Antonio Nicolás Castellanos Franco - Ser hoy persona humana y creyente

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Monseñor Castellanos nos invita en este libro a replantearnos nuestra vida con una toma de conciencia seria y responsable de nuestra humanidad, esto es, desde su definición más literalmente cristiana que se vuelca en el otro y se abre a la amistad ejerciendo su libertad, practicando la bondad y buscando el bien común. Además su requerimiento no se refiere solo a los fieles, ya que demanda de la Iglesia como institución una profunda renovación para conectar de forma definitiva con las necesidades reales y actuales de la gente asumiendo los postulados del concilio Vaticano II y un compromiso definitivo con los más necesitados.

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En una palabra, frente al «vivir bien» que las culturas tradicionales defienden, es decir, una vida humana, sencilla, igualitaria y compartida, el sistema capitalista defiende el que algunos vivan mejor a costa de que otros vivan inhumanamente[3].

No podemos sustraernos de la conmoción histórica, de los cambios profundos en el amanecer de una nueva época de la historia. En la nueva morada vital del hombre y de la mujer aparece una diversificada variedad de propuestas a la hora de educar en valores.

Resulta complicado llegar a consensos en este tema porque nos movemos en zonas ambiguas, dudosas, complejas, de crisis de valores. En el fondo una crisis del sistema educativo, familiar, escolar y social. Pero no queda otra que buscar salidas, humanamente satisfactorias, aplicar creatividad, inteligencia y compromiso de cara a nuevos emprendimientos educativos y humanos.

Desde estas premisas, distribuyo mi reflexión en tres bloques. El proceso empieza por una educación transformadora en la familia, escuela, parroquia y sociedad civil; el segundo paso del proceso se centra en los valores y, en tercer lugar, me ocuparé de los «valores para vivir».

Ante este cuadro de valores que nos presenta el capitalismo neoliberal, hondamente arraigado en nuestras sociedades, hemos de señalar nuestra responsabilidad de buscar un profundo cambio de valores, especialmente en las sociedades ricas. Lamentablemente esos valores están enriqueciendo el mismo sistema económico. Frente a este sólido y perjudicial marco de valores tenemos que resituarnos, plantear las tareas educativas, la labor catequética y pastoral en su conjunto, que desempeñan numerosas personas y organizaciones, tanto educativas, como eclesiales.

Constataré el profundo arraigo de los valores capitalistas en todos los niveles de nuestras sociedades, pues no es posible pensar en una transformación de este injusto sistema económico sin afrontar el necesario cambio de valores que lo pueda hacer posible. Los colegios e instituciones eclesiales que desarrollan proyectos educativos deben necesariamente afrontar este cambio.

No suele oírse la voz de los pastores para poner de manifiesto las profundas injusticias que promueve el capitalismo neoliberal[4].

Y antes de hablar de formación en valores tenemos que conocer bien la realidad psicológica y el momento evolutivo de la persona, así como el contexto psicosocial, que no es otro que el egocentrismo. Este hace que el ego, el yo haya quedado fijado en la adolescencia y no se inicie en el proceso gradual hacia la madurez humana. De ahí la necesidad de una educación en valores, que cuide la dimensión personal, comunitaria y social.

Educación transformadora

«La verdadera educación desarrolla lo mejor de cada uno que está, como en germen, en nosotros» (Gandhi).

Hoy fallamos en lo esencial, en educar, en ofrecer una educación transformadora. Y por ahí empiezo. La educación para ser transformadora tiene que responder a tres postulados: los humanos y psicológicos, el concepto dinámico de educación y la educación integral.

a) Postulados humanos y psicológicos

Una educación transformadora toma buena cuenta de la dimensión psicológica de la persona. El crecimiento de la persona, el «constructo personal» que llaman los psicólogos, es algo dinámico, una tarea de todos los días. Nacemos egocéntricos y estamos inmersos en lo profundo del la espiral del ego, replegados sobre nosotros mismos. Debemos luchar toda la vida, sin interrupción, para romper la línea egocéntrica, narcisista, saliendo de nuestro enclaustramiento, de nuestras actitudes egoístas, posesivas, descubriendo y abriéndonos a los otros para desarrollar la capacidad de amor y de amistad. Muchas personas se han quedado clavadas en la edad infantil. Los cambios en la persona generalmente vienen a través de los intercambios relacionales.

En el desarrollo integral de la persona es decisiva la imagen que se forme de sí misma. Si tiene un concepto elevado y realista, dará respuestas en consonancia con ella misma. Igual acontece con la idea que tengan los otros de uno. Si sabemos que el resto nos valora, en la vida ofreceremos respuestas positivas. Estos dos conceptos psicológicos se deben manejar adecuadamente en el itinerario hacia la madurez. Pero un pecado de nuestro tiempo es la trivialidad funcional, que concibe que todo es igual, nadie hace nada por nadie; nos movemos en un torbellino de relaciones y acontecimientos, pero casi todo es vulgar, trivial, no vale la pena. Nuestro mundo tiene mucho de neurótico. Y lo neurótico es la fijación en las cosas, es el suspiro y el ansia desmesurada por tener. Cuánta razón tenía el Principito de Antoine de Saint-Exupéry cuando decía que los hombres de hoy compran productos ya elaborados a los mercaderes, pero como no existen mercaderes amigos, con sentido de fiesta, los hombres ya no tienen amigos ni viven la fiesta, ni experimentan lo gratuito.

Los expertos alertan que la persona solo aprovecha el 30% de sus posibilidades y virtualidades. De modo que hay que aceptar las exigencias psicológicas del alumno, hay que aceptarle como es. Ciertamente no es una persona en miniatura, sino un adolescente, niño o joven en desarrollo, con un sentido alegre y despreocupado de la vida, con ganas de vivir y ser feliz, de ser útil, de servir para algo y, sobre todo, de divertirse y pasarlo bien.

En base, el educador debe tener una concepción dinámica de la persona. Hay que ver al alumno como un haz de fuerzas, de posibilidades, que tienen que desdoblarse, que necesita ayuda para realizarse, saberse en presencia de un proceso evolutivo, dinámico, vital, que hay que ayudar a desarrollar y evitar que el ambiente o una mala educación lo impida. Se impone conocer los periodos evolutivos, del mismo modo que se comienza a levantar pesas de 5 kg, si desde el principio se le exige levantar una de 50 kg, una de dos, se siente fracasado o se enfrenta al entrenador.

El quehacer educativo reclama un esfuerzo grande, comprensión y amistad, pues debemos ponderar las cualidades positivas y educables, respetar su persona, su libertad y, en todo momento, dejar abierta la posibilidad de diálogo, la comunicación y la adaptación.

b) Concepto dinámico de educación

La idea es aplicar un concepto dinámico de educación, de signo positivo, que tenga en cuenta la realidad psicológica del alumno. La función del educador preventivo tiende más a estimular, a motivar y a ayudar que a reprimir, a imponer o castigar.

No debemos sustituir al adolescente, sino orientarle, dialogar con él, escucharle, apoyarle y animarle; en resumen, ayudarle a desarrollar los dinamismos propios, demostrándole que tiene fuerza para realizarse. Hay que hacerle ver que estará educado cuando llegue a la posesión y recto uso de su libertad. No se trata tanto de aceptar las normas, sino de aceptarlas a través de un acto libre, consciente. Por eso, ayudado por el educador, las acepta no por imposición, sino como camino hacia una meta, apoyado siempre por la motivación.

El proceso educativo le llevará gradualmente a una adhesión a los valores presentados, que acepta libre y responsablemente, porque educar no es cumplir la disciplina o el horario, sino ayudar al alumno en su camino hacia una conducta consciente, responsable en el estudio, en las relaciones, en las diversiones, en el deporte, en los hobbies, en el tiempo libre, en la religiosidad...

Entonces la educación tiene que ser la fuerza y la guía del desarrollo dinámico del alumno.

c) No se puede haber una educación transformadora sin una educación integral

La educación integral transforma porque se empeña en promocionar a la persona, como unidad y totalidad físico-psíquica y social-espiritual. La persona es una, orgánica y unitaria, pero con multiplicidad de funciones, las cuales a través de la educación dan como resultado una personalidad humana compleja y múltiple y, al mismo tiempo, singular y original. Todos los aspectos tienen que ser promovidos, desarrollados y llevados hacia la madurez, pues el desarrollo de todas sus capacidades apunta hacia la madurez, que se expresa en hábitos operativos, intelectuales y morales, en la capacidad de obrar libremente con rectitud ética.

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