Javier Díaz-Albertini Figueras - Redes cercanas
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Bajo esta óptica, los tipos de vínculos que tienen las personas influyen fuertemente en sus actitudes y conductas. Es evidente, por ejemplo, que mi conducta será diferente si consigo un préstamo de mis padres que si lo tramito en un banco. El monto del recurso —en este caso la cantidad de dinero— puede ser igual, pero las obligaciones adquiridas se enmarcan dentro de planos distintos de orientación de mi conducta. Asimismo, las consecuencias de mis acciones serán diferentes, por ejemplo, si me retraso en el pago.
La hipótesis general de esta investigación es que muchos de los principales vínculos que conforman las redes importantes de los peruanos siguen estableciéndose por la cercanía. Esto favorece el predominio de orientaciones particularistas hacia los demás, eso es, por reglas, acuerdos y contratos informales negociados de acuerdo a los criterios propios y subjetivos de las mismas relaciones. Con frecuencia estas orientaciones entran en contradicción con los valores y normas de carácter universalista que caracterizan la vida de sociedades e instituciones formales que, a pesar de existir, no han logrado calar suficientemente en la vida cotidiana o en los asuntos de mayor importancia de un conjunto significativo de los miembros de nuestra sociedad. Como consecuencia, el problema de nuestras acciones no solo puede ser analizado desde una vertiente cultural (los valores y las normas que hemos aprendido), sino que debe incluir un análisis de la estructura de nuestros vínculos y las condiciones bajo las cuales accedemos a los recursos y oportunidades sociales.
El concepto de capital social encaja perfectamente con esta tarea, ya que nos lleva a examinar cómo está constituido y cuáles son las principales características de los recursos sociales que favorecen la acción colectiva. Por ejemplo, la literatura sobre capital social señala que la confianza es un recurso valioso porque reduce la incertidumbre y los costos de transacción. Varios estudios y sondeos nacionales muestran que, en términos generales, los niveles de confianza interpersonal e institucional entre los peruanos son bastante bajos. Sin embargo, al indagar en una muestra representativa de limeños y limeñas sobre qué personas e instituciones son más confiables, se encontró una clara tendencia en señalar a los familiares como el único conjunto social que destaca por contar con niveles altos de confianza. ¿Qué implicancias tiene este hecho en las formas como nos organizamos, construimos nuestros valores, nos relacionamos, realizamos negocios, entre muchos otros factores? Este es el tipo de pregunta que intentaremos responder.
1. Principales objetivos, hipótesis e indicadores
Desde un inicio se planteó una investigación exploratoria cuyo énfasis estuviera puesto en medir tentativamente el capital social en Lima metropolitana. Sobre esta base, buscaba aproximarse al tipo de fuentes disponibles de capital social y de qué manera variaban según características seleccionadas de la población, como son el nivel socioeconómico, la edad y el género. Esta información nos permitiría, a su vez, apreciar cómo las fuentes predominantes de sociabilidad podrían conducir a ciertos patrones de relaciones interpersonales y conductas.
Se consideró pertinente utilizar como fuentes del capital social aquellas propuestas por los teóricos e investigadores más reconocidos en la temática, especialmente Bourdieu, Coleman, Putnam, y se tomó en cuenta el análisis crítico de Alejandro Portes. Los indicadores utilizados se construyeron sobre tres fuentes del capital social, a saber:
• La confianza interpersonal e institucional.
• La legitimidad y efectividad de las normas, definida como el nivel de creencia en la pertinencia de las normas, del cumplimiento de las diversas normas sociales (costumbres, hábitos sociales, ordenanzas, leyes) y la capacidad de las diversas organizaciones sociales de infligir sanciones. La efectividad de las normas depende, a su vez, del grado de institucionalidad existente en la sociedad.
• La densidad de las redes sociales, prestando especial atención a los tipos de vínculos existentes como medio para acceder a recursos y oportunidades.
Como veremos en el segundo capítulo, no existe un acuerdo unánime sobre la validez y la pertinencia de estos indicadores. Hay investigadores, como Portocarrero et al. (2006), que arguyen que variables como la confianza son difíciles de medir y que solo constituyen una aproximación (proxy) a lo que es el capital social. En su estudio del capital social en organizaciones sociales, por ejemplo, estos investigadores prefieren limitar la medición del capital en términos de los retornos económicos que reciben los individuos por participar en ciertas redes sociales. Lin (2001), por su parte, considera que al analizar la efectividad de las normas no se está midiendo capital social, sino cuán bien responden las normas a las expectativas de los individuos. Para este autor, las principales expectativas giran en torno al acceso a los recursos y oportunidades insertas en las relaciones o redes sociales. Si las normas formales cumplen bien con estos propósitos, entonces son efectivas.
En el fondo, esta discusión se alimenta del debate sociológico general y de los dilemas teóricos que han acompañado la disciplina desde sus inicios. Temas como el carácter y existencia de normas, su internalización y el efecto que tienen sobre la conducta humana, en qué forma contribuyen al orden o, en todo caso, a la ilusión de orden, siguen siendo importantes y vigentes. Sin duda, es cierto que resulta difícil especificar un conjunto reducido de factores que alientan y alimentan la sociabilidad y la acción colectiva humana. Sin embargo, es bastante claro que la confianza mutua, el cumplimiento de obligaciones y el estar inserto en una densa red de relaciones, son elementos esenciales que facilitan la acción colectiva y reducen los riesgos que conlleva asociarse a los demás. De por sí, estos elementos pueden ayudarnos a explicar por qué resulta más factible la convivencia social en algunas sociedades en comparación con otras. No consideramos que la discusión sobre lo que constituye o no recursos de “sociabilidad” radique en la importancia que tienen la confianza, las normas y las redes en la facilitación de la acción social, sino más bien si llegan a constituir un “capital” en el sentido de asegurar un flujo de beneficios futuros sobre la base de una inversión inicial. Esta es una duda importante porque si no cumplen con estas condiciones, haríamos mal en denominarlo “capital”.
Debido a que el término capital social aún está en plena construcción y depuración, también resulta apropiado el carácter exploratorio propuesto para esta investigación, ya que nos permite examinar un número mayor de variables e indicadores y observar cuán bien explica las formas como nos relacionamos. El sociólogo chileno Vicente Espinoza (2001) señaló muy bien que, por el momento, resultaba más conveniente ver el capital social como un concepto “sensibilizante”, en el sentido de que nos obliga a examinar los elementos que posibilitan que las personas se acerquen y construyan sociedad. Dependiendo de las particularidades de la confianza, de las formas de obligaciones mutuas y reciprocidades y de los tipos de vínculos que dominan en nuestras relaciones, generamos nuestras realidades sociales y formas específicas de orden social.
Sobre la base de estudios previos, fue posible perfilar algunas hipótesis de trabajo sobre el capital social en Lima. En términos generales, la evidencia apunta hacia niveles relativamente altos de un capital que podríamos denominar ‘microsocial’, es decir, de la sociabilidad propia de grupos relativamente pequeños y cercanos a los actores sociales. La mayoría de estos grupos cercanos (familia y parientes, comunidad o vecindad, clubes sociales), sin embargo, se encuentran desarticulados entre sí y del resto de la sociedad. En cambio, los niveles de capital ‘macrosocial’, aquel vinculado a las instituciones modernas, aún presentan serias limitaciones y debilidades, lo cual compromete la debida universalización de derechos y deberes y su plasmación en nuestras relaciones cotidianas.
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