Primero hablaré brevemente del bienaventurado Dositeo, que fue el primer discípulo de bienaventurado abba Doroteo, cuando estaba todavía en el monasterio de abba Séridos, y conducía la lucha para alcanzar la sumisión según Cristo.
75 Oratio 25,1.
76GREGORIO DE NACIANZO, Oratio 45,8.
77Cf. Reglas breves ( Regulae brevis tractatae ) , 241.
78 Apotegma 7. Salvo indicación en sentido contrario, las referencias envían a la Colección alfabética griega .
1. Abba Doroteo, hombre verdaderamente bienaventurado, abrazó la soledad con Dios, se retiró al cenobio del abad Séridos. Encontró allí varios grandes ascetas que vivían como hesicastas, entre los cuales descollaban dos ancianos: el muy santo Barsanufio y su discípulo, en verdad compañero de esfuerzos, el abad Juan, llamado el Profeta por el don de discernimiento que había recibido de Dios. Doroteo se entregó a ellos con total confianza: se comunicaba con el Gran Anciano por medio del Abad Séridos, y fue encontrado digno de asistir al abad Juan el Profeta. Los santos Ancianos decidieron que construyera allí una enfermería, y que él mismo cuidara de ella, pues, en efecto, los hermanos sufrían mucho cuando enfermaban porque no había quien los atendiese. Con la ayuda de Dios construyó la enfermería, con la cooperación económica de su propio hermano según la carne, que era un varón amante de Cristo y amigo de los monjes. El mismo abad Doroteo, como ya dije, con otros hermanos temerosos de Dios, curaba a los enfermos y tenía la responsabilidad de la casa.
2. Un día, el higúmeno , Abad Séridos, lo mandó llamar. Fue, y encontró junto a él a un joven, con uniforme militar, delicado y de aspecto agradable, que acababa de llegar al monasterio con algunos amigos del abad80, que eran soldados del Duque. Cuando se presentó el Abad Doroteo, el abad lo llamó aparte y le dijo: “Estos hombres han traído al joven, diciendo que quiere quedarse en el monasterio. Pero yo temo que pertenezca a uno de los grandes señores, y esté huyendo de él a causa de algún robo, y nosotros nos encontremos luego en dificultades. No tiene el aspecto ni la actitud de quien desea hacerse monje”.
3. Era paje de un general y había vivido con mucha delicadeza, -los pajes de esta gente son siempre muy delicados- y no había oído nada acerca de Dios. Pero algunos soldados del general le hablaron sobre la Ciudad Santa y tuvo deseos de verla. Pidió al general que lo enviase a visitar los Santos Lugares, y Éste, que no quería entristecerlo, encontró a un amigo que iba para allí y le dijo: “Por favor, toma contigo a este joven para que recorra los Santos Lugares”. El que había recibido al muchacho del general, lo trató con consideración y atención y lo hizo comer con él y con su esposa. Cuando hubieron llegado a la ciudad y venerado los lugares santos, fueron a Getsemaní. Había allí una representación de los castigos (del infierno). Estaba el joven mirando con atención y sorpresa, cuando vió junto a sí una mujer de aspecto venerable, vestida de púrpura, que le daba explicaciones sobre cada uno de los condenados y le instruía sobre otros puntos. El muchacho escuchaba admirado, casi sin respirar, pues, como ya dije, no había oído hablar a Dios ni decir que hubiera un juicio. Le preguntó: “Señora, ¿qué debo hacer para evitar estos castigos?”. Ella le respondió: “Ayuna, no comas carne y reza continuamente y de esa manera escaparás de los castigos”. Después que le hubo dado estos tres preceptos, se volvió invisible. El muchacho quedó lleno de compunción y guardó los mandamientos que habla recibido. El amigo del general, al verlo ayunar y abstenerse de carne, se preocupó por el general, pues sabía que éste le apreciaba mucho. Por su parte, los soldados que lo acompañaban, viéndolo comportarse así, le decían: “Hijo, esto que haces no conviene a uno que desea permanecer en el mundo. Si quieres practicarlo, vete a un monasterio y salva tu alma”81. Pero él no sabía nada acerca de Dios ni qué era un monasterio, solamente observaba lo que le había dicho la Señora. Les contestó: “Llévenme adonde ustedes saben, porque yo no sé adonde ir”. Algunos de ellos eran amigos del Abad Séridos y se dirigieron a su monasterio, acompañados por el muchacho.
4. Como el abad había deputado al bienaventurado Doroteo para que hablara con él, lo examinó cuidadosamente; el joven no decía más que: “Quiero salvarme”. Volvió, pues, y dijo al abad. “Si quieres recibirlo, no temas. No hay nada malo en él. El abad le dijo: “Hazme la caridad de tomarlo contigo, para que se salve, porque no quiero que esté junto con los hermanos”. Doroteo se excusó largamente y dijo: “Recibir esta carga supera mi condición: no es a mi medida”. El abad replicó: “Yo llevo, tu carga y la de él, no te aflijas”. Entonces dijo Doroteo: “Puesto que lo quieres tanto, consulta al Anciano”. Y le respondió: “Está bien, le hablaré”. Fue a decirlo al Gran Anciano y éste manifestó la revelación siguiente acerca de Doroteo: “Acéptalo, por ti lo salvará el Señor”. Lo recibió entonces con alegría y lo tuvo consigo en la enfermería. Su nombre era Dositeo.
5. Cuando fue la hora de comer, le dijo Doroteo: “Come hasta saciarte, tan sólo dime lo que comes”. Vino luego y le dijo: “Comí un pan y medio”. El pan era de cuatro libras82. Doroteo le preguntó: “¿Estás bien, Dositeo?”. “Sí, señor” -respondió- “estoy bien”.
- “¿No tienes hambre?”.
- “No maestro, no tengo hambre”.
- “Entonces -continuó Doroteo- comerás un solo pan y la cuarta parte del otro. Partirás el otro cuarto en dos partes, comerás una y dejarás la otra”.
Así lo hizo. Después le preguntó Doroteo: “¿Tienes hambre, Dositeo?”. “Si, señor, un poco”, le respondió.
Unos días más tarde, Doroteo lo interrogó nuevamente: “¿Como te va, Dositeo? ¿Sigues con hambre?”.
- “No, señor, gracias a tus oraciones estoy bien”.
- “Deja la otra mitad del cuarto de pan”.
Así lo hizo. Pocos días después le preguntó nuevamente. “¿Cómo estás? ¿No tienes hambre?”.
- “Me va bien señor”.
- “Parte en dos el otro cuarto, come la mitad y deja la otra mitad”.
Lo hizo así. De esta manera, con la ayuda de Dios fue descendiendo de seis libras a ocho onzas83, porque hay costumbre también en la comida.
6. El joven era muy suave y gentil en todo lo que hacía. Servía a los enfermos en la enfermería, y estaban satisfechos con su servicio, pues todo lo hacía pulcramente. Si se impacientaba con uno de los enfermos y le decía alguna palabra fuerte, dejaba todo y se iba llorando al depósito. Cuando los otros que atendían la enfermería entraban para consolarlo y no lo conseguían, decían al Abad Doroteo: “Señor, ten la caridad de ver qué tiene este hermano, porque está llorando y no sabemos por qué”. Entraba y lo encontraba sentado por tierra, llorando. Le preguntaba: “¿Qué pasa, Dositeo? ¿Por qué lloras?”. Respondía: “Perdóname, señor, pero me enojé y hablé mal a mi hermano”. Y le decía: “Ah, Dositeo! ¿Así que te enojas, y no te avergüenzas de airarte y hablar mal a tu hermano? ¿No sabes que él es Cristo y que obrando así, entristeces a Cristo?”. El muchacho bajaba los ojos llorando, sin decir palabra. Cuando veía Doroteo que ya había llorado bastante, le decía: “Dios te perdone. Levántate, comencemos de nuevo a partir de ahora. Estemos atentos y Dios nos ayudará”. Apenas oía esto, se levantaba y corría alegremente a su trabajo, creyendo verdaderamente que había recibido el perdón de Dios.
Los de la enfermería que conocían su costumbre, cuando lo veían llorar se preguntaban: “¿Qué tiene Dositeo? ¿En qué habrá faltado?”. Y avisaban al bienaventurado Doroteo: “Señor, ve al depósito, porque hay trabajo para ti”. Al entrar, y ver al joven sentado en el suelo y llorando, comprendía que había pronunciado alguna palabra inconveniente, y le decía: “¿Que hay, Dositeo? ¿Has entristecido a Cristo otra vez? ¿Te has enojado nuevamente y no te avergüenzas? ¿No vas a corregirte nunca?”. El muchacho seguía llorando abundantemente. Cuando veía que estaba saciado de llorar, le decía: “Levántate, Dios te perdone. Comencemos otra vez desde el principio, pero corrígete al fin”. Y enseguida dejaba la tristeza, con fe e iba a su trabajo.
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