1 ...6 7 8 10 11 12 ...22 La esclavitud estuvo en vigencia por más de trescientos años en el Perú. Cuando Ramón Castilla restituyó “sin condición alguna, la libertad a los esclavos y siervos libertos, cumpliendo solemnemente un deber de justicia social”, se atendió el reclamo de sectores intelectuales liberales y de segmentos de la opinión pública local e internacional que exigían terminar con esta forma de explotación humana sobre la cual se organizó la economía de la Colonia y parte de la República (Aguirre 2005: 180).
La venta de esclavos y la comercialización de sus servicios han quedado perennizadas en los avisos que publicaron los periódicos de la época, donde también se pueden hallar las propuestas a favor y en contra de una política de manumisión. El Estado pagó indemnizaciones a quienes fungían de ‘propietarios’, aunque la libertad no resolvió todos los problemas, señala Carlos Aguirre en su Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar (2005).
Diarios como El Peruano y El Comercio rechazaron “esta vergüenza”. El decano difundió en 1853, de manera seriada, La Choza del Tío Tom , novela abolicionista de Harriet Elisabeth Beecher Stowe, que se había publicado un año antes en Estados Unidos y Europa con notable éxito. La primera entrega se la dedicó a Alfonso González Pinillos, hacendado trujillano que el 23 de enero de 1852 otorgó la libertad a todos sus esclavos:
La choza del Tío Tom
Señor D.D. Alfonso Gonzalez Pinillos.
A vos señor, que libertando a 131 esclavos, vuestra propiedad por las leyes, escribisteis uno de los renglones elocuentes que tiene la historia de la abolición de la esclavatura, os dedican la traducción del libro de Mrs. Showe
Vuestros atentos y humildes servidores
Los editores del “Comercio” [sic]
( El Comercio , 21 de febrero de 1853)
Según César Lévano, hay que contemplar que:
El Comercio surgió en una época de caos y contiendas civiles, cuando el Perú republicano apenas afirmaba su personalidad histórica. Como The Times de Londres, fue un periódico independiente en el sentido de que no se banderizaba con ningún caudillo. Los partidos políticos no existían acá. Si se mantuvo y afirmó fue, sin duda, porque un sector ilustrado del país estaba harto de las hojas vociferantes que defendían a uno u otro aspirante al poder. Entre el rumor menudo y la diatriba de alcance palaciego, prefirió el primero. Pero El Comercio no se reducía a los comunicados o remitidos. Tomó posición por causas justas como la libertad de los negros o la servidumbre de los indígenas y asiáticos […] [sic] (Lévano 2011: 99).
Otro importante diario político en esta época fue El Heraldo de Lima (1854), de Toribio Pacheco, Juan Vicente Camacho y el destacado abogado y escritor Luciano Benjamín Cisneros; opositor a Ramón Castilla, llegó al extremo de publicar columnas en blanco en señal de protesta (Basadre IV, 2005: 245). Fue el primero en crear una sección informativa, que incluía noticias económicas, políticas y sus crónicas de la capital que se difundían todos los días, excepto feriados. Terminó clausurado por el régimen, lo cual fue un tácito e intimidatorio mensaje para toda la prensa. Con el mismo objetivo opositor e incisivo, circulaba el satírico El Murciélago (1855, 1867-1868 y 1879), fundado por Manuel Atanasio Fuentes, prolífico escritor y uno de los retratistas más ilustres de la capital (Herrera 2006).
En la segunda mitad del siglo XIX, la agenda política fue mucho más intensa y sobrecogedora, como la realidad misma en el Perú de aquellos años, lo que podría explicar la proliferación de nuevas publicaciones marcadamente preocupadas —y comprometidas— con la política y sus actores.
Fue un período de golpes de Estado sucesivos y de instalación de gobiernos militares presididos por los llamados ‘señores de la guerra’, que culminaron en cruentos conflictos internos, denuncias de corrupción diversas (tras la explotación del guano, los empréstitos que suscribió el Estado en su nombre o la construcción de los ferrocarriles) y una ola represiva gubernamental que cerró los diarios que pensaban diferente, hechos que convirtieron al más independiente de los periódicos en el más empeñoso activista político (Mc Evoy 2007: 51).
Diez administraciones, incluyendo las transitorias, se turnaron en el poder entre 1845 y 1872: Ramón Castilla (1845-1851), José Rufino Echenique (1851-1854), Ramón Castilla (1856-1862), Miguel San Román (1862-1863), Pedro Diez Canseco (1863), José Antonio Pezet (1864-1865), Pedro Diez Canseco (1865), Mariano Ignacio Prado (1866-1868), Pedro Diez Canseco (1868) y José Balta (1868-1871). El acceso al poder de Manuel Pardo y Lavalle (1872-1876) —uno de los pocos empresarios políticos de nuestra historia republicana, ideólogo, vocero de la intelectualidad y fundador del Partido Civil— abrió una esperanza frente al yugo militar, la crisis económica y la ilegitimidad institucional del Perú, para implantar un nuevo proceso de gobierno que, finalmente, fracasó.
Que Manuel Pardo muriera asesinado de un tiro en la espalda a la entrada del Congreso, el espacio de diálogo por excelencia, luego de corregir en El Comercio las pruebas de imprenta de un discurso en el que defendía la idea del consenso político, es un símbolo de lo difícil de su tarea y del grado de violencia que exhibieron las fuerzas contra las que se enfrentó (Mc Evoy 2004: 67).
Carmen Mc Evoy, historiadora especializada en el primer civilismo, destaca la repercusión que tuvieron los asesinatos de los presidentes José Balta (1872) y Manuel Pardo (1878), reconocidos como los magnicidios más violentos del siglo XIX y producto de conspiraciones militares fallidas, como la encabezada por los hermanos Gutiérrez (1872), o de graves tensiones políticas, como las del período 1872-1876, cuando se perpetraron “[…] 16 movimientos subversivos y motines, diez montoneras, siete conspiraciones, tres asonadas y un par de intentos de asesinato del presidente de la República” (Mc Evoy 2007: 257).
En estos años, Basadre señala la labor de la Revista de Lima (1859-1863), fundada por un grupo de notables, entre ellos Manuel Pardo. En 1860 aparecieron los periódicos La Independencia y El Progreso Católico. 1 Porras Barrenechea resalta La América (1862-1865), La Época (1862), El Mercurio (1862-1865), El Perú (1864), El Bien Público (1865) y El Tiempo (1864), que era redactado por Nicolás de Piérola, entonces un joven seminarista arequipeño convertido en comerciante, luego periodista y cuya primera incursión en la política, como ministro de Hacienda de Balta, no presagió el protagónico futuro que tendría en la historia del Perú.
Apareció El Nacional (1865-1903), un gran diario no solo por su formato (59 por 40 centímetros), sino por su influencia política. De tendencia inicialmente liberal, defendió al Partido Civil; fue fundado por Juan Francisco Pazos, Rafael Vial y José Francisco Canevaro. Entre sus firmas más destacadas aparecen Agustín Reynaldo y Cesáreo Chacaltana, Francisco Flores Chinarro, Manuel María del Valle y el escritor Andrés Avelino Aramburú.
Junto a ellos estaban el semanario humorístico La Sabatina (1871-1873) de Luis E. Márquez, y La República (1871-1872), de Eugenio Larrabure y Unanue. La Patria (1871-1882), uno de los pocos en cubrir los últimos días de Balta y defensor de la Casa Dreyfus en los empréstitos sobre el guano, fue fundado por Federico Torrico y Tomás Caivano, después pasó a ser conducido por Pedro Alejandrino del Solar y José Casimiro Ulloa.
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