(Oh, ¿Clare había sido callada ? Claro que no. Al menos no la mayor parte del tiempo. Apenas si recuerda… algo…).
(Una especie de red, o de tela, sobre la boca. Hilos pegajosos sobre los labios, enredados en las pestañas. Inhalar entre sollozos temblorosos; la telaraña que se mete horriblemente en las fosas nasales).
Clare casi no recuerda nada. Es un hecho.
Era demasiado pequeña entonces como para darse cuenta de que, si sus padres hubieran podido tener hijos, probablemente —o más bien, seguramente— no la habrían adoptado. El amor que le profesaban, el interés intenso que les despertaba, jamás habría existido si hubieran tenido hijos propios.
En la clase de biología de la escuela secundaria, Clare aprendió que el ADN es todo. Los individuos cuidan a los suyos, a los descendientes que llevan su ADN. Los machos de muchas especies son propensos a destruir a las crías de otros machos para reproducirse con la madre y así replicar su propio ADN. La madre desesperada puede intentar ocultar a sus pequeños del macho depredador, pero, cuando empieza su celo, se siente compelida a aparearse con el macho empeñado en asesinar a sus bebés y engendrar descendientes propios.
Compelida a aparearse . ¿Por qué?
Quizá los padres de sus padres no se habían encariñado con la nieta (adoptada) por ese motivo. Clare no era de los suyos.
Pero qué antinatural, entonces, que los padres biológicos desecharan a sus crías…
Ese es el misterio. Clare ha preferido no pensar en ello.
Y ahora que ha cumplido treinta, se siente demasiado vieja —es decir, no demasiado joven, no tan ingenua y esperanzada— como para prestarle atención a sus padres biológicos; su ascendencia.
¿Por qué arriesgarse a que la lastimen (de nuevo)? De hecho, nunca ha reconocido del todo que está herida.
Busca el poblado de Cardiff, Maine, en un libro de mapas. Muy cerca del océano Atlántico. La cercanía de los poblados de Belfast y Fife indica que esta parte (este) de Maine en algún momento fue un asentamiento escocés. Clare se pregunta si sus ancestros (paternos) eran de ascendencia escocesa o irlandesa. Hasta ese día en la mañana, nunca había pensado mucho en su ascendencia.
(No obstante, siempre ha sentido una atracción innegable hacia la historia celta… el arte, la música. Cuando por casualidad escuchó una balada irlandesa en NPR mientras conducía de camino a algún lugar, la invadió una sensación de pérdida, de anhelo tan profunda que casi tuvo que detenerse en la autopista… Y, si detecta un acento escocés o irlandés, sin importar qué tan sutil sea, de inmediato queda fascinada).
Pero ¿por qué habrían de importar los orígenes? Cualquiera que sea adoptado sabe que lo único que importa es el aquí y el ahora.
Clare se da cuenta de que Cardiff no es una de las ciudades más grandes de Maine. Tiene apenas diecinueve mil habitantes. Está a veintisiete kilómetros al norte de Eddington, en una costa que se ve dentada, como un cuchillo.
Qué raro suponer que podría ser oriunda de ahí… de un puntito en el mapa.
Pero bueno, todos tenemos que ser oriundos de algún lugar.
Clare se reprende; no debe albergar esperanzas. No debe ceder a sus expectativas. La esperanza es esa cosa con plumas , advertía la poeta. Vulnerable, y por lo tanto fácil de lastimar.
Nunca ha deseado creer en el determinismo genético… el «destino». Es una persona culta, hija de educadores profesionales, sabe que, en esencia, lo que configura el ser es el entorno.
Los lugares, la gente. La calidad de vida, la educación. El aire que respiramos… ¿está limpio o contaminado? Lo que de verdad importa es el entorno inmediato que nos rodea.
En ese aspecto, Clare ha sido afortunada. La convención dice que los niños adoptados son afortunados. Se los saca de la oscuridad, se los elige, lo que significa que se los aprecia. Ha recibido una buena educación y nunca ha pasado hambre ni ha temido por su vida. (¿O sí? Al menos no que ella recuerde). Ahora alquila un departamento bastante agradable, de una habitación, al que puede llegar caminando desde el hermoso edificio cubierto de hiedra del prestigioso Instituto de Investigaciones en Humanidades de Bryn Mawr, donde realiza su investigación posdoctoral sobre fotografía del siglo xix.
Su trabajo, que requiere visitar los extraordinarios archivos de fotografía del Museo de Arte de Filadelfia, es por completo autodirigido. El Instituto tiene la política de permitirles a sus investigadores trabajar en soledad y en privado durante años, sin que tengan que rendirle cuentas a nadie.
A Clare la desconcierta pensar que podría morirse y el Instituto tardaría meses en enterarse. Vivir tan libre de todo escrutinio es emocionante, pero también un poco perturbador. Una podría morir de soledad , ha pensado Clare.
Hoy está demasiado inquieta para trabajar. Demasiado distraída para mirar diapositivas en la espaciosa sala de lectura del archivo del museo mientras redacta notas al pie en su laptop. En cambio, se pasa horas en casa navegando en internet, averiguando todo lo posible sobre Maine al este, la costa rocosa del Atlántico. Y sobre la historia del asentamiento de Cardiff en el siglo xviii.
Hay algunos artistas distinguidos (todos hombres) vinculados con Maine: Winslow Homer, Rockwell Kent, George Bellows, Frederic Church… Seguramente hay mujeres artistas talentosas cuya obra ha sido ignorada o infravalorada.
Las artistas mujeres rara vez sobreviven a su generación, sin importar cuán talentosas u originales sean. No importa cuántos premios hayan recibido ni con qué artistas hombres se hayan relacionado. Apenas mueren, su arte empieza a desvanecerse y perecer. Clare ha razonado esta injusticia y está decidida a ayudar a combatirla.
En Maine emprenderá un nuevo proyecto. Quizá.
Heredera. Testamento. Abuela… Donegal. La voz de barítono del abogado de Cardiff resuena de forma seductora en los oídos de Clare.
Desearía poder compartir las buenas nuevas con alguien. Pero en Bryn Mawr no tiene amistades ideales. Siempre ha tenido la cautela de no ser demasiado franca con la gente, ni siquiera con sus amantes. Mucho menos con sus amantes.
La intimidad con alguien nos incita a revelar… demasiado. Al desvestirnos nos volvemos vulnerables. Una vez que el secreto se comparte, no hay vuelta atrás.
Además: Clare no le ha contado a nadie que es adoptada. Es su mayor secreto. Así que ahora tampoco puede compartir la felicidad que le da ser heredera.
Es la prueba de que a alguien le importó. A una abuela.
Pero ¿por qué esperó tanto… esta abuela… para salir a la luz, Clare?
¿Qué hay de tus padres (biológicos)? ¿Viven? ¿Intentarás contactarlos?
Clare no quiere escuchar esas preguntas. Ni tiene idea de cómo contestarlas.
Intenta concentrarse en la pantalla. Revisa un sitio web dedicado a Winslow Homer en Maine. La distraen demasiado los pensamientos intrusivos aleatorios…
En uno o dos días podrías conocerlos… o lo que sea que te esté esperando en Cardiff.
Clare intenta no pensar en ellos: la madre, el padre. Ni siquiera de niña se lo permitió. Dio por sentado que ninguno de los dos seguía con vida, si no ¿por qué alguien le entregaría su hija de dos años y nueve meses a unos desconocidos?
Nadie haría algo así por elección. Es posible que una chica soltera renuncie a su bebé si está desesperada, pero la cosa es bien distinta si se trata de un niño de cierta edad.
Sí, pero quizá te vendieron. No solo no te querían, sino que quisieron lucrar contigo.
Imposible. ¡Qué absurdo! Clare jamás podría creer algo así.
Pero ahora que sabe que la madre de su padre le ha dejado una herencia, que la familia Donegal no era de bajos recursos…
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