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© Luis Bautista Boned, 2022
© De esta edición: Universitat de València, 2022
Publicacions de la Universitat de València
Arts Gràfiques, 13 – 46010 València
Diseño de la colección: Inmaculada Mesa
Corrección y maquetación: Letras y Píxeles, S. L.
ISBN (papel): 978-84-9134-918-1
ISBN (ePub): 978-84-9134-919-8
ISBN (PDF): 978-84-9134-920-4
Índice
INTRODUCCIÓN
1. EL INTELECTUAL MODERNO: LA MELANCOLÍA DEL HOMBRE DE LETRAS
El sentimiento de desorden
Les mots sur les choses : el lenguaje remplaza la realidad
La interiorización definitiva de la subjetividad
Los anhelos de purificación
Filósofos y letrados en el entresiglo del XVIII y XIX. Los verdaderos protointelectuales
2. DE CAPARAZONES Y COSTRAS. EL ESTADO Y LA CONCIENCIA COMO OBSTÁCULOS EN LAS OBRAS TEMPRANAS DE UNAMUNO Y ORTEGA
El nacimiento del intelectual en España
«Vieja y nueva política» y En torno al casticismo : irreductibles nación y Estado
Nuevo mundo y «Ensayo de estética a manera de prólogo»: problemas de conciencia
3. AUTONOMÍA, COMPROMISO, DEPENDENCIA. FIGURACIONES Y FUNCIONES DEL INTELECTUAL MODERNO Y POSMODERNO EN ESPAÑA
Tipología del intelectual moderno
Las figuraciones del intelectual español. Nacionalistas, liberales y comprometidos
El lento y cuidadoso resurgir del intelectual liberal y comprometido durante el franquismo
El engañoso atisbo de una Falange liberal
Los sucesos de 1956: la primera reacción intelectual antifranquista
La crisis universitaria de 1965. Desarrollismo y oposición antifranquista: un tablero confuso
El pragmatismo como salida
Dialécticos, analíticos y neonietzscheanos. El campo filosófico entre la queja dogmática, el pragmatismo sumiso y el desafío aparentemente inane
Cultura y contracultura frente al tablero político Transición dudosamente normalizadora
Transformaciones del intelectual. Crisis de sus figuraciones y funciones modernas
4. CCT: CONTRA LA CULTURA DE LA TRANSICIÓN
Un árbol caído (2015), de Rafael Reig. Enésimo retrato agonista de la Transición
CT: la recurrente condena de la Transición
La CT en su contexto
El intelectual en su contexto
5. EL MAÑANA VACÍO. LA FALTA DE COMPROMISO LITERARIO E INTELECTUAL CON LA MEMORIA EN LA ESPAÑA DEMOCRÁTICA
El vano ayer en el mañana vacío: cuando el pasado condiciona el presente
La estrategia posproductiva de El vano ayer . De la falsificación histórica al testimonio ficticio
El vano ayer como denuncia de las continuidades del franquismo en democracia
Continuidades simbólicas y discursivas
La impostura: otro abuso de la (pos)memoria
6. A VUELTAS CON EL INTELECTUAL COMO EDUCADOR O LIBERADOR DE LA ENERGÍA DEL CUERPO SOCIAL
El enésimo retorno a la Ilustración
El cuerpo social de Marina Garcés
Contratos y precontratos sociales. La precariedad en Marina Garcés y Judith Butler
La fragilidad de la moderna tesis de la excepcionalidad humana
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
En 2011 Jordi Gracia escribió un panfleto titulado El intelectual melancólico , aunque él habría preferido llamarlo Panfleto contra el prestigio de la melancolía entre los intelectuales aquejados del síndrome del narciso herido (2011: 11). Apuntaba, sin dar nombres, contra la prestigiosa costumbre del mandarinato de refugiarse frustrado en la queja y en el nombre propio que todo lo sabe, todo lo adivina, pero al que nadie presta atención. La crítica, escrita en España, parecía dirigida a autores como Jordi Llovet, que nos explicó en Adéu a la universitat (2011) que había abandonado la academia porque nadie hacía caso ya de las enseñanzas que un humanista altamente cultivado pudiera ofrecer a la sociedad, en la línea de los lamentos de Javier Marías un año antes, cuando publicó en volumen una selección de artículos propios que habrían alertado inútilmente contra la crisis económica antes de que se produjera: Los villanos de la nación (2010). El intelectual sería «reserva moral» y «arcilla política» de la sociedad, un depósito de valores con los que se podría modelar al benévolo soberano dispuesto a escuchar y aplicar el consejo del sabio. Ficciones todas ellas, señaló con sorna Antonio Valdecantos en El saldo del espíritu (2014), porque seguramente no tiene las claves de mejora inmediata de la sociedad, y desde luego nadie las escucha.
Se trata en realidad de la viejísima actitud (proto)intelectual del que cree saber la respuesta, gracias a la reflexión y al bagaje cultural que le permiten elevarse por encima de la aglomeración cotidiana, como señaló Rolland (1915) hace más de un siglo. Viejísima actitud del que cree conocer la receta para crear una sociedad perfecta, pero al que nadie hace caso y debe refugiarse, frustrado, en sí mismo o en la cerrada comunidad de sus semejantes, la clerecía de los hombres de letras, su voluntaria e inalienable república. El intelectual se queja, luego existe, dijo burlonamente Valéry. O, mejor dicho, escribe su queja en primera persona, una queja que incluye con descaro cualquier asunto, como apuntó también recientemente Sánchez-Cuenca: La desfachatez intelectual (2016), y se molesta si nadie la lee ni escarmienta.
El intelectual se sitúa a la cabeza de la sociedad, de cuyo orden disiente, e intenta, sin éxito, reformarla. Y es esa falta de efectividad de sus avisos lo que lo conduce a la melancolía. Se sitúa, decía, a la cabeza de la sociedad como una luz que ha de guiar al resto hacia un destino que él mismo desconoce, porque su meta, su anhelo, se basa en la nostalgia de un orden perdido desde el inicio de la cultura occidental. Desde que Adán mordió la manzana y notó que su sangre se oscurecía, invadida por la bilis negra, por la melancolía que apagó la luz de sus ojos. Así lo explicó Hildegarda de Bingen en Causae et curae , en la baja Edad Media. Porque la melancolía parece estar en el origen del disenso intelectual y se convierte además en la meta de su ineficaz periplo reformista.
Hay un sustrato teológico en la humanidad occidental a la que apelará frecuentemente el letrado, crédulo o incrédulo, mucho antes de nombrarse intelectual. Ese sustrato inalcanzable se identifica con un orden perfecto del que se siente cada vez más alejado, sobre todo a raíz de la interiorización definitiva de la subjetividad, que lo aleja de un logos óntico (así lo llamó Taylor en Sources of the Self , 1989) o un orden onto-teólógico (Schaeffer: L’Art de l’âge moderne , 1992). La melancolía se agudiza entonces como sensación de pérdida y búsqueda incesante que genere una sociedad perfecta, que no pasa, en la mayoría de los casos, de ser una utopía imaginada en soledad.
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