aparente, superó al guardameta contrario y marcó el gol.
Ese momento tan brillante duró tan sólo catorce segundos, pero refleja a la perfección los motivos que hacen ser tan especial a Ronaldo. Cuando le entran al choque, no se tira de forma melodramática; simplemente, esquiva. Dispara a través de las filas enemigas como si de una catapulta se tratara. Es un brasileño con el físico marmóleo de un alemán.
El famoso gol fue retransmitido miles de veces en las cadenas de televisión de todo el mundo. Los supuestos expertos se dedicaron a discutir incesantemente el mérito de la jugada. Sin embargo, nadie pareció estar cansado de verlo. Fue prácticamente una obra de arte.
Es imposible intentar explicar en pocas palabras la locura que invadió al mundo. Quizás, al igual que ocurre con muchos otros genios, la mejor forma de abordar la cuestión sea desde distintos puntos de vista.
En el pasado, sólo unos cuantos jugadores han suscitado tanto interés. Sin lugar a dudas, el primero de la lista sigue siendo Maradona. Los hay que incluso han llegado a afirmar que Ronaldo es otro Maradona. Ambos fueron delanteros muy brillantes que consiguieron salir de ambientes marginales; los dos fueron descubiertos, empaquetados y vendidos casi como esclavos a una edad excesivamente prematura; pero los puntos en común acaban ahí. Maradona tenía un inquietante botón autodestructivo dentro y fuera del terreno de juego. Hasta la final de Francia 98, Ronaldo nunca había cometido ni un error. Sin embargo, tiene que haber otros factores que potencien el atractivo de Ronaldo.
En general, la forma más segura de que un futbolista sea adulado y logre aparecer más allá de los límites de la disciplina que ha escogido consiste en poseer un increíble atractivo sexual. Con un poco de suerte, si el artista en cuestión es joven y tiene un toque de peligrosidad, surgirán las comparaciones con las estrellas de la música y del cine. Ronaldo, sin embargo, era casi un patito feo. Prácticamente le tuvieron que reconstruir de joven para convertirle en la persona atractiva y segura de sí misma que es hoy en día. No cabe duda de que su juventud refuerza su atractivo (sólo contaba 17 años cuando debutó con la selección brasileña), pero influyen muchos más factores.
Al contrario que Shearer, Bergkamp, Del Piero y Vieri, Ronaldo ha conseguido un éxito asombroso en poquísimo tiempo. En muchos sentidos, el desastre de Francia 98 puede servirle para reforzar su dominio dentro del fútbol mundial, al ser un ejercicio que podría ayudarle a fortalecer su personalidad mucho más que cualquier tipo de entrenamiento o triunfo.
Ronaldo es el tipo de individuo que, hasta que alguien no descubre sus dotes, podría pasar desapercibido en una reunión de más de dos personas; y esto forma parte de su atractivo. Puede que millones de aficionados de todo el mundo le consideren Dios , pero no deja de ser una persona corriente.
Sus seguidores, en concreto los más jóvenes, se deleitan con todo lo que tiene para ofrecerles. Seguro que muchos de ellos darían lo que fuera por saber jugar como él.
En la mayoría de los partidos en los que juega Ronaldo se cuelga el cartel de completo. Millones de personas de todo el mundo han comprado las cintas con sus mejores jugadas, a pesar de que este tipo de videos sólo suele tener aceptación entre los aficionados más apasionados y los aspirantes a ser futbolistas.
Su increíble éxito puede deberse en parte a su nombre: es fácil de recordar y suena inofensivo. Sin embargo, por mucho que Ronaldo pueda parecer una especie de marca comercial, lo cierto es que sus dotes futbolísticas tienen un estilo propio. Quizás Michael Owen sea el único jugador contemporáneo, aparte de Ronaldo, cuyo arte en el campo es tan fácil de identificar. A pesar de lo que digan sus detractores, las habilidades de Ronaldo no se reducen a una pura diligencia, a una base sólida de fútbol y a una destreza especial para aprovecharse de la falta de agilidad de los defensas contrarios. Y es que uno de los aspectos menos comprendidos del arte de Ronaldo es el uso que hace de su fuerza física. De hecho, su fortaleza media es equiparable a la de jugadores como Shearer y Bergkamp. Pero lo más importante es que tiene una forma muy madura y extremadamente controlada de afrontar la violencia sobre el terreno de juego.
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