Vigilan su estado y están preocupados porque sufre lo que llaman un proceso de despersonalización. Su cuidadora afirma que hay algo en él que no pueden ver, temen lo que puede pensar. Creen que se siente culpable por Naomi, porque la dejó para conseguir una vida que ha resultado insuficiente. Afirman que se boicotea a sí mismo, que hay que ayudarle para que no tire la toalla y se rinda.
Parece como si no quisiera vivir y esto nos hace pensar en la terrible situación de este hombre. Con un cuerpo frágil y doliente, sin esperanza de un futuro mucho mejor, separado de todo lo que le conectaba a la vida, de su amor, amigos, familia, profesión, de todo lo que Freud llamó el Eros que nos habita, queda librado a Tánatos. Sin sus otros y sin el Otro de su época, triunfa la muerte.
Lázaro se pregunta por qué anhelamos la vida después de la muerte cuando en realidad lo que buscamos es encontrar lo perdido. Afirma que solo queremos más de lo mismo, el mismo caos, la misma belleza, la misma vida, la repetición de lo que fue, lo que se perdió.
Decidido a conocer el precio pagado para conseguir la resurrección, descubre que hubo otros Lázaros que revivieron para fracasar destrozados entre sufrimientos atroces, insoportables, que se arrancaban su ombligo artificial o morían en una agonía de cuerpos retorcidos o desangrados. Queda profundamente trastornado por este descubrimiento que intuía, por el dolor de los otros Lázaros y el suyo propio. Habla con su médico que confiesa haber traspasado todas las barreras éticas en su investigación. Solo le queda su trabajo ya que perdió todo lo que tenía, incluida su familia, por ese proyecto.
Lázaro está solo. Nadie puede aliviar su soledad, solo las drogas le calman.
Aún así es presentado en sociedad en un gran espectáculo público. Es la encarnación de un éxito monumental, un logro en la lucha contra la enfermedad y el tiempo. «Prevaleceremos» afirma con grandilocuencia Víctor West, médico estrella, al dirigirse a un público que ha donado grandes cantidades de dinero. Con una espectacular puesta en escena, llama a su creación: «Lázaro, levántate y anda». Y Lázaro aparece cabizbajo y silencioso, inmensamente triste, mientras afirma sentirse muy contento de estar vivo. En ese momento su médico anuncia pomposamente algo que será decisivo en la historia: han decidido culminar el logro de su resurrección y reanimar a Naomi, su gran amor. «La inmortalidad es solo cuestión de tiempo», afirma el doctor West.
Marc se despidió de su antigua vida rodeado de amigos y de su amor y ahora solo le quedan sus recuerdos. Pero, ¿es suficiente con eso? Afirma que realmente es la vida lo que da miedo, «que exista donde no debería». Es su vida de ahora lo que le da miedo, lo que puede ocurrir. Se da cuenta que los últimos meses de su vida anterior fueron los mejores, intensos, llenos de dolor y felicidad.
No quiere que Naomi sea un conejillo con el que experimentar. Que sufra para quedar atrapada en un cuerpo y una vida que no es suya. Y, una vez más será una mujer, su cuidadora, que le ama, quien le ayudará a morir.
Necesita saber qué fármaco puede matarle y ella, tras resistirse, se lo dice. Una vez más se enfrenta a la difícil decisión de tomar un medicamento que le matará. La primera vez, se trataba de morir para no morir. La segunda, para no despertar nunca más. Lázaro quiere morir.
Toma la medicación, abre el tanque de criogenización de Naomi para impedir que le resuciten y nos cuenta su última voluntad: «volver a ser nada, desaparecer, descansar por fin en paz.»
Y, sin embargo… volvemos a escuchar sus latidos acelerados, su angustia. No le dejarán morir. Su resucitación ha sido demasiado costosa para dejarle ir. Su médico afirma: «recuperarás las ganas de vivir», y lo hace en nombre de la humanidad, para que perdure.
Ante este terrible final, las palabras de Lacan toman todo su sentido cuando nos dice:
La muerte entra dentro del dominio de la fe.
Hacen bien en creer que van a morir.
Eso les da fuerzas.
Si no lo creyeran así ¿podrían soportar la vida que llevan?
Si no estuvieran sólidamente apoyados en la certeza de que hay un fin…
¿Acaso podrían soportar esta historia?7
¿Por qué comenzar mi trabajo con el relato de esta película? Las razones son diversas. Por un lado, considero que esta historia es un buen ejemplo del horror que puede conllevar el deseo de inmortalidad, tan presente en nuestra época. Y, por otro, muestra con claridad el modo en que el humano busca siempre un tapón que cubra el agujero de lo que el psicoanálisis llama lo real.
La muerte es un real. Y en esta película vemos cómo el rechazo de lo real lleva al protagonista a una situación insoportable, atado por un ombligo artificial a una máquina que lo mantendrá con vida hasta que aquellos que le resucitaron lo decidan. Esclavo y sin capacidad para decidir sobre su vida y su muerte.
Es un ejemplo de lo que ocurre cuando nos ofuscamos tratando de tapar el agujero, cualquier agujero, ya que el efecto de ese esfuerzo no es otro que el retorno de algo peor que asumirlo. En este caso, el tapón de plástico, ombligo artificial que tapa el agujero y elimina la muerte, produce el horror de una inmortalidad vacía, doliente y solitaria.
Esta historia es el punto de partida del camino que seguiremos en este trabajo. Un camino que por diversos vericuetos busca alcanzar y transmitir la importancia de dar un lugar a ese ombligo ligado a lo desconocido y a lo desconocido mismo.
Adelanto entonces la hipótesis de partida que se analizará en este trabajo. Todo aquello que en el humano falla es límite, imposible, división, obstáculo, agujero; todo lo que resiste a cualquier discurso utópico de una armonía y felicidad posible, corresponde al ámbito de lo que no queremos saber. Pero, todo eso es, al mismo tiempo, motivo de esperanza porque impide que lo humano sea completamente engullido por la lógica neoliberal y tecnocientífica actual.
Es lo que nos permite creer que hay alguna posibilidad de resistir estas dinámicas y sostener una vida que pueda ser, además de vivida, dicha. La vida humana, singular en este punto, es la única tocada, trastornada por las palabras y, paradójicamente, los efectos de dicho trastorno se convierten en motivo de esperanza: confiar en lo que no va bien, en lo que falla.
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