7. Dositeo preparaba muy bien la cama para los enfermos. Estaba libre de prejuicios y revelaba sus pensamientos, de manera que, a menudo, cuando pasaba el bienaventurado Doroteo mientras él hacía las camas con atención, le decía: “Señor, señor, mi pensamiento me dice: Haces bien la cama”84. Doroteo le respondía: “¡Ah sí, señor! Eres entonces un buen servidor, un buen trabajador, pero ¿eres buen monje?”. Tampoco le permitia apegarse a ningún objeto. Recibía todo con alegría y confianza, y obedecía en todo con buen ánimo. Cuando necesitaba ropa, Doroteo se la daba, y Dositeo apartándose, la arreglaba con cuidado. Cuando había terminado, le decía Doroteo: “Dositeo, ¿has reparado el vestido?”. “Sí, señor” -respondía- “y lo he arreglado bien”. “Dáselo entonces a tal hermano o a tal enfermo”. Iba y lo daba con gusto. Recibía después otro y, de la misma manera, cuando lo había remendado con esmero, le decía: “Dáselo a tal hermano”. Y lo entregaba enseguida, sin entristecerse en absoluto ni decir: “Después del esfuerzo de arreglarlo, me lo quita y se le da a otro”, sino que se esforzaba por poner en práctica todo lo que oía de bueno.
8. En otra oportunidad, un comisionista trajo un cuchillo muy hermoso, de buena factura. Lo tomó Dositeo y se lo llevó al Abad Doroteo, diciendo: “Un hermano ha traído este cuchillo, y lo he tomado, si lo permites, para que lo tengamos en la enfermería, pues corta bien la miga de pan”. Mas el bienaventurado no adquiría jamás nada para la enfermería que fuera más hermoso de lo conveniente. Le dijo: “Tráelo, para que vea si es bueno”. Se lo entregó diciendo: “Sí señor, es bueno para miga”. Vio Doroteo que era bueno para el uso, pero como no quería que el joven estuviese apegado a ningún objeto, no quiso que lo guardase. Le dijo.: “Dositeo, ¿tanto te gusta? ¿Quieres ser servidor de este cuchillo y no servir a Dios? ¿Te gusta y te atas a él? ¿No te avergüenzas de querer que te domine este cuchillo y no Dios?”. El otro escuchaba sin reaccionar, y bajaba los ojos en silencio. Después de hablarle largamente, Doroteo concluyó: “Déjalo y no lo toques más”. Dositeo observó la orden de manera que no lo tocaba ni siquiera para dárselo a otro, mientras que los demás servidores lo utilizaban, sólo él no lo tocaba, y jamás dijo: “Por qué yo entre todos?”, sino que hacía con alegría todo lo que oía.
9. De esta manera pasó el breve tiempo que vivía en el monasterio, -fueron unos cinco años-, y se perfeccionó en la obediencia, sin hacer nada según su deseo en ninguna cosa ni obras por pasión. Cuando enfermó y empezó a escupir sangre (pues murió tisico), oyó decir que los huevos pasados por agua son buenos para los que escupen sangre. El bienaventurado Doroteo también lo sabía, pero a causa de sus preocupaciones no había pensado en ello, a pesar de que atendía con gusto al enfermo. Dositeo le dijo: “Señor, quiero decirte que he oído de una cosa que me haría bien, pero deseo que no me la des, pues me obsesionan los pensamientos”.
- “Dime de que se trata, Dositeo”.
- “Prométeme que no me la darás, porque, como dije, mi pensamiento me molesta”.
- “Bueno, haré lo que quieras”.
- “Oí decir a algunos que los huevos pasados por agua son buenos para los que escupen sangre. Por el Señor, ya que no se te ha ocurrido dármelos, no me los des ahora, a causa de mi pensamiento”.
Le respondió Doroteo: “Bueno, ya que no quieres, no te daré, no te aflijas”. Doroteo se esforzaba por darle otras cosas que le hicieran en vez de los huevos, porque había dicho: “Me obsesiona mi pensamiento a causa de los huevos. Aun en semejante enfermedad luchaba contra su voluntad propia.
10. Conservaba en todo momento el recuerdo de Dios, pues su maestro le había trasmitido el repetir continuamente: “Señor Jesucristo ten piedad de mi”, y otras veces: “Hijo de Dios ayúdame”85. Esta era su plegaria constante. Cuando cayó enfermo, Doroteo le dijo: “Dositeo, a la oración, mira de no perderla” Le respondió: “Sí, señor, ruega por mí”. Otra vez, cuando estaba un poco más afligido por el mal, le preguntó: “¿Cómo va la oración? ¿Está todavía?” -”Sí, señor” -contestó- “gracias a tus plegarias”. Cuando estuvo aún más enfermo -su debilidad llegó a tanto, que tenían que llevarlo sobre una sábana-, le preguntó: “¿Cómo va la oración, Dositeo?”. “Perdóname, señor” -respondió- “pero ya no tengo fuerzas para mantenerla”. Le dijo entonces: “Deja pues la oración, conserva solamente el recuerdo de Dios y piensa que está ante ti”.
Sufría mucho y mandó decir al Gran Anciano: “Despídeme, déjame partir porque no puedo más.” El Anciano le respondió: “Soporta, hijo, pues la misericordia de Dios está cerca”. El bienaventurado Doroteo veía que sufría mucho y le preocupaba que el muchacho pudiera sufrir detrimento. Otra vez, unos días después, se dirigió Dositeo al Anciano: “Maestro, estoy sin fuerzas”. El Anciano le respondió: “Vete en paz, ocupa tu lugar cerca de la Santa Trinidad y reza por nosotros”.
11. Cuando oyeron los hermanos la respuesta del Anciano, comenzaron a enojarse y dijeron: “¿Qué ha hecho éste? ¿Cuál ha sido su práctica para merecer oír esas palabras?” En verdad, no le veían ayunar día por medio, como algunos de ellos, ni velar antes del oficio nocturno, además para este oficio se levantaba sólo después de dos nocturnos86. No lo veían hacer una sola ascesis, sino que lo veían comer, a veces, un poco de la comida de los enfermos o, si sobraba, una cabeza de pescado u otra cosa por el estilo. En cambio, había algunos que, como dije, ayunaban día por medio desde hacía tiempo, y duplicaban sus vigilias y se ejercitaban en la ascesis. Cuando oyeron la respuesta enviada por el Anciano a un joven que llevaba sólo cinco años en el monasterio, se indignaron, porque desconocían su obra: la obediencia en todo, de manera que ni una sola vez había hecho su voluntad, y una obediencia tan libre de propio juicio que si el bienaventurado Doroteo le daba una orden en broma, se alejaba corriendo y la ponía en práctica. Un caso: al principio y por costumbre hablaba con rudeza. Una vez el bienaventurado Doroteo le dijo en broma: “Necesitas pan con vino, Dositeo, está bien, toma pan con vino”. Al oír esto, trajo un recipiente con vino y pan, y lo presentó a Doroteo para que lo bendijese. Este, que no comprendía, se volvió hacia él, y le preguntó asombrado: “¿Qué quieres?”. Le respondió: “Me mandaste tomar pan con vino, ahora dame la bendición”. Doroteo le dijo: “¡Necio, vociferas como un godo! -los godos se irritan y vociferan- por eso te dije: “Toma pan con vino, porque gritas como un godo”. Al oír esto, se postró, fue a dejar el recipiente.
12. En otra ocasión a Doroteo sobre una palabra de la Santa Escritura. Comenzaba, en efecto, a comprender algo de la Escritura por su pureza. Pero el santo no quería que se dedicara entonces a ello, sino que se conservara en la humildad. Por eso, respondió a la pregunta diciendo. “No sé”. Sin pensar, Dositeo volvió a interrogarlo sobre otro capítulo. Le respondió: “No sé, pero ve y pregúntale al abad”. Sin sospechar nada fue, pero antes Doroteo había advertido al abad, a escondidas de Dositeo: “Si Dositeo viene a preguntarte algo sobre la Escritura, castígalo un poco”. Cuando llegó, pues, y le interrogó, comenzó a hacerle reproches: “¿No te quedas en paz, ignorante? ¿Te atreves a hacer tales preguntas y no piensas en tu impureza?”. Le dijo otras cosas por el estilo y lo despidió dándole dos bofetadas. Volvió Dositeo adonde estaba el abad Doroteo y le mostró las mejillas enrojecidas por las bofetadas, diciendo: “Las tengo, ¡y sólidas!”. Pero no dijo: “¿Por qué no me corregiste tú mismo, en vez de enviarme al abad?”. No dijo nada de esto, sino que aceptaba todo lo que venía de su maestro con fe, y lo guardaba de manera que no volvía otra vez sobre el mismo pensamiento.
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