Todo esto nos muestra que la obediencia no es para el maestro de Gaza un simple requisito organizativo de la vida comunitaria. Es el modo de participar en la misma filiación de Cristo, por el cumplimiento de la voluntad del Padre. Y por ello, más que un instrumento ascético, la obediencia encierra la relación salvífica que hace retornar al monje a Dios, de quien se había apartado. Y el ejemplo más vivo de ello fue Dositeo. Años después de su muerte, Doroteo decía de él: “Fíjense en el bienaventurado Dositeo. Provenía de una vida relajada y sensual, y no había oído hablar ni una palabra acerca de Dios. Sin embargo, todos ustedes conocen las cumbres a que lo llevó en poco tiempo la fiel práctica de la obediencia y la negación de la voluntad propia. También todos ustedes saben cómo Dios lo ha glorificado y no ha permitido que tal virtud cayese en el olvido. Dios se lo ha revelado a un anciano que vio a Dositeo en medio de todos los santos, gozando de su felicidad”51.
5. La caridad y las cumbres de la oración
Las cartas que Barsanufio y Juan dirigieron a Doroteo nos permiten conocer cuál es la fuente de la doctrina que enseña a sus discípulos acerca de la oración. Ya vimos la respuesta que recibió de los ancianos cuando éste les planteó su disyuntiva entre el trabajo de la enfermería y la vida de oración y recogimiento que buscaba. “Hermano, estás todo el día en el recuerdo de Dios, ¿y no te das cuenta? En efecto, tener un mandato y aplicarse a realizarlo es a la vez sumisión y recuerdo de Dios”52.
Para estos maestros no existe disyuntiva entre vida de oración y servicio fraterno. Por el contrario, éste es el signo visible de la primera. La unión a Dios por la oración crece en forma pareja y proporcionada a la caridad. Doroteo decía a sus discípulos: “Supongan un círculo trazado sobre la tierra, es decir una circunferencia hecha con un compás y un centro. Se llama precisamente centro al centro del círculo. Presten atención a lo que les digo. Imaginen que ese círculo es el mundo, el centro, Dios, y sus radios, las diferentes maneras o formar de vivir los hombres. Cuando los santos deseosos de acercarse a Dios caminan hacia el centro del círculo, a medida que penetran en su interior se van acercando uno al otro al mismo tiempo que a Dios. Cuanto más se aproximan a Dios más se aproximan los unos a los otros; y cuanto más se aproximan los unos a los otros, más se aproximan a Dios. Y comprenderán que lo mismo sucede en sentido inverso, cuando dando la espalda a Dios nos retiramos hacia lo exterior, es evidente entonces que cuanto más nos alejamos de Dios, más nos alejamos los unos de los otros y cuanto más nos alejamos los unos de los otros más nos alejamos de Dios”53.
La caridad es para Doroteo el presupuesto indispensable de la oración. De allí que nos hayan llegado largas Conferencias donde analiza detalladamente los problemas de las críticas al prójimo ( Conferencia 6); del acusarse a sí mismo ( Conferencia 7); del rencor ( Conferencia 8), y ninguna sobre la oración. Y ello no se debe a que ésta haya perdido su valor, sino al concepto que tiene de la misma. Cada una de sus Conferencias puede ser vista como la preparación del alma a la oración en espíritu y en verdad54.
Y con ello se cierra el itinerario del amor de sí a la caridad. Tal vez sea esto lo que hace que las enseñanzas de Doroteo tengan un perfil netamente cenobítico. Parafraseando a San Pablo al hablar de la Iglesia (cf. 1 Co 12,12), Doroteo compara el monasterio a un cuerpo: “A su entender ¿qué son los monasterios? ¿No son como un solo cuerpo con sus miembros? Los que gobiernan son la cabeza, los que cuidan y corrigen son los ojos, los que sirven por la palabra son la boca, las orejas son los que obedecen, las manos son los que trabajan, los pies los que hacen los encargos y aseguran los servicios. ¿Eres la cabeza? Gobierna. ¿Eres los ojos? Sé atento y observa. ¿Eres la boca? Habla para provecho. ¿Eres la oreja? Obedece. ¿La mano? Trabaja. ¿El pie? Cumple tu servicio. Que cada uno, como pueda, trabaje por el cuerpo”55 . Y todo esto lo dice Doroteo en la conferencia que dedica a evitar las críticas al prójimo.
Así como la doctrina espiritual de Evagrio Póntico apunta al objetivo de alcanzar la impasibilidad, y la de Juan Casiano a la pureza de corazón, del mismo modo Doroteo con sus enseñanzas aspira a una meta que todo monje y todo cristiano anhela: la paz del corazón.
Conocedor de la vida monástica, Doroteo sabe que las distintas pasiones turban a tal punto el alma del monje que su vida en el monasterio le puede resultar insoportable. Llevado de un lado a otro por pensamientos de ira o rencor; carcomido por la envidia y los celos; aguijoneado por la gula y la lujuria; turbado por los escrúpulos y las dudas; acosado por tribulaciones y tristezas, el corazón del monje puede sufrir una inestabilidad tan grande que su vida se transforme en amargura.
Detrás de cada enseñanza de Doroteo resuena siempre esa invitación del Señor en el Evangelio Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón y hallaréis reposo para vuestras almas (Mt 11,29). A esa paz invita Doroteo a los que vienen al monasterio. Ese reposo es presentado como fruto de la humildad56, de la contrición del corazón57, del acusarse a sí mismo58, de combatir la voluntad propia59, de la obediencia sin discusión60, y del abandono en Dios y en los padres espirituales61. Este “santo reposo” es fruto del combate espiritual62, y es necesario pasar por muchas pruebas para conseguirlo63.
Las Conferencias que Doroteo dirige a sus discípulos tienen un fin muy preciso: guiarlos en el trabajo de purificación del corazón. En ningún momento se distrae en especulaciones o disquisiciones doctrinales que puedan desviar la atención de esa mirada vuelta al interior del alma. Y no se debe a un desprecio o desinterés por el dogma o la teología de la Iglesia, que en esos momentos estaba llegando a sus cumbres por la tarea de los grandes concilios ecuménicos. El motivo es otro. Para esta escuela de vida monástica de Gaza el monacato tiene su especificidad tanto en su modo de vida como en los temas que le preocupan. Y esos temas son los que aborda Doroteo.
Esta preocupación de Doroteo como la de sus padres espirituales, Barsanufio y Juan, salta todavía más a la vista si tenemos en cuenta el momento en que les tocó vivir: se trata de fines del siglo V y principios del VI, en que Palestina, y especialmente la Iglesia de Jerusalén, vive convulsionada por la controversia monofisita y origenista. Los monjes disputan entre sí el contenido del concilio de Calcedonia; toman partido en forma violenta, llevándolos a rupturas internas, así como con la jerarquía de la Iglesia64. El espectáculo es sumamente desalentador para la vida monástica. Y es en medio de esa confusión que surge en Gaza este centro de vida espiritual. Su postura frente a la situación reinante la encontramos magistralmente trazada en las cartas de los dos ancianos a los monjes y laicos que les consultaban. En una de ellas, un joven hermano interroga preocupado a Barsanufio diciendo que estaba leyendo “... a Orígenes, Dídimo, las Kefalaia Gnóstica de Evagrio, y los escritos de sus discípulos”, y esas doctrinas le habían turbado. La respuesta del anciano fue contunde: “Hermano, ¡desgracia y desastre para nuestra raza! ¿Qué estamos cuidando, y a qué nos estamos aplicando?”. Y después de alertarle acerca del fin al que lo llevarían esas preocupaciones concluye diciéndole: “Aléjate de esas cosas y camina por el camino de los Padres. Procura la humildad, la obediencia, el llanto, la ascesis, la pobreza, el desapego de ti, y las otras disposiciones semejantes; todo esto lo encontrarás en los Dichos y Vidas de los Padres”65.
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