Cao Xueqin - Sueño En El Pabellón Rojo

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Sueño En El Pabellón Rojo: краткое содержание, описание и аннотация

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Obra completa Incluye los 120 capítulos.
Está considerada una de las obras maestras de la literatura de China y es una de las cuatro novelas clásicas chinas, y es generalmente reconocida como la cúspide de la narrativa china.
Hasta antes de su publicación impresa en 1791, la novela circuló en copias manuscritas con diferentes títulos. También es conocida como Historia de la Piedra. Mientras que los primeros 80 capítulos fueron escritos por Cao Xueqin, Gao E, quien editó las primera y segunda ediciones impresas con su compañero Cheng Weiyuan en 1791, añadió 40 capítulos adicionales para completar la versión actual de la novela.
Sueño en el pabellón rojo se cree que es una obra semi-autobiográfica, reflejando el auge y decadencia de la propia familia de Cao Xueqin y por extensión, de la dinastía Qing. Por los datos proporcionados por el propio autor desde el primer capítulo, se pretende que sea un monumento a las mujeres que conoció en su juventud: amigas, parientes, sirvientas. La novela es notable no solo por su enorme elenco de personajes y la psicología de los mismos, sino también por su observación precisa y detallada de la vida y las estructuras sociales propias de la aristocracia china del siglo XVIII.

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—¿Pero por qué? —quiso saber Sheyue—. ¡Romper mi abanico…! ¿Ésa es la idea que se tiene aquí de la diversión?

—Toma otro de la caja —replicó Baoyu—. ¿Qué tiene de extraordinario un abanico?

—Entonces lo mejor será sacar esa caja y dejar que los desgarre todos.

—¡Tráela! —respondió Baoyu riendo.

—No quiero —contestó Sheyue—. No tiene las muñecas rotas. Que la traiga ella.

—Estoy cansada —objetó Qingwen recostándose entre carcajadas—. Mañana romperé unos cuantos más.

—Conoces el antiguo proverbio que dice «Mil piezas de oro no pueden comprar una sonrisa». Pues bien, ¿cuál es el precio de unos cuantos abanicos? —dijo Baoyu.

Y mandó llamar a Xiren, que llegó después de haberse mudado de ropa y ordenó a la pequeña Jiahui que retirase los restos de los abanicos. Luego se sentaron en la puerta a disfrutar del aire fresco.

Al mediodía siguiente, la dama Wang y las muchachas estaban reunidas en los aposentos de la Anciana Dama cuando se anunció la llegada de Shi Xiangyun, que entró en el patio rodeada de un tropel de amas y doncellas. Al llegar fue saludada por sus primas al pie de las escalinatas. Como no se habían visto durante un mes, el reencuentro de las muchachas fue naturalmente afectuoso, y, una vez concluido, Xiangyun entró a presentar sus respetos a las demás.

—Hace calor. Quítate algo de ropa —le dijo la Anciana Dama.

Xiangyun lo hizo y la dama Wang comentó:

—Pero qué abrigada vienes, niña…

—Mi segunda tía me obligó. Yo no quería ponerme tanta ropa.

—Si supieras, tía —intervino Baochai—, cuánto le gusta vestirse con ropa ajena… Cuando vino de visita en el tercer o cuarto mes del año pasado se puso la túnica, las botas y la gargantilla del primo Bao, y se colocó detrás de esa silla. A primera vista se parecía tanto, salvo por los dos aretes de sus orejas, que la Anciana Dama la confundió y exclamó: «Baoyu, ven aquí. ¿No ves que el polvo de esas borlas de farol que tienes sobre la cabeza se te va a meter en los ojos?». La muy picara se limitó a sonreír y no se movió. Entonces todos nos echamos a reír, y también la Anciana Dama, que dijo: «Pues estás incluso más guapa vestida de muchacho…».

—Eso no es nada —intervino Daiyu—. Hace dos años vino durante el primer mes, y apenas llevaba aquí un par de días cuando empezó a nevar. Mi abuela y mi tía acababan de regresar después de haberse postrado ante los retratos ancestrales, y la nueva capa de lana roja de la Anciana Dama estaba por ahí encima. Pues bien, la prima Shi, sin que nadie se diera cuenta, se la puso y, como le quedaba un poco grande y larga, se la ató a la cintura con un pañuelo. Entonces se fue con las doncellas al patio trasero a hacer un muñeco de nieve, pero en el camino se cayó de boca y quedó cubierta de barro.

Al recordar este episodio todos se echaron a reír.

—Ama Zhou —dijo Baochai—, ¿sigue su joven dama haciendo semejantes travesuras?

La nodriza de Xiangyun se limitó a sonreír.

—A mí no me molestan sus travesuras, pero es demasiado parlanchina para mi gusto —dijo Yingchun—. Hasta en sueños parlotea sin cesar, riendo y charlando. Y los disparates que dice… ¡de dónde los sacará!

—Espero que haya mejorado su comportamiento —comentó la dama Wang—. El otro día se recibió una propuesta de matrimonio y muy pronto se irá a vivir con su suegra. Entonces tendrá que cambiar de modales.

—¿Se quedarán aquí o regresarán hoy mismo? —preguntó la Anciana Dama.

—¡Su Señoría no ha visto aún la cantidad de ropa que hemos traído! —contestó el ama Zhou con una sonrisa—. Sí, tenemos intención de permanecer aquí unos días.

—¿No está en casa el primo Baoyu? —preguntó entonces Xiangyun.

—Sólo piensa en el primo Bao —dijo Baochai riendo—. Es que a los dos les encanta hacer travesuras. Su pregunta demuestra que no ha cambiado su conducta traviesa.

—Ya sois demasiado mayores para que os sigáis llamando por vuestros nombres de cariño —dijo la Anciana Dama.

En ese momento entró Baoyu.

—¡Así que ha venido la prima Yun! —exclamó—. ¿Por qué no viniste la última vez que te invitamos?

—La Anciana Dama acaba de decir que debe cesar ese tratamiento —le dijo la dama Wang—, pero aquí estás tú otra vez usando nombres de cariño.

—Tiene algo muy bonito para ti —dijo Daiyu a Xiangyun.

—¿Qué es?

—No le hagas caso —dijo Baoyu riéndose—. ¡Cómo has crecido desde la última vez que viniste a visitarnos!

—¿Y cómo está la hermana Xiren? —preguntó ella.

—Muy bien, gracias.

—Le he traído un pequeño regalo.

Y diciendo esto mostró un pañuelo anudado.

—¿Qué es? —preguntó Baoyu—. ¿Por qué no le trajiste un par de sortijas de cornalina como las que enviaste el otro día?

—¿Y qué crees que es esto?

Xiangyun desató el pañuelo con una sonrisa y aparecieron cuatro anillos del mismo tipo.

—¡Vaya con la muchacha! —exclamó Daiyu—. ¿Por qué no se las diste a las criadas para que las trajeran junto con las nuestras? ¿No hubiera sido más sencillo? Ahora apareces con más. Pensé que se trataría de algo distinto, y resulta que siempre es lo mismo. ¡Pero qué tonta eres!

—¡Tonta lo serás tú! —replicó Xiangyun—. Permitid que os explique el porqué y luego juzgáis cuál de las dos es la tonta. Yo os mandé esas sortijas con el paje que enviasteis. El mensajero no tenía que decir nada, porque cuando vierais los anillos sabríais que eran para vosotras, las señoritas. Pero si además enviaba unos cuantos para las doncellas, hubiera tenido que explicarle cuál de los anillos era para cada una de ellas. Si se hubiese tratado de un chico inteligente, se habrían entregado sin problemas; pero si era un zote, enseguida habría olvidado los nombres y confundido las cosas, incluidos tus anillos. No hubiera supuesto un problema para una matrona que conociera a las muchachas, pero ese día quien acudió fue un paje al que no se podían confiar los nombres de las doncellas. ¿Lo sencillo, entonces, no era que los trajese yo misma?

Dicho lo cual, colocó sobre la mesa las cuatro sortijas.

—Una para Xiren, una para Yuanyang, una para Jinchuan y otra para Pinger —dijo—. ¿Hubiera podido un paje recordarlas tan claramente?

Todos rieron.

—Ahora sí se ha aclarado el asunto.

—¡Sigue tan locuaz como siempre! —exclamó Baoyu—. Nunca le faltan palabras.

—Y aunque no pudiese hablar, lo haría por ella su unicornio de oro —dijo Daiyu, y después de esa pulla se retiró.

Su comentario, por fortuna, sólo había sido escuchado por Baoyu y por Baochai, y cuando ésta sonrió también Baoyu se vio obligado a hacerlo debido a que se sentía culpable. Al verlo sonriente, Baochai salió rápidamente con Daiyu.

La Anciana Dama dijo a Xiangyun:

—Bebe un poco de té y descansa. Después podrás ir a ver a tus cuñadas y pasear con tus primas por el jardín.

Xiangyun hizo lo que se le pedía, y después de un breve reposo envolvió tres sortijas y, acompañada por amas y doncellas, hizo una visita a Xifeng y estuvo unos momentos charlando con ella antes de pasar a saludar a Li Wan en el jardín. Después de estar un rato conversando con ella, marchó al patio Rojo y Alegre en busca de Xiren.

—No es necesario que me acompañéis todas —dijo a las amas y doncellas—. Id a visitar a vuestros amigos y parientes. Me basta con que Cuilü venga conmigo.

De modo que las dos se quedaron solas.

—¿Por qué no ha florecido aún el loto? —preguntó Cuilü.

—Todavía no es el tiempo.

—Su loto es como el de nuestro estanque; tiene flores dobles.

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