José Vicente Rodríguez Rodríguez - Los papiros de la madre Teresa de Jesús

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El P. José Vicente Rodríguez ofrece en este libro una exhaustiva antología de textos de santa Teresa, con la intención de indagar en los valores múltiples que se encuentran en su vida y en sus escritos, profundizar en su persona y conocer mejor a esta polifacética mujer, de la que queda aún mucho por aprender. A lo largo de los capítulos del libro, Teresa se nos muestra consejera, maestra de oración, observadora del reino animal, refranera, viajera, negociadora persuasiva, monja comprometida, mariana, lectora de la Biblia, aventurera, cocinera, cantora, amiga de los santos, pecadora, devota de los sacramentos, humorista, escritora, mística, enamorada de Jesucristo… Un libro, en definitiva, que permite escuchar y conversar con Teresa, «una voz para nuestro tiempo».

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Concluyendo

La palabra, los gestos, la clarividencia mental con que se presentaba eran las armas de la captación de las voluntades. Uno de sus biógrafos, Yepes, dejó escrito: «Entre otras gracias tuvo una señaladísima que fue haberle dado Dios una maravillosa fuerza y virtud en sus palabras para mover los corazones de aquellos con quien trataba. Porque con la eficacia de ellas, deshacía corazones y rendía las voluntades y allanaba contradicciones que se le ofrecían»[11].

Y otro que la trató mucho y fue su confesor, Pedro de la Purificación, dice de ella: «Tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedir de ella [...]. Jamás trató nadie con ella que no saliese con ganancia y aprovechamiento en su alma y mejorase su vida» (BMC 6, 380).

Y no faltó quien dijera de ella que era como la piedra imán que a todos atraía; atrajo, imantó a tantos y tantas y ¿qué está haciendo ahora, qué está haciendo hoy mismo sino seguir con esa su capacidad de atracción imantadora?

Capítulo 5. Las golosinas de santa Teresa

Las referencias de las gentes y de los pueblos a los santos suelen, a veces, ser un tanto pintorescas. A santa Teresa le cargan las yemas de santa Teresa, los corazones de santa Teresa, los miguelitos de santa Teresa, etc., todo ello tan dulce y sabroso que la gente se chupa los dedos.

Paladear de Teresa de Ahumada

La misma Santa habla de dulces, se acuerda del Cantar de los cantares y cita por tres veces un texto donde se dice: «Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta» (Cant 2,3). En carta a una de sus parientas le dice: «Me ha quedado terrible hastío de cosas dulces» (Cta 68, 3). A su hermano Lorenzo de Cepeda le dice: «Harto me regalo cuanto puedo y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced, que cosas dulces no son para mí, aunque he comido de esto y lo comeré; mas no lo haga otra vez, que me enojaré mucho: ¿no basta que no le regalo nada?» (Cta 182, 3). Haciendo memoria de lo que le enviaba su hermano le dice: «Las sardinas vinieron buenas y los confites a buen tiempo, aunque quisiera yo más se quedara v.m. con los mejores. Dios se lo pague» (Cta 177, 1). Y con su buen humor acostumbrado dice al mismo: «Riéndome estoy como él me envía confites, regalos y dineros, y yo cilicios» (Cta 177, 14). A la priora de Sevilla, María de San José, le dice sin más: «Bien hará de enviarme los confites que dice, si son buenos, que gustaría de ello para cierta necesidad» (Cta 167, 3). Y en otra carta le comunica: «Todo lo demás es muy bueno, y los confites lo vinieron (buenos) y son muchos» (Cta 180, 4). El día que llegaron tantos confites y tan buenos con otras muchas cosas, patatas, naranjas... estuvo la madre con doña Luisa de la Cerda, su gran amiga, y le dio «de ellos (de los confites)» que si hubiese pensado que le iban a gustar tanto se los enviara en nombre de la priora de Sevilla, ya que esta doña Luisa «con cualquier cosa se huelga mucho, y más bien parece a nosotras dar poco a estas señoras» (Cta 180, 5). Su hermano recibió de Sevilla la mejor y más grande caja de confites, y este se la pasó a la Santa. Tan generosa como es, tiene muy buen cuidado en no enviar confites a Brianda de San José, priora de Malagón, que «por la mucha calentura que tiene, que la matara». Lo único que pide para ella que tiene mucho hastío son «naranjas dulces, y cosas de enferma» (Cta 180, 6).

Se entera de que el padre Jerónimo Gracián anda un poco enfermo y le manda a decir en una carta: «Harto le hemos encomendado a Dios para que estuviese bueno». Pero esto no le basta y por eso le anuncia: «Unos membrillos le envío, para que la su ama (Jerónima) se los haga en conserva y coma después de comer, y una caja de mermelada, y otra para la superiora de San José, que me dice trae grandes flaquezas. Dígale vuestra merced que la coma, y a vuestra merced suplico yo que no dé nada a nadie de esa, sino que la coma por amor de mí; y en acabándose me lo haga saber, que vale aquí barato» (Cta 115, 8).

Doña Catalina Hurtado es la madre de dos carmelitas que han entrado en las descalzas de Toledo y ya hechas las paces que se habían resentido por la entrada de las muchachas, la madre envía a la Santa «manteca muy linda [...] también eran muy lindos los membrillos; no parece que tiene otro cuidado sino regalarme» (Cta 29, 1). En otra carta a Sevilla, dice a la priora: «No me envíen ninguna cosa, por caridad, que cuesta más que ello vale». Añade: «Algunos membrillos vinieron buenos, pocos» (Cta 122, 12).

Frutos del campo

También le gustan los frutos del campo. Un día, en su primer convento, se siente un poco enferma y manifiesta que le apetecería comer un poco de melón; pero no lo hay en casa. Y aquí viene la florecilla, recogida por el padre Ribera: suena la campanilla de la portería, acude la encargada y se encuentra con medio melón en el torno, sin «hallar a nadie que lo hubiese traído». Y la madre se alimenta de aquella carne olorosa, dulce, blanda, aguanosa, que todo esto es el rico melón. En otra ocasión, al volver de una de sus fundaciones a Ávila, viéndola tan enferma y necesitada, una de sus monjas más querida «movida de caridad le hizo unas rosquillas». Pero parece que aquel día no estaba la Madre para dulces, pues reprendió a la rosquillera, diciéndole: «Hija, no me venga a esta casa a enseñar eso» (BMC 19, 560). Lo que no sabemos es si se comió las rosquillas. Creo que sí.

Estando la Santa en Burgos, antes de poner la clausura del convento, bajaba con frecuencia a visitar a los enfermos del hospital; y un día que se sentía ella misma enferma dijo que comería «de unas naranjas dulces, y el mismo día le envió una señora unas pocas muy buenas. Ella en viéndolas echóselas a la manga y dijo que quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho y repartió todas las naranjas a los pobres». Alguna de las hermanas le preguntó por qué se las había dado, y ella respondió con mucha alegría: «Más las quiero yo para ellos que para mí. Vengo muy alegre que quedan muy consolados» (BMC 2, 236). En otra ocasión le trajeron unas limas, fruto del limero, y como las vio dijo: «¡Bendito sea Dios que me ha dado qué llevar a mis pobrecitos» (ib).

Lo mismo que santa Teresa se mueve entre los pucheros y con la sartén en la mano, es una delicia ver cómo trastea manejando naranjas dulces, membrillos, y verla, como si fuera un rey mago, repartiendo confites y otras dulcerías, y nos convencemos una vez más de que Teresa de Jesús era una persona normal y humana, y era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo.

Golosinas superiores

Pero las golosinas de santa Teresa a las que me quiero referir ahora no son estas que se pueden degustar plácidamente, por ejemplo, en una visita a Ávila, donde nació la Santa hace ya 500 años. Mujer que sabía manejar la rueca y el uso, y que sabía bordar preciosamente teniendo delante el «dechado de Cristo Jesús», se vio abocada por obediencia a sus confesores y superiores a emprender una batalla sonada entre la rueca y la pluma. Escribir lo que le mandaban la quitaba de hilar y ella lo sentía porque estaba en convento pobre y había que ganarse el pan para sí y para la comunidad de monjas que había reunido. Las golosinas que ofrece la Madre Teresa a quienes la visiten ahora mismo son sus escritos, sus pensamientos, sus experiencias, sus consejos, sus ejemplos.

Ella misma lo anuncia así, como quien anda haciendo propaganda de la mercancía: «Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto» (V 18, 8). Esta palabra «engolosinar» la usa solo esta y otra vez, hablando de dineros que la hacían falta. El verbo «engolosinar» significa excitar el deseo de alguien con algún atractivo. El atractivo que la Madre ofrece es lo que llama «un bien tan alto». Y ¿qué encierra en esta frase? En ese capítulo 18 habla de oración, de lo que llama el cuarto grado de oración.

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