Ya al medio día, después de comer y antes de salir para la escuela, la madre de Adolfito le dijo:
—Esta tarde te vienes directo del colegio. No quiero que te vayas con tus amiguitos de andanzas por la alameda. ¡Estamos!
—Si mamá.
—A ver si es verdad. Pues como no te vengas directo, tu padre te lo hará saber para que no se te olvide.
—Adiós mamá hasta luego.
—Adiós hijo.
Una vez que salieron de la escuela, la pandilla se va corriendo a la dehesa, y:
—Mira, mira, que petirrojo hay allí sobre el árbol de la derecha. —Dijo Jeromín entusiasmado.
—Ya lo veo, es precioso. —Le respondió Genaro.
—Pero no veo otro, ¿estará solo?
—¡Qué va! Siempre tiene pareja —Gritaron los otros tres.
—¡Bah! Eso no tiene importancia. A ver si eres capaz de subir al chopo ese y ver cuantos huevos hay en el nido. —Dijo Adolfito a Jeromín.
—Ya verás como sí.
—Quita, quita, si no sabes ni como empezar a gatear árbol arriba. Mira así se hace. —Y Adolfito, como niño diestro en eso de subir a los árboles, no en vano le enseñó su hermano mayor, alcanzó la rama junto a la que soportaba el nido, y lo vio.
—¡Cuidado que se parte la rama donde estás!
—Ay, ay, que me caigo.
Y se partió la rama donde se encaramó Adolfito y cayó al suelo el chaval, mejor dicho, sobre unas zarzas que amortiguaron la caída, pero se llevó una buena colección de arañazos.
—¿Puedes andar? ¿Tienes sangre?
—No, estoy bien. Mira, ya me levanto. —Respondió Adolfito doliéndose del porrazo.
—¿Y el nido lo pudiste ver? —Preguntó Joseíto.
—Si, pero apenas. Pero mañana vendremos y lo haremos más seguro.
—¡Vale! —Respondieron los tres compinches restantes de la pandilla.
Tan pronto apareció Adolfito por la puerta de su casa, su madre al verlo exclamó:
—Mira so sinvergüenza. Ese es el caso que me haces. Ahí tienes a tu padre que te está esperando.
P—ero tu quién te crees que eres. Que vas a hacer lo que quieras y no haces caso de lo que te dice tu madre. Muy bien empleado con la caída que has tenido, te lo tienes merecido por mucho que te gusten los pájaros.
—Papá ya no iré más a la dehesa. Te lo prometo.
—Ya no me fio de tus promesas, así que para que te acuerdes, todo este mes te quedas sin paga, sin móvil y de vuelta a casa directo desde el colegio. Ah, y esta noche no cenas.
—¡Papá!.
—Ni papa, ni popo. A tu cuarto, y no salgas como no sea para ir al retrete. A ver si esta vez haces caso.
Adolfito se fue refunfuñando a su cuarto después de que su madre le curara los arañazos que se hizo al caer. Y allí en su dormitorio cogió un libro, que por cierto apenas leyó y se acostó.
—Adiós mamá, me voy a la escuela, que hoy he desayunado doble ración.
—Adiós hijo.
En la entrada de la escuela, la pandilla se junta y acuerdan no entrar en clase e irse a la dehesa.
—Qué ¿nos vamos y vendremos a clase después del recreo? —Dijo Genaro.
—Vale. Vamos antes de que se den cuenta los demás y se chiven.
—¿Entonces vas intentar otra vez llegar al nido? —Continuó preguntando Jeromín.
—Si. Y esta vez verás como veo bien ese fantástico nido, que por cierto creo que tenía solo un huevo.
—¿Y cómo lo vas a conseguir? —Hizo Joseito la última pregunta antes de salir corriendo.
—Pues muy fácil, imitando a los monos gibones, que se balancean y saltan de rama en rama.
—¡Uf! Vaya leñazo que te vas a pegar. —acabó la conversación Genaro.
Ya en la dehesa, Adolfito dispuesto a subir al árbol, les dice a sus compinches:
—Espera, mira el petirrojo antes de que eche a volar.
—Tela marinera, es bonito con gana. Bueno, mirar y aprender, ahí voy. —Y se sube al chopo gateando como un verdadero mono gibón.
—Fijaos como salto de esta rama a la del nido. —Se tira con los brazos extendidos, pero no llega a poder cogerse a la otra rama, y como consecuencia, se cayó al suelo. Y esta vez no sobre una zarza, sino sobre la tierra pura y dura.
—Adolfito, Adolfito, ¿nos oyes? ¿estás bien? —Preguntaron a la vez los tres amigos.
—Adolfito, ¿nos oyes? —Y como seguía inconsciente, dijo Genaro.
—Rápido hay que llamar al 112 por el móvil. Que vengan urgente, que este está mal, pero que muy mal.
—Yo avisaré a sus padres. —Dijo Jeromin.
Una vez que llegó la ambulancia y lo trasladaron al hospital, en la habitación, en espera de ser intervenido, hay una conversación entre Adolfito, ya consciente y conocedor de lo que le pasaba, con sus padres.
—Mamá, papá, perdonar el que no os haya hecho caso, pero ya sabéis que los pájaros es la pasión de mi vida. ¿Estoy tan grave?
—Si hijo, te comprendemos, pero tienes la pierna izquierda partida por dos sitios y lo peor es la columna, que te pondrán un clavo a ver si te salvan de la silla de ruedas. —Le dijo el padre sin tapujos.
—Pero no te preocupes que todo saldrá bien. Estás en buenas manos, el cirujano es uno de los mejores de España. —Siguió la madre hablando entre sollozos.
—¿Pero hay posibilidad de que tenga que vivir siempre en silla de ruedas? —Preguntó Adolfito llorando profundamente.
—Ahora no pienses en ello. Se optimista que así te irá mejor en la operación. —Añadió el padre
A esto que entra una enfermera a la habitación, y dice:
—A ver ¿dónde está el niño al que hay que amputarle una pierna?
—Adolfito, despierta. Que ya es muy tarde y tienes que ducharte y desayunar. Verás como hoy llegarás también tarde a la escuela. La regañina de anoche de tu padre parece que te ha dejado bien relajadito.
—¿Qué? ¿Cómo? Pero ¿estoy bien?
—Tu verás, si llevas casi diez horas durmiendo. Venga so gandul, arriba.
—Mamá, perdonarme, que ya no iré más a la dehesa a ver pájaros ni sus nidos.
—Muy bien, así me gusta, pero no te creo, pues tu pasión, y quizás tu porvenir, está en la protección de las aves. Anda que te he preparado unos huevos revueltos para desayunar.
—Noooooo. Huevos no, por favor.
Aplausos de los asistentes, y agradecimiento del presidente de la asociación.
—Y ese fue el principio de lo que sería mi futuro profesional, un defensor de la naturaleza, y más concretamente, como pronosticó mi madre, un protector de las aves.
—¿Y qué fue de sus amigos? —Intervino uno de los asistentes.
—Pues cada uno ha tenido caminos diversos, pero todos ellos siguen amando a los pájaros.
—Ah, por último, un consejo: “No emuléis, ni vosotros ni vuestros hijos, a los monos, ni siquiera a Tarzán. Ser precavidos.
Morayma
(Pintura y apuntes de Carmen López Rey)
—Todavía me acuerdo del tute de andar que nos pegamos el mes pasado cuando hicimos la Ruta de las esculturas y bustos de Córdoba. —Dijo Rafael a Victoria.
—Y yo, pero mereció la pena. Son magníficas en su mayoría, y sobre todo por la cultura que encierran.
—Pues ahora no vamos a caminar tanto, pero si algo. Y es que ir desde la Plaza del Potro, donde está el Museo de Julio Romero de Torres, a los Jardines de Colón, donde está el Palacio de la Merced, y allí exponen unos fantásticos cuadros, tiene también un paseíto.
—Anda y no te quejes, que el andar es bueno. —Le dijo sonriendo Victoria a Rafael.
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