»Ni siquiera nos permiten alcanzar el término natural de nuestras vidas miserables. No me quejo por mí, porque he sido afortunado. Tengo doce años y he tenido más de cuatrocientas crías. Tal es el destino natural de un cerdo.
Pero ningún animal escapa de la cruel navaja final. Ustedes, los cerdos jóvenes sentados frente a mí, dentro de un año cada uno gritará mientras le arrancan la vida en el matadero. A ese horror llegaremos todos: vacas, cerdos, gallinas, ovejas; todos. Ni siquiera los caballos y los perros tienen mejor destino. Tú, Boxer, el mismo día que tus grandes músculos se debiliten, Jones te venderá al descuartizador, quien te cortará el pescuezo y te cocerá para los perros de caza. En cuanto a los perros, cuando envejecen y se quedan sin dientes, Jones les amarra un ladrillo en el pescuezo y los ahoga en el estanque más cercano.
»Entonces, ¿no es tan claro como el cristal, camaradas, que todos los males de esta vida provienen de la tiranía de los seres humanos? Con sólo eliminar al Hombre nos pertenecerá el producto de nuestro trabajo. Casi de la noche a la mañana, podríamos volvernos ricos y libres.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Trabajar noche y día, con cuerpo y alma, para derrocar a la raza humana! Ese es mi mensaje, camaradas: Rebelión! No sé cuándo ocurrirá esa rebelión; quizá dentro de una semana o dentro de cien años; pero lo que sí sé, con la misma seguridad de que veo esta paja bajo mis patas, que tarde o temprano se hará justicia. Fijen su mirada en eso, camaradas, durante los pocos años que les quedan de vida! Y, sobre todo, transmitan este mensaje a quienes vengan después, para que las generaciones futuras sigan en la lucha hasta vencer.
»Y recuerden, camaradas: su determinación jamás debe fallar. Ningún argumento los debe desviar. Nunca escuchen cuando les digan que el Hombre y los animales tienen intereses comunes, que la prosperidad de uno también es la de los otros. Sólo son mentiras. El Hombre no atiende los intereses de ningún ser, excepto los propios. Y entre nosotros los animales, la unidad debe ser absoluta, debe haber una perfecta camaradería en la lucha. Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas.»
En ese momento se produjo un tremenda alboroto.
Mientras Mayor hablaba, cuatro grandes ratas habían salido de sus madrigueras y se habían sentado sobre sus cuartos traseros; escuchándolo. De repente, los perros las vieron y las ratas salvaron sus vidas sólo gracias a una desbocada carrera hasta sus agujeros. Mayor levantó su pata para pedir silencio.
—Camaradas —dijo—, aquí hay un punto que debe aclararse. Los animales salvajes, como los ratones y los conejos, ¿son nuestros amigos o nuestros enemigos? Pongámoslo a votación. Planteo esta pregunta a la asamblea:
¿Son camaradas las ratas?
Se pasó a votación de inmediato y se decidió por una mayoría abrumadora que las ratas eran camaradas. Sólo cuatro votantes discreparon: los tres perros y la gata, que, como se descubrió después, había votado por ambos lados.
Mayor prosiguió:
—Falta decir muy poco. Simplemente repito que nunca deben olvidar su deber de enemistad hacia el Hombre y sus costumbres. Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que use cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. Y también recuerden que en la lucha contra el Hombre no debemos llegar a parecernos a él. Incluso cuando lo hayan vencido, no adopten sus vicios. Ningún animal debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, tocar dinero ni dedicarse al comercio. Todas las costumbres del Hombre son malas. Y, sobre todas las cosas, ningún animal debe abusar de los de su propia especie. Débiles o fuertes, inteligentes o sencillos, todos somos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales.
»Y ahora, camaradas, les contaré mi sueño de anoche.
No soy capaz de describirlo. Era un ensueño de cómo será la tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero me hizo recordar algo que había olvidado hace mucho tiempo. Hace muchos años, cuando yo era un lechoncito, mi madre y las otras cerdas solían tararear una vieja canción de la que sólo sabían la tonada y las tres primeras palabras. Conocí esa canción cuando era pequeño, pero la había olvidado desde hace mucho tiempo. Sin embargo, anoche regresó en el sueño. Y además, también regresaron las palabras de la canción; estoy seguro que animales de épocas lejanas cantaron esas palabras y luego se olvidaron durante muchas generaciones. Ahora les cantaré esa canción, camaradas. Soy viejo y mi voz es ronca, pero cuando les haya enseñado la tonada ustedes mismos la cantarán mejor que yo. Se llama «Bestias de Inglaterra».
El viejo Mayor se aclaró la garganta y comenzó a cantar. Tal como había dicho, su voz era ronca, pero cantó bastante bien; era una tonada conmovedora, una combinación de «Clementina» y «La cucaracha». La letra decía así:
¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de toda tierra y clima!
¡Escuchen mis noticias jubilosas de un futuro extraordinario!
Tarde o temprano llegará el día, la tiranía del Hombre será derrocada y sólo las bestias pisarán los fértiles prados de Inglaterra.
Ya no usaremos argollas en el hocico, ni arneses en el lomo. Los bocados y las espuelas se oxidarán para siempre y ya no restallarán los crueles látigos.
Más riquezas de las que podamos imaginar, el trigo, la cebada, la avena, el heno, el trébol, las habichuelas y la remolacha serán nuestras ese día.
Lucirán radiantes los campos de Inglaterra y más puras serán sus aguas; la brisa soplará más suave el día en que seamos libres.
Por ese día todos debemos trabajar aunque fallezcamos antes de que suceda; Caballos y vacas, gansos y pavos, ¡todos deben luchar por la libertad!
¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de todo país y clima!
¡Escuchen mis noticias jubilosas de un futuro extraordinario!
Al entonar esta canción los animales alcanzaron la más salvaje excitación. Poco antes de que Mayor terminara, todos habían comenzado a cantarla. Hasta el más estúpido había captado la melodía y algunas frase y, los más inteligentes, como los cerdos y los perros, aprendieron la canción en pocos minutos. Más tarde, después de varios ensayos previos, toda la granja comenzó a cantar estruendosamente «Bestias de Inglaterra» al unísono. Las vacas la mugían, los perros la ladraban, las ovejas la balaban, los caballos la relinchaban y los patos la graznaban. Estaban tan encantados con la canción que la repitieron cinco veces seguidas y hubieran seguido cantando toda la noche si no los interrumpen.
Por desgracia, el escándalo despertó al señor Jones, que saltó de la cama con la certeza de que había un zorro rondando en el patio. Tomó la escopeta, que siempre estaba en un rincón de la habitación, y disparó una carga en la oscuridad. Los perdigones se incrustaron en la pared del granero y la reunión se deshizo con rapidez. Todos escaparon a su lugar de dormir. Las aves saltaron a sus perchas, los animales se acostaron en la paja y en un momento toda la granja estaba durmiendo.
Tres noches después, el viejo Mayor murió en paz mientras dormía. Su cuerpo fue enterrado al pie de la huerta.
Esto sucedió a principios de marzo. Durante los tres meses siguientes hubo mucha actividad secreta. El discurso de Mayor había hecho que los animales más inteligentes de la granja vieran la vida desde una perspectiva completamente nueva. Ellos no sabían cuándo ocurriría la Rebelión que predijo Mayor; ni tenían razones para pensar que sucediera durante sus propias vidas, pero percibieron con claridad que era su deber prepararse para ella. Fue natural que el trabajo de enseñar y organizar a los demás recayera en los cerdos, pues se les reconocía en general como los animales más inteligentes. Entre ellos destacaban dos cerdos jóvenes llamados Snowball y Napoleón, a quienes el señor Jones estaba criando para vender. Napoleón era un verraco grande de aspecto bastante feroz, el único de raza Berkshire en la granja; era de pocas palabras y tenía fama de siempre hacer su voluntad. Snowball era más vivaz que Napoleón, hablaba con mayor facilidad y era más imaginativo, pero los demás pensaban que le faltaba carácter. Los demás puercos machos de la granja eran jóvenes. El más conocido entre ellos era uno pequeño y obeso llamado Squealer, de mejillas muy brillantes, ojos vivaces, movimientos ágiles y voz estridente. Era un orador brillante, y cuando debatía algún tema difícil, saltaba de un lado a otro y movía la cola de un modo muy persuasivo. Los demás decían que Squealer era capaz de convertir lo negro en blanco.
Читать дальше