MENOS RESPETOQUE SOYTU JEFE
Los Y ya son líderes ... ¿y ahora?
MELINA CAO
VERÓNICA CARABAJAL
CAROLINA LEVIN
Este libro fue escrito por tres mujeres, que son mamás, ergo: ¿a quiénes creen que se lo vamos a dedicar? Y, sí, a ellos, a los que nos disfrutan y padecen a diario en el más lindo de los trabajos, que es el de ser madres:
ParaTomásyFelipe.
ParaMateoyTomy.
Para Fran, Ciro y Lupe.
Por estar mucho, por abrazar fuerte, por esperarnos con tanta alegría, pero cortamos acá o no nos para nadie, ya les dijimos: somos minas.
Y a nuestras familias, maridos, ex maridos, hermanos, padres. No los nombramos porque son muuchos (Vero sola tiene ocho hermanos, imagínense); pero cada uno sabe el enorme valor e inspiración que aporta en nuestras vidas cada uno desde su rol. Gracias por estar, por ayudar y estimular. Son el motor que nos empuja a seguir buscando, aprendiendo y haciendo lo que nos gusta.
No somos Y , pero, de tanto estudiarlos, algunas cosas copiamos, una es la de co-crear.
Este libro es un canto a la co-creación, así que, además del orgullo de hacer algo con otros, van las gracias a todos los que pusieron cabeza y corazón para aportar sus experiencias y conocimientos.
A Pablo Maison. No es jefe Y, no vamos a andar escondiendo lustros varios por ahí, pero es de esos líderes que te marcan la cancha, te ponen la vara alta y se van para dejarte hacer, confiando y dando libertad. No sé si sabe cuánto inspira y ayuda ese estilo para crecer y animarse a muchas cosas. Por ahí se está enterando ahora. ¡Gracias!
A Lore Berteloot, que estuvo desde el principio con alma, cuerpo y compu.
A todos los entrevistados, fueron muchos, demasiados para nombrar: jefes, directores, analistas, líderes de ONGs, colegas de RRHH, amigos, investigadores, consultores de los buenos, en fin, a todos los que dieron su tiempo para charlas prolongadas con cuestionarios laaargos y re-preguntas exhaustivas, muchas gracias.
A Adrián González y a Nico Di Candia, que compartieron información, formación y feedback de los honestos (ellos no tuvieron miedo a dar feedback negativo cuando lo vieron necesario, al contrario, sinceridad brutal. ¡Muchas gracias!).
A todos los jefes Y que se animaron a venir a un workshop y opinar sin parar sobre todo lo que pensamos (lo de sin parar es literal, terminamos agotadas, pero felices).
A Sol García, Sabina Kennel y Agustina Gómez Sabaini, que en distintos momentos del proyecto pusieron tiempo y onda para ayudar.
A la Punta del Ovillo que moderó charlas, sumó ideas y, encima, traían medialunas.
A Unilever, entendiendo por eso la suma de toda la gente que, a lo largo de cada día, con sus diálogos, estilos y situaciones, nos dejaron entrever que valía la pena parar la pelota y ver qué estaba pasando.
Hasta acá, agradecimientos de las tres, hacia todos los que ayudaron. Sobre el final, si nos permiten, un párrafo de dos de nosotras, Meli y Caro, hacia Vero.
Como dijimos más arriba, este es el resultado de “co-crear”; pero esto no hubiese sido posible sin el rol clave que jugó Vero. Ella fue la que comenzó a gestar la idea y con su pasión y determinación hizo nacer este proyecto.
¡GRACIAS por sumarnos y armar el equipo!
Prólogo
Introducción
Límite a las generalizaciones
¿Podemos seguir hablando de generaciones?
Entre jefes y padres
Liderazgo: algo está cambiando
¿Marca qué? Marca jefe
Repensando el respeto
Autoridad y jerarquía: dos cosas moooy distintas
Confianza, el ingrediente básico
El error nuestro de cada día
Bajando el volumen del propósito
Re-conocimiento: cuesta poco, pesa mucho
Delegación y feedback : no todo sale con fritas
Sustentables…, pero no tanto
Volviendo a la infancia: cuatro personajes, cuatro mentores
Todo concluye al fin. Conclusiones
n mi vida tuve trece trabajos, entre ellos, fui bachero de bar, puse pistas de baile en fiestas de quince, estuve en ventas y centros de atención al cliente de distintos call centers , repartí historias clínicas, trabajé como cadete de un contador y hasta llegué a laburar de mirar televisión (me sentaba ocho horas, siete días a la semana a ver televisión y anotar lo que pasaba para uno de esos tantos “programas de archivo”).
Todo esto, mientras dejaba carreras y buscaba nuevas, hacía cursos, talleres y seminarios de toda índole (algunos los terminaba, otros quizá los dejaba a veces hasta a mitad de la primera clase).
Yo no lo veía tortuoso. No me sentía “perdido”, como me decían algunos. Estaba buscando cómo articular la vida que soñaba llevar. Tener un trabajo que no se sintiera como una carga, que me divirtiera, a la par de una vida relativamente plena en lo personal. Lo que yo entendía como una convicción era tomado como un capricho.
Sabía que me gustaba mucho expresarme. También busqué mucho las formas de hacerlo: tomé clases de guitarra, armónica, bajo y batería. Escribí (siempre escribí, eso sí), para medios chicos, medianos, grandes y alternativos. Intenté también creando blogs , páginas web, participando de proyectos editoriales colaborativos o pagando mis propios espacios radiales experimentales, que ni yo hubiera escuchado de lo raros que resultaban, con los acotados sueldos que me daban esos trabajos que no me agradaban, pero eran el pilar económico de “mi búsqueda”. Nada de todo esto pros-peró, ni me dio jamás un peso. Pero me daba la alegría el estar comunicando lo que yo quería y de la forma en que disfrutaba hacerlo, y sin que ningún jefe me lo impusiera (si es que los tenía).
Hice culto del free lance y ese estilo de pseudo-bohemia de estar al mando de la vida de uno, a un costo altísimo. Quería, literalmente, una vida sin despertadores: nada demasiado pretensioso.
Un día decidí agarrar un laburo en un diario, una pasantía que había salido por un terciario que estaba haciendo y no sabía si quería terminar. No me eligieron por estar entre los mejores, solo pasó que todos los que sí habían sido elegidos por el grado de sus notas tuvieron distintos problemas personales y, por eso, perdieron el presentismo y la posibilidad de agarrar este trabajo temporario. Así, los directores de la escuela probaron otros alumnos que, por H o por B, se iban cayendo, hasta que no quedó más remedio que decirme a mí.
La idea no me agradaba, pero me pagaban por escribir todos los días y eso era algo que sabía que me iba a resultar interesante.
Acepté y, en cuestión de semanas, me di cuenta de que jamás me iba a adaptar a ese molde. Las estructuras verticales, las pulseadas con los que decían “haceme caso que hace veinte años que hago esto”, las imposiciones del estilo “esto se hace así porque lo digo yo y yo soy tu jefe” y demás cuestiones propias de una empresa de gran tamaño como esa me producían enojo.
Así, creé otro blog que se llamaba “Internet me cagó el laburo”. La idea inicial de este era que nunca iba a poder encontrar un trabajo que me gustara en los medios de comunicación tradicionales, porque estos se estaban muriendo, víctimas de la revolución digital. Facebook todavía era una cuestión de jóvenes, en ese momento, y Twitter recién se empezaba a poner de moda.
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