Es mejor que yo viva
para prolongar el dolor de tu muerte.
GUADALUPE DUEÑAS,
Tiene la noche un árbol
HABITACIÓN BLANCA
La mujer espera fuera de una cafetería. Trata de entretenerse con los detalles de la esquina poco concurrida, incluso el letrero escrito con gis de «Teatro alternativo», pero el aburrimiento ya se había instalado. Hace más de media hora que espera a alguien, ¿Adolfo, Gonzalo? Busca la cara del hombre entre los pocos transeúntes de ese apartado punto de la ciudad, pero no coincide con ninguno. Dobla con desesperación el tríptico y el par de boletos que le dieron en la taquilla. Se supone que debe entrar a la obra que se expone en el teatro escondido en la cafetería. Mira sus manos: un tic cuando está nerviosa.
Es hora. Parece que el hombre que la invitó a salir no aparecerá. Antes de entrar, mira la vieja marquesina que anuncia con letras chuecas la obra en escena: «Habitación blanca». Decide pasar a la cafetería, rodea la serie de mesas vacías y llega a la sala. Piensa que nadie irá a ver una obra como esa, pero el lugar está repleto; incluso hay niños llorando en las primeras filas y ancianos que parecen desmoronarse al primer soplo de viento. Busca dónde sentarse, y solo encuentra un asiento libre en todo el lugar. Trabajosamente camina entre las filas repletas de mujeres que comen palomitas rancias o de hombres de corbata y saco. El ruido que la gente produce en conjunto casi la hace olvidar el pensamiento que masca sin parar, ¿dónde diablos conoció al perdedor que la invitó? Pero solo alcanza un puñado de recuerdos enredados, una serie de citas tediosas, colmadas de silencios incómodos y caras de aburrimiento de un hombre sin nombre, ¿Adolfo o Gonzalo?
Alguien lanza palomitas desde el otro extremo de la sala, una mujer habla a gritos en su celular y un hombre ronca ruidosamente. «Prepárate para la aburrición, querida», se dice tratando de cobrar valor; mientras el escenario es iluminado de golpe como si la obra ya hubiera terminado. Nadie se mueve de su lugar, y por un momento incómodo todos guardan silencio en espera del inicio de la obra. En escena no pasa nada, solo hay una habitación a medio montar, como si los técnicos no hubieran alcanzado a realizar su trabajo y dejaron sin terminar la última pared del cubo que sería la habitación pintada de blanco. Parece que no les quedó otra opción más que cubrir el hueco con una cortina de plástico opaco, esperando que nadie lo note.
Alguien tose al fondo de la sala.
Un hombre sale a escena, viste un traje café a cuadros y se acerca lentamente a la habitación, mira de un lado para otro, incluso hacia el público. Luego alcanza la puerta a un costado del cubo blanco y trata de abrirla, pero es como si estuviera cerrada, forcejea un momento y luego se va por donde había entrado.
HOMBRE: ¡Señorita, no se vaya por favor!
En la fila donde está sentada la mujer se levantan el resto de las personas, nadie habla, solo empujan y la obligan a moverse de lugar, unos segundos después todos toman ubicaciones diferentes a los originales. La espectadora se asusta, pero luego cae en cuenta que debe ser una de esas obras modernas o interactivas o ridículas. En el escenario el hombre ha regresado junto a la habitación, y por segunda vez intenta abrir la puerta sin éxito.
HOMBRE: ¡Señorita, señorita!
Grita hacia algún punto desconocido tras escena, allá en la oscuridad. La espectadora se reacomoda en su lugar mirando hacia la puerta, trata de prestar atención, pero una pareja, dos filas atrás, discute a gritos y la distrae.
HOMBRE: ¿Hay alguien aquí?, ¿alguien me puede atender?
ALTAVOZ: Atención, atención. Es necesario el apoyo técnico en la zona diez. Atención, atención.
Una mujer de traje gris muy ajustado y zapatos altos, camina lentamente en dirección al hombre, sin mirarlo y removiendo los papeles que se enredan entre sus brazos torpes.
ANFITRiONA: Señor, bienvenido. Yo seré su anfitriona esta noche. Estamos contentos de que haya elegido nuestro servicio. Esperamos no volver a verlo nunca más.
HOMBRE: Gracias, señorita. Yo también espero eso.
ANFITRIONA: Esperamos que tenga un buen viaje y estamos para resolver cualquier problema…
HOMBRE: Pues parece que mi primer problema es que la puerta está cerrada.
ANFITRIONA: ¡Disculpe, ahora mismo lo resuelvo!
HOMBRE: ¿Está segura que esta es la habitación que me corresponde? Tres pasillos atrás vi que una mujer entraba a una habitación idéntica a la que pedí.
ANFITRIONA: ¡Eso es imposible! Jamás hemos cometido un error en nuestras instalaciones.
HOMBRE: Pues parece que sí, mire no puedo entrar a mi supuesta habitación.
Mientras el hombre vuelve a pelear con la puerta, la anfitriona desaparece tras el escenario, pero un momento después regresa con una enorme llave de hotel con el número diez. El hombre recibe la llave y entra a la habitación, la mujer se queda fuera, mira con curiosidad.
ALTAVOZ: ¡Atención equipo de ingeniería, presentarse en piso siete!
En escena, el hombre asoma la cabeza por la puerta y grita otra vez.
HOMBRE: ¡Señorita, señorita! Esto no es lo que pedí, es completamente diferente.
ANFITRIONA: ¡Oh, disculpe usted! Ese es el protocolo. La habitación se entrega completamente vacía.
HOMBRE: ¿Vacía? Por el precio que pagué deberían darme un castillo.
ANFITRIONA: Sí, lo sabemos, lo sabemos. Solo tiene que accionar el mecanismo y todo aparece de acuerdo a su gusto.
El hombre regresa a la habitación, cierra la puerta; dentro suena un clic y el estrecho cubo se ilumina con intensidad. Ciega por un instante a la anfitriona y a todos los espectadores de la sala, quienes aprovechan la oportunidad y se levantan de golpe cambiando de lugar como si estuvieran haciendo una fila. La espectadora avanza dos filas.
ANFITRIONA: ¡Listo! ¿Eso es lo que pidió?
El hombre abre la puerta y asoma la cabeza, por un momento piensa en su respuesta.
HOMBRE: Sí, creo que esto sí fue lo que pedí, ¿se pueden hacer cambios?
ANFITRIONA: Todos los que quiera, si así venía en su contrato.
HOMBRE: Sí, así se estipulaba.
ANFITRIONA: ¡Perfecto!
ALTAVOZ: Atención, atención. Pasillo veintitrés iniciando proceso de limpieza. Atención, atención.
El hombre entra a la habitación y cierra la puerta tras de sí. La anfitriona parece esperar algo, mientras que la espectadora ha caído en cuenta que sí, definitivamente fue plantada por el patán que nunca la llevó a un restaurante decente.
ANFITRIONA: Esperamos que tenga una buena estancia con nosotros, estamos felices de tenerlo aquí.
HOMBRE: Lo sé, lo sé.
ANFITRIONA: Aunque debe saber que este es un lugar exclusivo y siempre tenemos lista de espera. Como sea, póngase cómodo y enseguida será atendido. Puede abrir su ventana, no tiene que quedarse en la oscuridad. Si abre las cortinas se encontrará con un bellísimo paisaje.
HOMBRE: ¿Ah, sí? ¿Qué vista?
ANFITRIONA: Oh, no podría decírselo exactamente. Recuerde que su contrato…
HOMBRE: Lo sé, lo sé, yo selecciono todo.
El hombre mueve un poco las cortinas, sin dejar ver lo que hay, asoma la cabeza y pone cara de sorpresa.
HOMBRE: Es bellísimo.
ANFITRIONA: ¿Qué está viendo?, ¿podría describirlo para mí? Dicen que siempre es diferente.
El momento de interés de la espectadora pasa por completo luego que recuerda la hermosa boda de su prima la semana pasada y el hombre horrible que nunca le ha invitado ni un mugroso café… «La obra es espantosa, la peor que viera jamás».
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