George Orwell - Rebelión en la granja

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Quizás la empresa más difícil de acometer sea la de hacernos conscientes. El mundo en que vivimos parece decididamente abocado a distraernos, a impedirle a los individuos un momento de lucidez para mirar su entorno, observar cómo funciona la sociedad. Los verdaderos poderes visionarios de George Orwell radican en su capacidad para mirar no sólo los objetos, sino principalmente la sombra que proyectan. Rebelión en la granja es una fábula en la que la adjudicación de las aflicciones y las necesidades humanas a los animales protagonistas venció la resistencia racional de los primeros lectores a mirar lo que no querían mirar. Lo que nos cuenta Orwell ya estaba en los periódicos: la historia sobre los crímenes estalinistas en la Unión Soviética.

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Volvieron después a los edificios de la granja y, vacilantes, se detuvieron en silencio ante la puerta de la casa.

También era suya, pero estaban temerosos de entrar. Sin embargo, un momento después Snowball y Napoleón empujaron la puerta con el hombro y los animales entraron en una sola fila y caminaban con mucho cuidado por temor a estropear algo. Fueron de puntillas de una habitación a la. otra, temerosos de levantar la voz, observaban con una especie de temor reverencial el increíble lujo: las camas con sus colchones de plumas, los espejos, el sofá de crin de caballo, la alfombra de Bruselas, la litografía de la Reina Victoria colgada sobre la repisa de la chimenea de la sala. Bajaban ansiosos la escalera cuando se dieron cuenta de que faltaba Mollie. Al volver sobre sus pasos descubrieron que la yegua se había quedado en el dormitorio principal. Había tomado un trozo de cinta azul del tocador de la señora Jones y, sosteniéndola contra el hombro, se admiraba en el espejo de una manera bastante ridícula. Los demás se lo reprocharon con severidad y salieron. Sacaron unos jamones que colgaban en la cocina y los enterraron, y el barril de cerveza de la cocina fue destrozado con una coz de Boxer; aparte de eso no se tocó nada más de la casa. Allí mismo se resolvió por unanimidad que la casa sería conservada como museo. Todos acordaron que ningún animal debería vivir allí jamás.

Los animales desayunaron y después Snowball y Napoleón los reunieron a todos de nuevo.

—Camaradas —dijo Snowball—, son las seis y media y nos espera un largo día. Hoy comenzamos la cosecha del heno. Pero primero hay otro asunto que debemos resolver.

Los cerdos revelaron entonces que, durante los últimos tres meses, habían aprendido a leer y escribir mediante un libro de ortografía que perteneció a los hijos de la señora Jones y que, después, fue tirado a la basura. Napoleón mandó traer unos botes de pintura blanca y negra y los llevó hasta el portón que daba al camino principal. Entonces Snowball (que era el que mejor escribía) tomó un pincel entre los dos nudillos de su pata delantera, borró «Granja Manor» de la barra superior del portón y en su lugar pintó «Granja de los animales». Ese iba a ser el nombre de la granja, a partir de entonces. Después volvieron a los edificios, donde Snowball y Napoleón pidieron una escalera que hicieron colocar contra la pared trasera del granero principal. Entonces explicaron que, por sus estudios de los últimos tres meses, habían logrado reducir los principios de Animalismo a siete Mandamientos.

Estos Siete Mandamientos se inscribirían en la pared; formarían una ley inalterable por la que deberían regirse en lo sucesivo, todos los animales de la «Granja de los animales». Con cierta dificultad (porque no es fácil para un cerdo mantener el equilibrio sobre una escalera), Snowball trepó y se puso a trabajar, mientras Squealer, unos peldaños más abajo, sostenía el bote de pintura. Los Mandamientos fueron escritos sobre la pared alquitranada con letras blancas, y tan grandes, que podían leerse a treinta yardas de distancia. Este era el mensaje:

LOS SIETE MANDAMIENTOS

1. Todo lo que camine en dos pies es un enemigo.

2. Todo lo que camine sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.

3. Ningún animal usará prendas de vestir.

4. Ningún animal dormirá en una cama.

5. Ningún animal beberá alcohol.

6. Ningún animal matará a otro animal.

7. Todos los animales son iguales.

Estaba escrito muy claramente y excepto porque donde debía decir «amigo», se leía «amigo» y que una de las «S» estaba al revés, la redacción era correcta. Snowball lo leyó en voz alta para los demás. Todos los animales asintieron con lo que mostraron su total conformidad y los más inteligentes en ese momento comenzaron a aprenderse de memoria los Mandamientos.

—Ahora, camaradas— gritó Snowball tirando el pincel—, al henar! Comprometamos nuestro honor para terminar la cosecha en menos tiempo del que tardaban Jones y sus hombres.

Pero en ese momento, las tres vacas, que desde hacía un rato parecían intranquilas, empezaron a mugir con fuerza. No habían sido ordeñadas desde hacía veinticuatro horas y sus ubres estaban a punto de reventar. Después de pensarlo un momento, los cerdos mandaron traer unos baldes y ordeñaron a las vacas bastante bien, pues sus patas se adaptaban para esa tarea. Muy pronto se llenaron cinco baldes de leche cremosa y espumosa, a la que muchos de los animales miraban con gran interés.

—¿Qué va a pasar con toda esa leche? —inquirió alguien.

—Jones a veces mezclaba una parte en nuestra comida —dijo una de las gallinas.

—iNo se preocupen por la leche, camaradas! —gritó Napoleón, mientras se colocaba frente a los baldes—. Eso ya se arreglará. La cosecha es más importante. El camarada Snowball nos mostrará el camino. Yo los seguiré en unos minutos. ¡Adelante, camaradas! El heno espera.

Los animales se fueron al campo de heno para comenzar la cosecha y, cuando regresaron en la noche notaron que la leche había desaparecido.

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