José Vicente Rodríguez Rodríguez - Los papiros de la madre Teresa de Jesús

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Los papiros de la madre Teresa de Jesús: краткое содержание, описание и аннотация

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El P. José Vicente Rodríguez ofrece en este libro una exhaustiva antología de textos de santa Teresa, con la intención de indagar en los valores múltiples que se encuentran en su vida y en sus escritos, profundizar en su persona y conocer mejor a esta polifacética mujer, de la que queda aún mucho por aprender. A lo largo de los capítulos del libro, Teresa se nos muestra consejera, maestra de oración, observadora del reino animal, refranera, viajera, negociadora persuasiva, monja comprometida, mariana, lectora de la Biblia, aventurera, cocinera, cantora, amiga de los santos, pecadora, devota de los sacramentos, humorista, escritora, mística, enamorada de Jesucristo… Un libro, en definitiva, que permite escuchar y conversar con Teresa, «una voz para nuestro tiempo».

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Observadora y detallista al sumo esta mujer ha podido darnos este retrato precioso de la Madre Teresa de Jesús.

Uno más

Lo dejó hecho Francisco de Ribera, el primer biógrafo de la Santa[4]. De él extractamos algunos puntos que no aparecen tanto en el anterior. Dice por ejemplo:

Los ojos negros y redondos y un poco papujados (que así los llaman, y no sé cómo mejor declararme), no grandes pero muy bien puestos y vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad. [...] El labio de arriba delgado y derecho, el de abajo grueso, y un poco caído de muy buena gracia y color, los dientes muy buenos, la barba bien hecha, las orejas ni chicas ni grandes, la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco. [...] Toda junta parecía muy bien y de buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente complacía mucho.

Retrato pictórico

Quien mandó que la pintasen, Jerónimo Gracián, cuenta lo sucedido como sigue:

Estando en Sevilla (impuse a la Madre) una mortificación, que fue de las que más sintió, que fue mandarla retratar. Y que obedeciese a todo lo que fray Juan de la Miseria, que fue quien la retrató, le mandase [...], y porque entraba allá dentro en el monasterio a pintar, venía bien que él la retratase. Pues teniendo aparejados sus colores y su lienzo, la llamó. Y así, sin mirar más primores, la mandaba poner el rostro en el semblante que quería, riñendo con ella si tantico se reía o meneaba el rostro. Otra vez no contentándose, tomábale él mismo la cara con sus manos y volvíala a la luz que le daba más gusto[5].

Ya el padre Ribera dejó dicho:

Sacóse estando ella viva un retrato bien, porque la mandó su provincial, que era el padre maestro fray Jerónimo Gracián, que se dejase retratar. En esto lo hizo muy bien el padre Gracián, pero mal en no buscar para ello el mejor pintor que había en España para retratar a persona tan ilustre al vivo para consuelo de muchos[6].

El mismo Gracián que cuenta la aventura del retrato dice:

Y al cabo la retrató mal, porque, aunque era pintor, no era muy primo; y así decía la Madre Teresa con mucha gracia: «Dios te lo perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa»[7].

El original se conserva actualmente en el convento de las Carmelitas Descalzas de Sevilla, de la calle santa Teresa, 7.

Noticias autobiográficas

Las noticias autobiográficas que ahora nos interesan giran en torno a su modo de ser y, como las da la propia santa Teresa, se refieren particularmente a la condición que tiene:

Bien veo que no es perfección en mí esto que tengo de ser agradecida; debe ser natural, que con una sardina que me den me sobornarán (Cta 264, 1).

Con ser yo de mi condición tan agradecida (V 35, 11).

Esta cualidad de la que ella tenía una buena conciencia la examinamos oportunamente en el capítulo 11. Ahora nos han de bastar estas pinceladas acerca de su condición que añadimos a los retratos literarios que anteceden.

De su condición de persona humilde brotan las innumerables confesiones que hace de su ruindad, de lo que llama «mis grandes pecados y ruin vida», de la que dice que «no he hallado santo, de los que se tornaron a Dios, con quien me consolar» (V prólogo 1). Es increíble las veces que habla de esta ruindad y los acentos con que la proclama; ruin y ruindad las usa entre las dos 214 veces: ruin 209 y ruindad 5 veces. Los retratos que hemos presentado y estas rápidas señalaciones de su modo de ser, de su condición y lo que iremos diciendo a lo largo de este libro nos hará ver la grandeza de esta mujer.

Gracián, hablando todavía del retrato físico de la Madre dice:

Nuestra beata Teresa no fue en su tiempo fea de rostro. Que aunque algunos retratos suyos que andan por ahí no muestran mucha hermosura, es porque se retrató siendo ya de sesenta años [...]. Tenía hermosísima condición, y tan apacible y agradable que a todos los que la comunicaban y trataban con ella, llevaba tras sí, y la amaban y querían; aborreciendo ella las condiciones ásperas y desagradables que suelen tener algunos santos crudos, con que se hacen a sí mismos y a la perfección aborrecibles. Era hermosa en el alma, que la tenía hermosísima con todas las virtudes heroicas y partes y caminos de la perfección[8].

Bibliografía: T. Álvarez, El retrato de santa Teresa en los primeros grabados, en Estudios Teresianos 1, Burgos 1995, 47-54; y en Diccionario de santa Teresa, Monte Carmelo, Burgos 2006 2, 519-522.

Capítulo 3. Santa Teresa, hija de Dios

Confesiones rotundas

Santa Teresa hace, a veces, unas confesiones personales que son difíciles de olvidar por la contundencia con que se expresa. Fijémonos, por ejemplo:

Cuando digo Credo, razón me parece será que entienda y sepa lo que creo; y cuando (digo) Padrenuestro, amor será entender quién es este Padre nuestro y quién es el maestro que nos enseñó esta oración (CV 24, 2).

Así se expresa refiriéndose a estas dos oraciones del cristiano: el Credo y el Padrenuestro; y el Padrenuestro que, además de una oración, es como un Credo en el Padre que está en el cielo.

El tipo de su oración

La oración que ella enseña, y de la que es Maestra, es filial y amistosa con Dios Padre y con Cristo, el Señor. Enseñando el camino de ese trato confidencial, quiere que se comience con gran determinación a tener oración y a no hacer caso de los inconvenientes que ella sabía que circulaban en el ambiente.

Recoge frases que se decían en aquel tiempo. Oímos, dice ella:

«hay peligro»;

«fulana por aquí se perdió»;

«el otro se engañó»;

«el otro que rezaba mucho cayó»;

«hacen daño a la virtud»;

«no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones»;

«mejor será que hilen»;

«no han menester esas delicadezas»;

«¡basta el Paternóster y el Avemaría!».

Y, soltando el ansia contenida que lleva recordando esos dichos, exclama:

Esto así lo digo yo, hermanas: y ¡cómo si basta! Siempre es gran bien fundar vuestra oración sobre oraciones dichas de tal boca como la del Señor. En esto tienen razón, que si no estuviese ya nuestra flaqueza tan flaca, y nuestra devoción tan tibia, no eran menester otros conciertos de oraciones, ni eran menester otros libros (CV 21, 3).

Hecha esta presentación y este barrido, promete, apoyándose en el Paternóster, ir fundando (así dice): unos principios y medios y fines de oración.

Enseguida hace otra de sus confesiones personalísimas: «Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los evangelios, que libros muy concertados» (CV 21, 3). Y en los evangelios lo que más podía encontrar era la referencia a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre de sus hermanos los hombres; pues si de algo se habla en los cuatro evangelios es precisamente de la paternidad de Dios y de nuestra filiación.

Por eso, «allegada a este Maestro de la sabiduría», que nos enseñó el Paternóster, que nos enseñó a ser hijos de Dios, espera que le enseñe alguna consideración útil.

Y, verdaderamente, yo me imagino a la Santa como a quien toma de la boca del divino Maestro con una mano esas consideraciones y nos da, nos pasa lo que ha meditado, lo que ha entendido, lo que a ella le han dado y regalado, nos lo pasa con la otra mano a nosotros.

Arranque contemplativo

Cita las primeras palabras del Paternóster: «Padre nuestro que estás en los cielos», y, emocionada por lo que ha dicho, se lanza a bendecir al Señor, como hace tantas veces en sus libros: «¡Bendito seáis por siempre jamás!» (CV 27, 1).

Teresa bendice en este caso a Cristo Jesús porque ya de entrada en esta oración del Padrenuestro nos llena las manos y nos hace una merced, un beneficio tan grande como es la filiación divina. El beneficio inmenso que descubre ya en esas primeras palabras es el siguiente: «nos hace hijos de Dios», al enseñarnos a invocar a Dios como «Padre nuestro»; y al llamarnos hijos de Dios, se hace él hermano nuestro, es decir, nada más comenzar esta oración ya se nos revela por boca de quien no nos engaña, que tenemos, que poseemos, que son nuestras estas dos realidades: la filiación divina y la hermandad con Cristo.

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