Impactado por el diagnóstico de cáncer, comienza a desmantelar su empresa y todas sus cosas. Cuenta a sus allegados lo que le ocurre y le vemos perplejo preguntándose qué es, qué queda de él si se deshace de lo que ha sido. Esta será también su pregunta cuando vuelva a vivir. La enfermedad es una conmoción que le permite darse cuenta de algo importante: a lo largo de su vida siempre pensó que lo mejor estaba por venir y ahora ya no lo puede creer.
La criogenización aparece como posibilidad de salvación. En el año 2015 es todavía una apuesta arriesgada y no demasiado fiable, pero cree que en un futuro podrían resucitarle y cambiar su faringe. Tendrá que confiar en la humanidad, afirma. Sus amigos preocupados le plantean sus dudas, ¿y si no le resucitan? Él ha pensado en todo. Dejará dinero por si el proceso se alarga y además va a hacerlo muy bien. Es importante congelar el cuerpo lo antes posible y en las mejores condiciones así que decide que no permitirá que la enfermedad lo deteriore. Se suicidará antes de que la enfermedad se desarrolle. La decisión está tomada y es firme. Deja la quimioterapia y pide ayuda a sus amigos ya que necesitará que alguien esté con él cuando llegue el momento para que la criogenización se realice lo antes posible.
Finalmente será su amada y amante quien lo ayudará. Toma un veneno que le paraliza el corazón y ella, a pesar del dolor, sigue las instrucciones dadas.
Marc muere para no morir, se mata para no vivir la pérdida que supone la enfermedad, el deterioro físico, para mantener el control, como dirá más adelante. El horror del deterioro y la muerte lo empujan a un final controlado con la esperanza de una resurrección incierta.
Pero, resucita y lo hace en una época en la que la empresa que lo consigue, puntera en su sector, es capaz de regenerar el 65 % del organismo humano y donde todo el personal que prepara su resucitación, sujeto a estrictas medidas de confidencialidad, son adultos atractivos. La operación es compleja y requerirá posteriormente un tiempo aproximado de dos meses de coma inducido.
Todo sale bien y Lázaro vive de nuevo. Escuchamos en su nueva llegada al mundo sus latidos acelerados, su angustia, una luz blanca y sombras de cuerpos. «Duele» es su primera palabra. «Todo», la segunda. Le aseguran que con el tiempo el dolor irá remitiendo. No sabe dónde está su brazo, no reconoce su cuerpo. Le preguntan si recuerda algo y dice: «miedo». Miedo al morir, miedo al despertar. Miedo y dolor son por tanto las claves de su proceso de muerte y resurrección. Ya no es Marc, ahora es Lázaro.
La operación ha conservado el 20 % de su cuerpo, sobre todo el cerebro y el sistema nervioso central. El 65 % son órganos clonados, el 10 % implantes biónicos y un 5 % tecnología interna. Y, algo fundamental, puede sobrevivir gracias a un sistema de conexión exterior, una «madre» mecánica. Se trata de un tubo que sale de su ombligo y se conecta a una máquina que le mantiene con vida. Un tubo con un tapón enganchado a un agujero en su vientre, un ombligo artificial5.
La resucitación es un proceso con graves efectos secundarios y es doloroso, difícil, requiere cirugías, drogas y más drogas y el resultado es un cuerpo frágil, siempre al borde del colapso. Lázaro camina y se mueve con dificultad y la recuperación requiere un enorme esfuerzo.
A pesar de eso, está vivo de nuevo y al comienzo parece un milagro. Estaba destinado a morir, pero vive. Bien cuidado, en una habitación moderna y luminosa, parece despertarse la esperanza, pero… ¡se le ve tan solo!
Según va recuperando cierta movilidad, le crece el pelo, empieza en cierto modo a humanizarse otra vez, le quieren preparar para su presentación al mundo, a los medios. Mucha gente ha invertido ingentes cantidades de dinero para revivirle y la empresa necesita más fondos para seguir investigando en un campo que es, en esa fecha, excesivamente caro.
También quieren recuperar y capturar sus recuerdos con un nuevo aparato, el MW — Mental Writer— , que extrae imágenes y sonidos del cerebro y guarda la información, los recuerdos del sujeto, que aparecen luego en una pantalla a modo de imágenes y video.
Quieren saber qué tiene en su cabeza. Le colocan ese aparato que parece un antifaz híper moderno con el cual «ve» sus recuerdos: su infancia, sus padres, amigos, su novia, sus paisajes, el cielo, las nubes. Pero, se pregunta si esos recuerdos extraídos, ahora públicos, siguen siendo suyos.
Su cuidadora tiene 46 años, pero ningún signo de envejecimiento. Le cuenta que en el año 2084 ya no se estila el amor romántico, que no se sufre por amor, no hay parejas, sino que la gente se encuentra para tener sexo. Ella tiene un grupo de sexo que le funciona muy bien. Le ofrece tener sexo juntos cuando se recupere un poco más ya que él le gusta. Dice ser adicta al MW. Le cuenta que todo el mundo lo utiliza y por eso la gente ya no tiene memoria, el MW la ha hecho innecesaria.
Vemos a Lázaro, que camina con un andador futurista, conectado por el ombligo a su madre artificial, convertido en una extraña mezcla entre un bebé, un hombre joven y un anciano frágil. No puede evitar preguntarse por su vida, por lo que puede esperar de ella. Quiere saber si en algún momento se recuperará, si será autónomo. La respuesta de los médicos no es clara. Parece improbable que pueda tener una vida independiente. Es posible que tenga importantes limitaciones, pero le animan a pensar que es un precio pequeño a pagar por lo conseguido, por volver a vivir. Será además la persona más famosa del planeta. Es la encarnación de un paso gigante en la historia de la medicina.
Sin embargo, a pesar de la hazaña, su proceso de recuperación no va bien. Se lo ve ensimismado, sufre una apoplejía y sus recuerdos se desvanecen, va perdiendo la memoria.
Cuando cumple 100 días de su nueva vida, organizan una celebración y le entregan una caja que él dejó para el futuro con algunos objetos personales. Pequeñas cosas que le recuerdan su vida: una flor seca, una pelotita, un cuaderno con sus anotaciones, bocetos, su obra fotográfica, el libro Hojas de hierba de Walt Whitman. Entre sus preciados objetos, aparece algo que él no dejó: una carta escrita por Naomi, su amante sin momento.
En esa carta que le llega desde su otra vida, Naomi le cuenta que estando a punto de morir, decidió criogenizarse con la esperanza de verle una vez más. En la hora de la muerte, ella busca no solo la resurrección sino la posibilidad de reencontrarse con su amor en esa vida futura. La vida eterna y el reencuentro con la persona amada son los sueños imposibles de ese ser mortal e insuficiente que somos.
Lázaro sabe ahora que en su anterior vida buscaba una especie de plenitud que nunca estaba donde él se encontraba, que le hacía alejarse de donde en realidad quería estar. «Nunca la vida era ahora», afirma, y según avanza la historia, nos tememos que tampoco su vida va a ser ahora. No hizo caso al poeta que sabemos leía:
Nunca hubo más comienzo que ahora, ni más juventud o vejez que hay ahora; y nunca habrá más perfección que hay ahora, ni más cielo ni infierno que hay ahora6.
La carta de Naomi le perturba y reaviva los recuerdos de su amada. Visita los tanques de criogenización y la localiza. Pregunta por su posible resucitación y le dicen que es casi imposible hacerlo por motivos económicos y por el previsible deterioro de su organismo, no tan bien conservado como el suyo.
Tras la visita a los tanques de criogenización, algo le ocurre. Se rapa el pelo recuperando la imagen que tenía cuando revivió. La posibilidad de resucitar a su amada abre un interrogante sobre el proceso necesario para llegar hasta ahí. Se interesa por las experiencias previas, quiere saber qué ocurrió antes de su resucitación, qué ensayos se realizaron para que fuera viable, qué les ocurrió a otros que seguro intentaron revivir antes que a él.
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