Emilio Bustamante - La radio en el Perú

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Relata el surgimiento de la radio, en los años veinte, su posterior cambio de un medio de elite en uno de masas, su Edad de Oro, a mediados del siglo XX, el fracaso del experimento realizado por el Gobierno de la Fuerza Armada; y concluye con el estudio de las dos últimas décadas de caótica expansión, la conformación de nuevas cadenas y corporaciones, así como el desarrollo de la radio popular.

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Las radios locales de aquellos años dorados enviaban locutores y equipos a todos los eventos, de cualquier clase. Ellos ponían la narración y nosotros imaginábamos. Por ejemplo, un anunciante tuvo la idea de publicar un dibujo de la cancha cuadriculada en sectores numerados para que se pudiera seguir el partido de fútbol y entonces el argentino Boris Sojit pedía tener a la vista el diagrama y anunciaba “Pasan el balón al sector C… de ahí con un pase largo al sector D…”.

Más imaginación todavía había que poner en las transmisiones dominicales de las corridas de toros, de la procesión del Señor de los Milagros, del fútbol de Lolo Fernández, del boxeo de Antonio Frontado y la célebre transmisión internacional Cabalgata Deportiva Gillete , con el locutor que insistía: “No se vayan… que esto se pone bueno…”, desde el lejano Madison Square Garden de Nueva York.

Llegó entonces la época de los auditorios, que los colegiales sabíamos aprovechar bien. A la vuelta del colegio San Agustín, en el jirón Camaná, estaba Radio Colonial, donde a las cinco de la tarde se iniciaba un programa infantil al que asistían también alumnas de un colegio cercano. Apenas salíamos de las aulas nos atropellábamos en las estrechas escaleras que conducían a una pequeña sala donde nos apretujábamos más para ver a las chicas que para participar en el programa.

Pronto los miembros de la pandilla quinceañera de Monserrate nos convertimos en expertos en programaciones, horarios y carteleras; porque todos los artistas de renombre hacían sus presentaciones en teatros, quizá cabarés ( boites ) y generalmente pasaban a la radio, donde el ingreso era libre. Solo era cuestión de ir temprano y acomodarse. Las radios Central, Mundial, Nacional (la de más antigua y mejor sala), Atalaya, La Crónica (quizá la última moderna), y otras, eran las favoritas.

Era también el tiempo de los radioteatros, el antecesor de las radionovelas. La diferencia, según la define el cubano Reynaldo Gonzales, está en que los primeros recogen adaptaciones de los folletines nacidos en Francia para la prensa popular. Más tarde vendrían los autores especializados y nacería el género radionovelesco, con técnica y lenguaje propios.

Los melodramas preferían el mediodía y la tarde mientras que la noche era para el misterio y la aventura y también la política, porque alguna emisora recibía los discos que enviaba el servicio informativo de los Estados Unidos con su serie anticomunista Ojo de águila .

El derecho de nacer , del cubano Félix B. Caignet, fue la máxima expresión de la radionovela, pues alcanzó niveles de sintonía que no han sido igualados, un fenómeno que llegó al Perú y aquí se hizo una versión a la peruana. Bustamante nos recuerda bien el incidente de la presunta agresión al actor Ego Aguirre que hacía el papel del odioso Rafael del Junco, el canalla de la historia.

Nosotros también nos pasamos a la televisión cuando en 1957 ingresó a la casa un televisor Philco, que pronto cautivó a la familia e hizo arrinconar el radiorreceptor, que sin embargo no fue olvidado, porque siempre conservó su espacio para las noticias, el deporte y la música de moda, aunque el cambio fue inevitable. La banda de AM perdió terreno ante la novísima FM y sus emisoras de formato puramente musical, y en algún día que no podemos precisar se transmitió la última radionovela.

Pero la vieja Onda Corta, aquella de las bandas de 19, 25 y, la favorita, de 31 metros, eran todavía el escenario preferido de la confrontación conocida como la Guerra Fría, en que La Voz de América lanzaba su artillería anticomunista hacia el otro lado de la Cortina de Hierro y desde allá contestaban y rebatían con igual potencia Radio Moscú y Radio Progreso.

En el medio, para estar mejor informado, estaba la venerable BBC de Londres marcando una línea de esfuerzo de imparcialidad que seguían muchas otras emisoras, entre las que recordamos a Radio Nederland, Radio Suecia Internacional, la Deutsche Welle de Alemania Occidental, Radio Francia Internacional y muchas otras más (escribí una vez a Radio Pekín dando cuenta de haber escuchado sus programas y meses después me enviaron un recuerdo: varios paisajes recortados a tijera).

Al terminar los años cincuenta trabajé por un par de años en La Oroya, editando una revista para empleados de la otrora formidable Cerro de Pasco Copper Co. Todos los que han transitado alguna vez por aquella ciudad (si se le puede llamar así) de paso a Jauja o Huancayo, concordarán en que es uno de los lugares más inhóspitos de los Andes centrales. Noches solitarias, frías e interminables, de lluvia y nieve, en que mi viejo receptor Philips de tubos, “tropicalizado”, que todavía conservo, se convertía en el amigo necesario para sobrellevarlas.

Recuerdo, entre otras, las voces de “Aquí Radio Rebelde, transmitiendo desde territorio libre en América” de los guerrilleros castristas desde la Sierra Maestra cubana. Luego del triunfo revolucionario cederían el espacio internacional a Radio La Habana, que se lanzaría con fuerza a refutar la propaganda anticastrista de Miami. Confirmaría por entonces la enorme importancia de Radio Nacional y sus noticieros y de la BBC británica.

Una decena de años más tarde viajé a Moscú contratado por una editorial para hacer corrección de estilo y tomé mis precauciones para estar informado porque me habían asegurado que allá, en la cuna del comunismo, era imposible conseguir un receptor y que todas las casas poseían uno pero de estación única que solo transmitía propaganda. Era una verdad a medias. El departamento asignado tenía efectivamente un receptor pero con dos estaciones, una de noticias y otra de música, ambas de manera permanente. Llevé mi potente y envidiado Zenith TransOceanic cuya enorme antena y ocho pilas me permitían asomarme a Radio Nacional de España, Radio Suecia Internacional y otras que me rescataban del aislamiento impuesto por el idioma.

Tampoco era cierto que no se podía comprar receptores, pues había de todos los precios y bandas, y no era verdad que el régimen interfería las potentes señales de las emisoras norteamericanas —Free Europe era una de ellas— que bombardeaban todo el sector de países por entonces socialistas.

En los ochenta ya mi receptor era un pequeño Sony digital, compacto, que carecía de dial y evitaba la búsqueda porque se requería solamente conocer la banda y la frecuencia.

Hoy, la zona de la short wave está casi solitaria. La recorremos buscando las antiguas emisoras grandes y reconocemos algunas voces que es mejor escuchar por la maravilla moderna de internet, portador imbatible de miles de señales en todos los idiomas de todas las latitudes.

La melancolía es ineludible al rememorar aquellos viejos buenos tiempos en que nos disputábamos el receptor, la radionovela llorosa versus el invencible Tamakún.

Al paso de los años la radio sigue siendo el medio masivo de comunicación más importante de todos porque supo adaptarse a los tiempos, a los contextos cambiantes y configurar lo que podríamos llamar el Planeta Radio. Aquí cohabitan la radio comercial, la educativa, la pública, la comunitaria, la estatal, la partidaria, todos abriendo espacios a la imaginación.

Debemos agradecer a Emilio Bustamante la paciente investigación que ha tenido como fruto este magnífico texto. Aquí leeremos no solo los arañazos de historia que les he propuesto en estas nostálgicas líneas, sino que comprenderemos mejor por qué es así la radio en el Perú.

Como todos los buenos historiadores el autor nos propone un derrotero personal para su relato, dividiendo la gran historia de la radio en el Perú en fases bien definidas. Primero los años iniciales, “De OAX a Radio Nacional del Perú 1925-1937”, que recoge los episodios inaugurales y conoce los sucesos dramáticos de transición del leguiismo al nuevo escenario político en que surgieron nuevos partidos y la radio avanzaba hacia la masividad y al uso propagandístico y publicitario pleno.

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