Baoyu, que después de cambiarse de ropa había salido apresuradamente, vio a Daiyu caminando con paso lento mientras se frotaba los ojos.
—¿Dónde vas, prima? —le preguntó con una sonrisa—. ¡Cómo! ¿Otra vez llorando? ¿Quién te ha ofendido esta vez?
Daiyu volvió el rostro y vio quién era.
—Estoy bien —dijo con una sonrisa forzada—. No estaba llorando.
—No me mientas. Todavía tienes los ojos húmedos —respondió él mientras levantaba instintivamente una mano para secar sus lágrimas.
Pero ella retrocedió unos pasos.
—¿Estás loco? ¿No puedes guardar tus manos para ti?
—Lo hice sin pensar. —Baoyu se rió—. Estaba muerto para todo lo que me rodea.
—A nadie le importará cuando estés muerto de verdad, ¿pero qué será del amuleto y del unicornio de oro que dejarás detrás?
Ese comentario sacó a Baoyu de sus casillas.
—¡Otra vez con el amuleto y el unicornio! ¿Pretendes maldecirme o fastidiarme?
Recordando lo sucedido el día anterior, Daiyu intentó enmendar su error.
—No te pongas así —le suplicó—. ¿Por qué te indigna tanto una simple negligencia de la lengua? Tienes las venas de la frente hinchadas de ira, ¡y estás sudando a mares!
Y diciendo esto se adelantó sin pensarlo y alargó la mano para secar su rostro cubierto por el sudor. Baoyu la miró intensamente y, después de un momento, le dijo con tono suave:
—Libera tu corazón de esa inquietud.
Daiyu le devolvió la mirada en silencio.
—¿De qué inquietud hablas? No entiendo. ¿Qué quieres decir?
—¿De verdad no lo entiendes? —suspiró él—. ¿Es posible que todo lo que he sentido por ti desde que te conozco haya sido un error? Si no soy capaz de adivinar tus sentimientos, entonces tienes razón enfadándote conmigo todo el tiempo.
—Realmente no sé de qué inquietud tengo que liberar mi corazón.
—No te burles de mí, prima querida. Si realmente no sabes de qué hablo, entonces toda mi devoción por ti ha sido un desperdicio, y tus sentimientos hacia mí un esfuerzo inútil. La causa de tu mala salud es precisamente esa inquietud de la que no liberas tu corazón. Si no te tomaras las cosas tan a pecho, tu salud no iría empeorando día a día.
Esas palabras fulminaron a Daiyu como un rayo. Al reflexionar sobre ellas las sintió cada vez más próximas a sus más íntimos pensamientos, como si le hubieran sido extraídas del corazón. Había mil cosas que anhelaba decir, pero no pudo abrir la boca. Se limitó a mirar en silencio los ojos de Baoyu. Como él estaba en el mismo trance, también contemplaba silencioso a la muchacha. Y pasaron unos momentos de pasmo… Entonces Daiyu tosió sofocadamente y más lágrimas le surcaron las mejillas. Ya se volvía para marcharse cuando Baoyu la retuvo cogiéndole la mano.
—Espera. Déjame decirte una sola palabra.
Ella se secó las lágrimas y lo apartó de su lado.
—¿Qué queda por decir? Ya he comprendido.
Y se alejó sin volver la mirada. Baoyu quedó allí clavado, como en trance. Ahora bien, en su prisa por salir había olvidado su abanico y Xiren, al correr tras él para llevárselo, había asistido involuntariamente al encuentro de los dos muchachos. Apenas Daiyu se hubo marchado, la doncella se acercó a Baoyu, que seguía allí como si hubiera echado raíces.
—Olvidó su abanico —le dijo—. Afortunadamente me di cuenta. Aquí está.
Todavía demasiado perplejo para saber quién hablaba, él le tomó las manos.
—Nunca me he atrevido a desnudar ante ti mi corazón, querida prima —dijo—. Ahora que he reunido el valor necesario para hablar, moriré tranquilo. Estaba poniéndome enfermo por causa tuya, pero no me atrevía a decírselo a nadie y oculté mis sentimientos. No me repondré hasta que tú también mejores. No puedo olvidarte ni en sueños.
—¡Sálveme Buda! —exclamó Xiren consternada.
Y se puso a sacudirlo mientras le preguntaba:
—¿Pero qué clase de cháchara es ésta? ¿Es que ha caído en poder de algún espíritu maligno? ¡Váyase rápido!
Cuando Baoyu recobró el sentido y vio allí a Xiren se sonrojó, le arrancó el abanico de las manos y salió corriendo sin decir palabra.
Mientras lo veía alejarse, la doncella reparó en que la confesión había sido hecha para Daiyu, lo cual, de llegar a conocerse, no dejaría de producir problemas y escándalos. Eso sería realmente atroz y se preguntó cómo prevenir semejante calamidad.
Seguía sumida en sus cavilaciones cuando llegó Baochai.
—¿Qué haces ahí soñando de pie? —preguntó Baochai—. Hace un sol que despelleja.
—He visto dos gorriones peleando —improvisó rápidamente—. Era tan divertido que me entretuve mirándolos.
—¿Dónde iba el primo Bao tan bien vestido? Lo vi pasar y se me ocurrió detenerlo, pero como estos últimos días tiene la lengua tan suelta decidí dejarlo.
—El señor lo mandó llamar.
—¡Vaya! ¿Con este calor? ¿Para qué? ¿Será que algo le ha molestado y lo ha mandado llamar para reprenderle?
—Nada de eso —respondió Xiren entre risas—. Parece que hay un invitado que quiere verlo.
—Una visita desatinada, sin duda. —Baochai parecía divertida—. ¿Qué necesidad hay de estar por ahí dando vueltas con este calor en lugar de permanecer a la sombra?
—Eso digo yo, ¿qué necesidad hay?
—¿Y qué hacía Xiangyun en tu cuarto?
—Vino a charlar un rato. ¿Recuerda el par de pantuflas que empecé el otro día? Le he pedido que las termine ella.
Baochai miró en torno suyo para asegurarse de que no había nadie por allí.
—¿Cómo puede alguien con tanto tino como tú caer de golpe en la desconsideración? —le preguntó—. Uniendo las cosas que he visto y oído últimamente he llegado a la conclusión dé que Yun no es nadie en su casa. Para ahorrar, ya no emplea costureras y se cose ella misma todo lo que necesita. Por eso en sus últimas visitas me ha confesado que se fatiga bastante en su casa. Y cuando le pregunté por la vida que hacía se le llenaron los ojos de lágrimas y eludió la respuesta. Deduzco que lo está pasando mal con la temprana pérdida de sus padres, y no puedo evitar sentir lástima por ella.
—Claro, eso es —dijo Xiren dando una palmada—. Con razón tardó tanto en enviar los diez lazos de mariposa que le pedí que hiciera el mes pasado. «Sólo he podido hilvanarlos —me dijo; y luego añadió—: Espero que te gusten. De todos modos, si quieres unos mejores espera a que venga a pasar aquí unos días.» Después de lo que me ha dicho, señorita, comprendo que no podía negarse, pero que seguramente representaba para ella trabajar hasta altas horas de la madrugada. ¡Qué estúpida he sido! De haberlo sabido no se lo hubiera pedido. La última vez me dijo que había trabajado hasta la medianoche en su casa, y a las señoras no les gusta que haga ningún trabajo para otra gente, pero nuestro joven señor es tan terco y díscolo que se niega a que las costureras se encarguen de sus cosas, grandes o pequeñas, y a mí ya no me queda tiempo.
—No le hagas caso —dijo Baochai—. Que las otras chicas hagan el trabajo, y luego dile que lo hiciste tú misma.
—No hay manera de engañarlo. Se daría cuenta enseguida. No, simplemente tendré que sudar mucho para contentarlo.
—Espera —dijo Baochai sonriendo—. ¿Y si te ayudo yo?
—¿Lo haría? ¡Qué suerte! —Xiren estaba radiante—. Le llevaré las pantuflas esta noche.
Mientras hablaba se les acercó jadeando una anciana sirvienta.
—¡Imagínense! —exclamó sin aliento—. Sin motivo alguno, esa chica, Jinchuan, se ha tirado a un pozo.
Xiren se sobresaltó.
—¿Qué Jinchuan?
—¿Pues cuántas Jinchuan hay? La muchacha que trabajaba para la señora. El otro día, no sabemos por qué, fue devuelta a su casa. Allí estuvo llorando, pero nadie le prestó atención. Después descubrieron que había desaparecido. Hace un momento uno de los aguadores descubrió un cadáver mientras sacaba agua del pozo del sudeste. Fue a traer gente para sacarlo, y vieron que se trataba de Jinchuan. Su familia está fuera de sí intentando reanimarla, pero ya es tarde, por supuesto.
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