José Vicente Rodríguez Rodríguez - Los papiros de la madre Teresa de Jesús

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Los papiros de la madre Teresa de Jesús: краткое содержание, описание и аннотация

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El P. José Vicente Rodríguez ofrece en este libro una exhaustiva antología de textos de santa Teresa, con la intención de indagar en los valores múltiples que se encuentran en su vida y en sus escritos, profundizar en su persona y conocer mejor a esta polifacética mujer, de la que queda aún mucho por aprender. A lo largo de los capítulos del libro, Teresa se nos muestra consejera, maestra de oración, observadora del reino animal, refranera, viajera, negociadora persuasiva, monja comprometida, mariana, lectora de la Biblia, aventurera, cocinera, cantora, amiga de los santos, pecadora, devota de los sacramentos, humorista, escritora, mística, enamorada de Jesucristo… Un libro, en definitiva, que permite escuchar y conversar con Teresa, «una voz para nuestro tiempo».

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La actitud o reacción de quien dice ya esas primeras palabras: «Padre nuestro», debiera ser la de entrar en contemplación perfecta, es decir, quedarse sin palabras ante la grandeza de esos dones divinos. Y quedarse así sin palabras es entrar en silencio adorante, que ese tipo de silencio es una buena y muy gran parte de la oración (CV 27, 1).

La contemplación perfecta a la que alude aquí la Santa no es ese tipo de contemplación que analizan los maestros de espíritu, a la que dan mil vueltas los tratadistas para explicar algo de lo que tiene que ser ese tipo de reacción contemplativa a la que alude la Santa.

Alocución de Pablo VI y secuencias teresianas

Para ilustrar este punto de la contemplación perfecta que aparece en los escritos de la Madre, me parece muy a propósito recordar algo que sucedió en la plaza de San Pedro de Roma. Me refiero a la alocución de Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, durante la sesión pública con que se clausuró el concilio Vaticano II, en la que queriendo el Papa presentar el valor religioso del Concilio habla de las que llama pretensiones del Concilio, asumiendo que seguramente el «juicio del mundo calificará primeramente esas pretensiones como insensatas», pero que luego tratará de reconocerlas como verdaderamente humanas, como prudentes y como saludables, a saber:

Que Dios sí existe, es real, viviente, personal, providente, infinitamente bueno. No solo bueno en sí, sino inmensamente bueno para nosotros, nuestro Creador, nuestra verdad, nuestra felicidad, de tal modo que el esfuerzo de clavar en Él la mirada y el corazón, que llamamos contemplación, viene a ser el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que aún hoy puede y debe jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana.

Ese esfuerzo de clavar la mirada y el corazón en Él, en Dios, lo podemos llamar contemplación, es decir, atención amorosa, en la que uno se queda sin palabras, invadido por el silencio enriquecedor. Así la Santa cree que ya las primeras palabras del Padrenuestro deben servirnos para clavar la mirada y el corazón en Él.

Al fijarse la Madre en ese doble regalo: ser hijos del Padre y hermanos de Cristo, ve en este gesto del Señor un acto extremo de humildad, al juntarse con nosotros y pedir y hacerse de hecho, de verdad, hermano nuestro, hermano, dice ella, «de cosa tan baja y miserable». Haciendo esto nos da en nombre del Padre «todo lo que se puede dar, pues quiere que nos tenga por hijos» (CV 27, 2).

Y se explaya diciendo que, al darnos todo eso en el Paternóster, está Cristo como obligando al Padre a que nos tenga por hijos y nos trate como a tales. Dice así:

Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues, en siendo Padre, nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a Él, como al hijo pródigo hanos de perdonar (Lc 15,20), hanos de consolar en nuestros trabajos (Mt 11,28), hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre –que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido (Mt 7,11)– y después de todo esto hacernos partícipes y herederos con Vos (CV 27, 2).

En otra ocasión, hablando también del hijo pródigo, dice que teniendo tan buen amigo, «tal huésped que le hará señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el hijo pródigo, comiendo manjar de puercos» (2M 1, 4).

Y una vez más después de todas estas reflexiones no sabe cómo ponderar la grandeza de tantos regalos y lo expresa así: «¡Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante!» (CV 27, 4). Aquí vemos otra vez uno de esos benditos que le salen del alma con fuerza.

La grandeza y la bondad de Cristo Maestro también ha llamado la atención de la Santa y, según ella, se manifiesta como un bueno, un buenísimo maestro, en el hecho de que, para aficionarnos a que aprendamos de él todo lo que nos quiere enseñar, ha comenzado haciéndonos ese par de favores ya dichos: la filiación divina y la hermandad con Cristo. Y ponderando aún más la grandeza del Maestro dice a sus hijas: «Mirad [...] si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir» (CV 32, 11).

Guiados por este Maestro, al decir Padre nuestro, hemos de procurar entender lo que esto significa en sí mismo y para nosotros de modo que «se haga pedazos nuestro corazón con ver tal amor» (CV 27, 5). Para llegar a este amor tan grande nos ayudará procurar saber quién es y cómo es nuestro Padre, «un Padre tan bueno y de tanta majestad y señorío» (CV 27, 5). Y les aconseja a sus monjas con todo su convencimiento: «Buen Padre os tenéis, que os da el buen Jesús; no se conozca aquí otro padre para tratar de él; y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con él y echaros en sus brazos. Ya sabéis que no os echará de sí, si sois buenas hijas; pues, ¿quién no procurará no perder tal Padre?» (CV 27, 6).

Pasa luego a comentar las siguientes palabras: «que estás en los cielos» (CV 28,1). Y asegura que es importante para todos, y muy en particular para «entendimientos derramados, que importa mucho no solo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia; porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma» (CV 28, 1).

Siendo esto tan importante como está diciendo lo quiere exponer con toda claridad:

Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo (CV 28, 2).

Intimando con el Padre Celestial

Y para ser más incisiva abre la siguiente pregunta: «¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces?». A pregunta tan larga contesta:

Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija (CV 28, 2).

¡Fuera falsas humildades!

No le parece suficiente lo que está diciendo y echa por otro camino: el de la falsa humildad en que se empeñan algunas personas. Dice:

Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad!, que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo, y que por humildad ni le quiera responder ni estarme con Él ni tomar lo que me da, sino que le deje solo, y que estándome diciendo y rogando le pida, por humildad, me quede pobre, y aun le deje ir, de que ve que no acabo de determinarme (CV 28, 3).

Fuera esas humildades tontas:

No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal (CV 28, 3).

A continuación, ayudando a esos entendimientos derramados les explica las excelencias de este modo de rezar, «aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo muchos bienes». Y ¿por qué se llama oración de recogimiento?:

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