Thierry Precioso - El desorden de los toldos

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El desorden de los toldos: краткое содержание, описание и аннотация

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Las vivencias y relaciones personales de Iván Salinas —un joven francés que huye de su lugar de origen para llegar a la España de 1977—, los tropiezos amorosos y su alcoholismo en ascenso, dan vida a la línea conductiva de esta ficción de aventuras y viajes de que se desprenden visiones críticas del mundo y de una sociedad sujeta a los preceptos y mezquindades del individualismo.
El autor, con lenguaje profuso y fértil, y a la vez íntimo, introspectivo, surcado por una voz que arrulla la poesía, con recurrentes miradas retrospectivas, nos sumerge en una Madrid laberíntica de calles infinitas, de bares convertidos en refugios para la clase trabajadora, de plazas y parques arbóreos y nostálgicos, para narrarnos un cosmos de sucesos cotidianos unidos temáticamente por los firmes hilos de la juventud, con toda su maravillosa fuerza y encanto: el deseo de experimentar constantemente cosas nuevas en el amor, en el trabajo y en la vida social, sin temores ni escrúpulos, exponiendo al mismo tiempo una percepción muy reflexiva de la existencia, la supervivencia y el inexorable miedo a la soledad.

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—¿A qué distancia de Mamoudzou estamos?

Moviendo una mano para significar más o menos:

—Veinte kilómetros...

—¿El término del trayecto está al final de este pueblo?

—No, no, el final del trayecto está en Sada, a unos cinco kilómetros. Yo soy de allí.

Fueron cinco kilómetros más de pista hacia el sur. A veces el mar desaparecía tras la vegetación, pero pronto reaparecía... El pueblo de Sada apareció, diminuto, al final de una larguísima playa... Al cuarto de hora, el taxi colectivo iba a volver hacia Mamoudzou. El mayotés y los cuatro marinos se adentraban entre unas casas de madera pisando una tierra algo arenosa. El hombre indicó con un gesto:

—Esta es mi casa. Hasta luego.

Ya había empezado a bifurcar hacia la izquierda...

—Hasta luego..., ¡Eeehhh! perdón, ¿hay un bar aquí?

Se dio media vuelta y señalando a una veintena de metros:

—La puerta abierta allí es de un comercio y vende cervezas...

Al llegar a Mamoudzou, cerca de las 17:40, no acudieron a la ventana tan alargada desde la cual se despachaban refrescos, sino que fueron a tomar una cerveza en un verdadero bar. Se veían cada vez más miembros del Doudart en la calle principal. El último transbordador iba a partir a las 18:00.

A partir de las 20:00, después de haber cenado, una gran mayoría de los tripulantes volvieron a salir del Doudart… pero esta vez tenían que quedarse en Petite Terre ya que después de las 18:00 no había ningún barco transbordador hacia Mamoudzou y Grande Terre. Empezaron a esparcirse, unos optando por la zona céntrica, sobre todo la terraza del hotel blancuzco grande con buena vista al mar, mientras que otros asaltaban unos taxis —en este caso no eran unos picaps sino unos coches clásicos— para ir a unos bares un poco alejados, en arrabales que lindaban con la selva de Petite Terre.

Se empezaba a cenar a las 19:00 en la Caf. Desde la cocina colindante, se despachaban las comidas por una ventana pasaplatos superalargada. A las 19:55 se cerraba la ventana pasaplatos y a las 20:00 la sala de la cafetería debía de estar vaciada, pero si excepcionalmente algún mecánico, por ejemplo, había tenido que hacer una tarea urgente, los encargados de la Caf le dejaban terminar de comer un poco más tarde.

Los dos otros encargados de la cafetería eran Ayache y Brisson. El primero, que había llegado primero al Doudart, era oficialmente el responsable de la Cafe. Esta vez le tocaba a Ayache la tarea más fastidiosa, que era la de limpiar las bandejas de la cena que los miembros de la tripulación iban dejando al irse, Brisson solamente tenía que ayudarle, en torno a las 20:05, a sacar los dos cubos de basura al muelle y tirar los desperdicios en un contenedor metálico grande. A Iván le tocaba limpiar la sala. No era la tarea más fastidiosa pero sí la que finalizaba como media hora más tarde. Al terminar se vistió de nuevo de civil y a las 20:40 salía otra vez del Doudart. La noche era plena. Tenían que volver al barco antes de la una de madrugada y sabía que lo más probable era que al final recalara en la inmensa terraza del gran hotel blancuzco y decidió alejarse. Paró un taxi con destino a algún bar lindante con la selva de Petite Terre.

Al pasar un día, los mismos cuatro colegas cogieron en Mamoudzou un taxi picap para ir a M’tsahara, a una treintena de kilómetros al norte... Pronto la pista empezó a mostrar intermitentemente el océano. Lo perdían de vista y al poco tiempo volvía a aparecer... Los follajes de los inmensos árboles filtraban innumerables rayos de luz, y se encontraban en un tramo interior largo y también inusualmente recto, dejando atrás una larga pista rojiza. De pronto la imagen de una adolescente que sobrepasaron, ¡sus ojos sonrientes!, estalló en la mente de Iván... La joven andaba con los brazos sueltos y llevaba una buena carga sobre la cabeza manteniendo desde la cintura para arriba una verticalidad impecable, su silueta reluce en la pista.

Al día siguiente, al haber terminado su cerveza en la barra al aire libre de la calle principal de Mamoudzou, Iván se despidió del hombre y se dirigió al taxi picap de al lado. No era el mismo picap que el primer día y esta vez iba solo sin ningún colega del Doudart. Ocho clientes ya estaban en la plataforma trasera de la camioneta… Poco más de una hora más tarde estaba en Sada, y viendo a unos adolescentes jugando al fútbol en la playa, se aproximó y le invitaron a integrarse en un equipo... Llegó a esquivar de buena manera a dos contrincantes y, haciendo referencia a un atacante del Saint-Étienne ídolo de media Francia, arreciaron unos gritos:

—¡ROCHETEAU!

—¡¡SÍ, ES VERDAD, ES EL MISMO ROCHETEAU!!

—SE CORTÓ EL PELO PERO CON ESTE ESTILO INIMITABLE, NO PUEDE SER OTRO, ¡JA, JA, JA, JA, JA!...

Al día siguiente, el domingo 7 de noviembre, al haber terminado su tarea después del desayuno, Iván prefirió quedarse en Petite Terre, ya que iba a volver a trabajar para el almuerzo. Los domingos solamente uno de los tres de la Caf trabajaba y esta vez le tocaba a él. Lo único que tenían que hacer sus dos colegas era ayudarlo a llevar los dos cubos de basura hasta el contenedor grande en el muelle. Después del almuerzo lo iba a ayudar Brisson y, después de la cena, iba a ser Ayache.

Llegó el lunes. Cerca de las 14:05, llovía intensamente y los mismos tres colegas de tres y cuatro días antes e Iván estaban tomando una cerveza en la barra de la ventana tan alargada en la calle principal. A una decena de metros estaba un taxi picap completamente vacío. Aunque apenas superaba el medio metro, el borde del tejado de la casa los resguardaba bastante. Al moverse, tenían cuidado en alejarse lo justo de la barra para no mojarse demasiado... Terminadas sus latas, se apresuraron muy alegres hasta la plataforma del picap...

—¡Esto sí que es una tormenta!

—¡Vaya estruendo sobre la cubierta!

Llegaron el conductor y su ayudante... El taxi picap dejó atrás las últimas casas de Mamoudzou y empezó a acelerar... Al bascular en el descenso, empezó a difundirse entre los nueve que estaban en la plataforma una suerte de ebriedad tranquila... Entraron en el tramo ondulado con bajadas y subidas cortas sucediéndose y por un instante Iván se fijó, anonadado, en la lluvia tan potente, ¡esos trazos de lluvia en el verde!...

El día después, martes 9 de noviembre de 1976, cerca de las 14:10, hacía un buen soleado e Iván estaba en un taxi picap que empezaba a avanzar lentamente en la calle principal. Estaba otra vez solo, sin ningún colega del Doudart, y luego de la decena de minutos de dejar Mamoudzou había una veintena de mayoteses en la plataforma del picap...

A las 18:00 apenas pasadas, un taxi picap llegaba en tromba, se paró delante del muelle de Mamoudzou e Iván salió apresuradamente pero, ¡¡mierda!!, era demasiado tarde: a unos doscientos metros, el último transbordador que salía se estaba alejando. Anduvo muy desconcertado sin saber qué hacer. Canoas y pequeñas embarcaciones volvían a tierra, la noche está cayendo a marcha forzadas; ya se ve poco. Si no llego al Doudart antes de la una de la mañana estaré confinado al menos una semana en el barco. ¡¡¡No quiero eso!!! Ah, estos cinco...

—Disculpen, he perdido el último transbordador para Dzaudzi y tengo que estar en mi barco antes de la una de la madrugada. ¿Qué puedo hacer?

—Ufff, es que ya han vuelto todos los barcos... ¡Bueno, tal vez no todos! Mira, vete rápido hacia allí; hay una playa grande detrás y si ves a alguien llegando, pregúntale si te puede llevar...

—¡Ah, sí, voy enseguida! ¡¡Gracias!!

Se dirigió hacia la dirección sur indicada... Más allá del pequeño montículo herboso descubrió una playa ancha con las sombras de las canoas y barcos que habían vuelto ya. Escrutando el mar sombrío... distinguió la silueta de un hombre que salía del agua. Iba a tirar su canoa hasta la playa e Iván gritó a pleno pulmón:

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