Emilio Bustamante - La radio en el Perú
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El Reglamento de Radiodifusión de 1937 consagró un modelo donde se daba amplia cabida a la radio comercial privada, pero reservándose para el Estado una poderosa emisora de alcance nacional. No se trató de un modelo enteramente liberal el que rigió desde entonces, pues además de la presencia de Radio Nacional, los gobiernos de Benavides y Odría impusieron censura a las radios privadas supervisando su programación mediante un funcionario de la Dirección de Radio (dependiente del Ministerio de Gobierno), cuando no las clausuraron o allanaron en los momentos que juzgaron conveniente hacerlo. Desde la década de 1940, sin embargo, se fueron creando cadenas de emisoras y agremiaciones de empresarios. En la década de 1950 había ya dos cadenas poderosas, con filiales que operaban varias frecuencias en diferentes ciudades del país: la encabezada por Radio América (Umbert-González) y la liderada por Radio Victoria (Cavero); y otras dos en crecimiento: la de Radio Central (Delgado-Gjurinovic) y la de Excelsior (Belmont). Asimismo, adquirió importante presencia la Asociación Nacional de Radioemisoras del Perú (Anrap), que agrupaba a los dueños de las emisoras y que demostró gran capacidad de negociación con el gobierno de Odría, logrando el retiro de normas dadas por el Ejecutivo que los propietarios de las radios consideraban perjudiciales para ellos.
Aunque la Anrap se partió en 1955 al separarse la cadena de Cavero, quien creó su propia organización gremial (Federación Peruana de Radiodifusión [Federadio]), los empresarios de ambas entidades (Anrap y Fede-radio) lograron integrar la comisión que elaboró el nuevo Reglamento General de Telecomunicaciones de 1957, promulgado por el segundo gobierno de Prado. No obstante, la Junta Militar de Gobierno de 1962 convocó a una nueva comisión a fin de elaborar un reglamento que supliera el de 1957, pero sin la participación de los empresarios radiales. En el primer gobierno de Belaunde se discutió la nueva normativa, que al final devolvió el estado de cosas al de 1957, debido a la presión que sobre el Parlamento ejercieron los gremios de empresarios. Durante el régimen de Belaunde, sin embargo, hubo cambios en el campo empresarial de la radiodifusión: algunas de las cadenas se fortalecieron (en especial la conformada por los hermanos Delgado Parker) mientras otras empezaron a afrontar dificultades económicas (las de Cavero y Belmont). La llegada de la televisión afectó la captación de publicidad, la principal fuente de financiamiento de las emisoras; lo que no significó que disminuyera el número de estas (al contrario, aumentó) sino que incumplieran compromisos de pago, abarataran sus costos de producción y se orientaran a una programación básicamente musical. La Ley de Telecomunicaciones de 1971, que dispuso la expropiación del veinticinco por ciento de las acciones de las empresas de radio, y la posterior expropiación mediante decretos del cien por ciento de las acciones de varias emisoras por parte del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, alteró no solo el estatus logrado por las empresas privadas sino el modelo mismo vigente desde 1937, reforzándose mucho el papel del Estado.
A los pocos años de ser devueltos los medios a sus antiguos propietarios por el segundo gobierno de Belaunde, el panorama ya no era el mismo de antes de la expropiación. En un escenario de desborde popular del Estado descrito por el antropólogo José Matos Mar (1984), desaparecieron antiguas cadenas y surgieron otras, se produjo un proceso de popularización de la radio comercial en la frecuencia modulada, se replantearon los modelos de producción de las emisoras privadas (lo que supuso una búsqueda a veces desesperada y a ciegas de un público objetivo), se ensayaron nuevas formas de financiamiento de la radio comercial que implicaron el alquiler de espacios a emergentes actores culturales así como la organización de espectáculos masivos, se afirmó una radio popular impulsada por la Iglesia católica y organizaciones no gubernamentales, y aumentó el número de radios piratas. Durante la década de 1990 se consolidaron grandes corporaciones y, bajo su dirección, se organizaron las modernas cadenas nacionales que vincularon a muchas emisoras en todo el país por medio del satélite y llevaron su señal a miles de oyentes a través de la frecuencia modulada. Las emisoras provincianas, en su gran mayoría, fueron desplazadas en el favor del público por estas cadenas. Las corporaciones lograron concentrar la inversión en publicidad radial, la que no sufrió mayor menoscabo durante la década, aún en la segunda mitad de esta, cuando la inversión en otros medios (sobre todo en la televisión) disminuyó dramáticamente a causa de la recesión.
En cuanto al consumo, la radio era escuchada por la elite durante la década de 1920. Sin embargo, como ya se ha señalado, el gobierno de Sánchez Cerro —a comienzos de 1a década de 1930— empleó parlantes ubicados en las plazas públicas para hacer llegar los mensajes del Jefe de Estado a numerosos oyentes. El consumo del medio fue haciéndose masivo en Lima hacia finales de esa década, cuando se superó la crisis económica y se abarataron los precios de los receptores, que fueron ofrecidos a plazos. Además, continuaron las prácticas de recepción múltiple: la radio era escuchada no solo por los miembros de una familia sino a través de aparatos que se hallaban en establecimientos públicos o en domicilios particulares que eran visitados por los vecinos. Al ampliarse la cantidad de oyentes, hubo mayor inversión en publicidad, lo que permitió el desarrollo de la radio comercial desde fines de la década de 1930. En provincias se establecieron estaciones comerciales importantes (especialmente en Arequipa, Ica, Chiclayo y Cusco) y, en algunos casos, donde no había emisora local fueron adquiridos receptores por municipios para que los residentes escucharan programas de onda corta a través de parlantes. Se llegó a vender en zonas rurales y asentamientos mineros aparatos receptores de onda corta que funcionaban con batería, pero su precio era elevado. Asimismo, aparecieron los primeros receptores para ser incorporados en los automóviles.
En el segundo período, al auge de los programas musicales de fines de la década de 1930 y comienzos de la de 1940 (en particular de música criolla), le siguió desde mediados de esta el de los radioteatros y programas humorísticos. La mayoría de las emisoras ambientaron en sus locales espacios de auditorio a los que acudía el público a presenciar números en vivo.
Aunque el receptor a transistores y pilas se expandió algo tardíamente en el Perú, ya a inicios del tercer período permitió ampliar el público de la radio en las zonas rurales y, especialmente, en áreas urbanas recién pobladas por la gran ola migratoria de esos años. También por entonces aparecieron las primeras líneas de ómnibus citadinos equipados con receptores. Al comenzar la década de 1960, a pesar de la televisión, la radio seguía siendo el medio de mayor consumo. Según el censo de 1961, había en el país 72.399 televisores y 455.267 receptores de radio. No obstante, la televisión captó la mayor parte de la publicidad disponible, y la radio se limitó en la mayoría de los casos a satisfacer la demanda de música de los oyentes. Los auditorios prácticamente desaparecieron y la participación del público en los programas se realizó a través de llamadas telefónicas para solicitar canciones o intervenir en sencillos concursos; las emisoras emplearon ese mecanismo, además, para medir su audiencia. La frecuencia modulada (FM) apuntó en esos años a un público de clase alta. En la década de 1970 se hizo usual la comunicación por microondas.
Al comenzar el cuarto período se incorporó el satélite, el cual permitió integrar a mayor cantidad de oyentes; entonces se produjo también la llamada “popularización de la FM”. En la década de 1990, como ya se ha mencionado, las nuevas corporaciones recurrieron al satélite y a la FM para formar cadenas de emisoras que les permitía cubrir amplios sectores del país.
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