Emilio Bustamante - La radio en el Perú
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Para los tiempos en que tuve la fortuna de asomarme a la llamada edad de oro de la radio ya esta era un medio masivo de comunicación en toda la regla, que hacía temer y hasta retroceder a la prensa periódica que hasta entonces había reinado en el mundo de las noticias.
Hasta que la radio no comenzó a transmitir noticieros los grandes públicos debían esperar al día siguiente de los grandes eventos para conocer resultados. Pero ahora solo había que sintonizar el noticiero para saber quién había ganado el partido del deporte favorito o mejor todavía, seguir la competencia directamente confiando en la versión del narrador para imaginar lo que pasaba en aquel campo deportivo.
Al iniciarse la década de 1930 los resquemores de la prensa habían casi desaparecido porque se comprendió que eran roles y lenguajes distintos, los que podían convivir sin problemas en cualquier hogar: había un horario para leer las noticias y otro para encender el receptor y escuchar noticias; pero sobre todo entretenimiento y música, mucha música gratis.
Y esta fue otra resistencia que debió vencer la radio, pues inicialmente los fabricantes de discos se negaron a que las emisoras transmitieran sus productos hasta que entendieron que el nuevo medio era el mejor publicista para sus ventas.
Quienes primero advirtieron la enorme importancia del nuevo medio fueron los comerciantes, quienes comprobaron que comprar espacios para publicitar sus productos podía ser hasta más rentable que la ya vieja prensa. Pero probablemente quienes mejor aquilataron su importancia fueron los políticos, los cuales creyeron que los mensajes radiales eran infalibles para la propaganda, el reclamo de adhesión a sus ideas.
Todos los inventos son precedidos por otros y así, enriqueciendo, añadiendo, surgieron novedades tecnológicas tan importantes como la imprenta, por ejemplo, pero que debió esperar quinientos años antes de ser renovada. La radio en cambio fue consecuencia de una rápida sucesión: la telegrafía con hilos, el teléfono, la telegrafía sin hilos y finalmente la transmisión de sonidos, música y palabras. Fue tan novedosa que hubo que inventarle el nombre y así se adoptó el vocablo broadcasting (acción de diseminar semillas) porque no había otra manera de llamarla.
Los historiadores norteamericanos cuentan del radio boom de los años veinte, sin detenerse mayormente a considerar si este nuevo medio de comunicación masiva debía ser controlado dada su importancia política. Pero en América el prodigio se adaptó muy pronto al sistema comercial y, tal como la prensa, vendió espacios para avisos publicitarios. La radio entonces debía ser atractiva, convocar audiencias para que los avisos comerciales llamaran la atención y cumplieran con su rol de incentivar al consumo. Y todo esto debía estar, como en la prensa, en manos privadas empresariales. Los contenidos de la radio de los Estados Unidos —sistema que incidiría de manera decisiva en la enorme zona de influjo norteamericana— estarían a partir de entonces absolutamente ligados a lo comercial; y, en lo político, a lo que consideraban sistema ideal y natural de gobierno, es decir, a la democracia representativa.
Pero los ingleses y muchos europeos no pensaban así, y plantearon y lanzaron el sistema de servicio público liderado por la BBC que no dejó pasar la publicidad como método de financiamiento, y adoptaron un sistema de pagos que el usuario debía hacer para disfrutar de una programación de entretenimiento cuidadosamente estudiada y noticieros muy balanceados y alejados de la pasión partidaria.
Poca atención se prestó por entonces a que en el otro lado de Europa nacía la Unión Soviética que lideraba el desconocido Lenin, fundador del primer partido comunista que llegaba al poder desmantelando nada menos que al antiguo y poderoso imperio ruso. Era el año 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cuando tomaron el control del país imponiendo su doctrina política, el marxismo-leninismo, esto es, la teoría de Karl Marx y la acción político-partidaria de Lenin. Quizá algunos se habían detenido a examinar el proyecto que señalaba claramente que los medios de comunicación, la prensa y la naciente radiodifusión debían ser utilizados para la educación de las masas, la politización, la organización, y en consecuencia pasarían a ser controlados por el partido y el Estado. Y así la nueva prensa y la radio comunistas nunca conocieron la publicidad porque su rol sería propagandístico y cultural.
Tres modelos o puntos de vista sobre el uso y regulación de la radiodifusión. Y esto lo debió considerar el presidente Augusto B. Leguía cuando decidió que la radiodifusión debería formar parte de su modelo modernizador que había echado a rodar en esos años veinte, de gran influencia norteamericana.
Y así comienza esta historia que nos relata en detalle Emilio Bustamante. Leguía no tenía otro camino que el liberal democrático norteamericano porque él mismo era Presidente gracias a elecciones. Pero era un dictador civil, es decir, había construido un férreo aparato político burocrático de control de las instituciones, incluido el Parlamento, que no toleraba la libertad de crítica.
Entonces ideó un extraño modelo a la peruana. Otorgó el monopolio de la nueva radiodifusión a una empresa particular cuyos accionistas eran sus amigos y partidarios. Así salió al aire la pionera y legendaria OAX que más tarde sería adjudicada a la empresa inglesa Marconi, adoptándose el modelo inglés de pago por “derecho de antena”, un sistema exótico para un país latinoamericano.
Lo interesante, cuenta Bustamante, fue la confianza de Leguía en el poder propagandístico de la radio pues, en su primer discurso luego de elogiar las bondades de la modernidad representadas en el nuevo medio pasó a asegurar que pronto se resolvería el agudo problema de las llamadas “provincias cautivas” —Arica, Tacna y Tarapacá—, en manos chilenas desde el fin de la Guerra del Pacífico.
Fueron años de rutina y baja calidad de programación que cambiarían de manera drástica luego de la caída del régimen leguiista. En la década de 1930 la radio peruana solo conoció el crecimiento; y las cifras, ejemplos y relatos de Bustamante lo demuestran.
La extraordinaria capacidad de convocatoria y credibilidad de la radio fueron confirmadas en el Perú en 1936 con las emocionantes noticias que llegaban desde Berlín, adonde partiera una importante delegación peruana para participar en las Olimpiadas. Es probable que aquella haya sido la fecha clave para el gran lanzamiento de la nueva radio, que abandonaba su tono provinciano para buscar igualar a sus pares latinoamericanos, y en especial en el ancho mundo de los deportes donde reinaban el fútbol y el boxeo. El punto máximo de atención y tensión puede haber sido la confrontación militar con Ecuador, en 1941, donde se confirmó la capacidad propagandística del medio.
Fue también el tiempo del grito de “¡Coche a la vista!” de los locutores que anunciaban la llegada de un automóvil a la meta o de los corresponsales que aguardaban en los puestos de control el paso de los famosos pilotos peruanos Arnaldo Alvarado, el Rey de las Curvas; Henry Bradley y su Avispón Verde, o Luis Astengo, Flecha de Oro. Pero sobre todo del ídolo máximo, el Cholo Julio Huasaquiche, mecánico y piloto, que con un Ford casi destartalado partía entre los últimos y llegaba en el límite, cuando el público ya se había marchado y estaban a punto de cerrar el registro. La emoción era intensa cuando el locutor gritaba “¡Atención... se ven luces… viene un auto muy despacio... es... es... ¡Huasasquiche!”.
Las carreras de autos estaban absolutamente ligadas a la radio. Hubo, recordarán todavía algunos, por lo menos tres competencias importantes: en 1940 Buenos Aires-Lima-Buenos Aires; luego, en 1948, la formidable Buenos Aires-Caracas, y ese mismo año la Lima-Buenos Aires. En todas destacaba el esfuerzo organizador de Juan Sedó y sus corresponsales. Fue uno de ellos quien transmitió la primicia de que Arnaldo Alvarado, crédito nacional, atropelló a un burro en Paramonga y quedó fuera de la carrera cuando le pisaba los talones a Juan Manuel Fangio y los hermanos Gálvez en la sétima etapa, Lima-Tumbes, de la Lima-Caracas.
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