Lo que contaba principalmente entonces era que sus últimos duelos personales invitaban al optimismo. “Ese año empecé a superar a Vilas con cierta facilidad. Le había ganado, siempre en semifinales, tanto en Inglaterra como en Roma e Indianápolis, esa última vez solo tres semanas antes del US Open. En 1975 habíamos jugado tres partidos y no había perdido ningún set. Es decir que de inicio era él quien lo tenía peor”. Esas tres victorias consecutivas de 1975 dejaron el parcial de sus enfrentamientos personales en seis victorias por cinco derrotas.
Lo determinante era que, si en 1974 había salido derrotado en cuatro de sus seis duelos, en 1975 la dinámica se había invertido. Y de un modo radical, como indican los marcadores de las tres semifinales mencionadas: Bournemouth (Inglaterra) doble 6-2, Roma triple 6-2 e Indianapolis 6-4 6-2. Puestos a hilar más fino, vale la pena resaltar que de las cuatro victorias de Vilas en 1974 tres se dieron en finales, las de Gstaad, Toronto y Buenos Aires. Curiosamente, fueron las tres únicas finales que disputaron en las 15 veces (su head to head particular concluyó con un 8 a 7 favorable a Orantes) que se enfrentaron a lo largo de sus carreras.
Si bien es cierto que esas tres finales perdidas en 1974 supusieron un duro revés para Manuel, también hay que apuntar que una de las dos victorias que logró ese año sobre su oponente fue muy significativa: la remontada en la ronda de treintaidosavos de Roland Garros. Aquel 3-6 3-6 7-6 6-3 6-2 era su único enfrentamiento previo en uno de los cuatro torneos grandes. Y coincidía también en que había sido en tierra batida. Era, pues, un antecedente que estaba ahí. Una realidad del pasado que, en caso de haberse dado un marcador distinto de salida, hubiera sido ignorada. Pero ese recuerdo fue cobrando más y más presencia conforme el guion del partido se fue asemejando más y más a lo sucedido en París 15 meses antes. Efectivamente, como en aquella ocasión, el argentino se adelantó en los dos primeros sets y cedió el tercero.
Alentado quizás por el recuerdo de esa mala experiencia, la reacción del argentino al inicio del cuarto set fue fulgurante. Como si quisiera evitar a toda costa una reedición de aquella dolorosa remontada, llevó el marcador al guarismo que justifica este capítulo: ese 6-4 6-1 3-6 5-0 y 15-40. Esos cinco match-balls que nunca supo concretar. Esos cinco instantes que, por la resistencia física y psíquica de Orantes, y también por esas paradojas inauditas que tiene la vida, en lugar de entregarle el botín de la ansiada final, le colocaron en lo alto de un enorme acantilado desde el que acabaría precipitándose.
Veamos cómo lo recuerda Orantes: “Empecé bastante mal. El primer set fue muy igualado y cayó de su lado por un estrecho margen. Pero en el segundo todo fue a peor. Él se animó al verse por delante, y yo no supe mantenerme en el partido”. Vilas había protagonizado un torneo inmaculado hasta semifinales. Como segundo favorito, había solventado todos sus partidos con marcadores muy claros. Cierto que, como comentaba antes Orantes, las diferencias entre el vagón de proa y el resto eran en aquella época muy sustanciales. Pero una idea de lo bien que se encontraba en el torneo la daba el contundente 6-2 6-0 6-0 que firmó en los dieciseisavos ante un rival de cierto nivel como el checoslovaco Jan Kodes, campeón en Roland Garros en 1970 y 1971 y en Wimbledon en 1973.
“Vilas empezó jugando bien. Venía muy mentalizado y yo no supe dominar el partido como solía hacer. No supe imponer mi ritmo. A él le gustaba mucho jugar de fondo, y pelotear con largos intercambios. Y yo, como hacía con Borg, lo traía para adelante, le hacía dejadas, le rompía el juego”. La intención de Orantes, como había hecho con excelentes resultados en las tres últimas victorias consecutivas de aquel año 1975, era imponer su táctica. Pero esa táctica, que consistía en evitar los largos peloteos en los que Vilas se sentía más cómodo, requería un alto porcentaje de aciertos, una elevada inspiración. “Al principio yo no estuve tan fino, y él estaba muy rápido. Llegaba muy bien a las dejadas, tiraba muy fuerte, y me dificultaba el pasarle cuando lo traía a la red porque llegaba muy bien a la pelota”.
Orantes, a lo largo de los setenta, vivió la transición del tenis desde el amateurismo a una profesionalización cada vez más enconada. En ese proceso destaca a Vilas como uno de los pioneros en concebir el deporte de la raqueta como una profesión. Si Nastase era el ejemplo perfecto del tenis amateur que priorizaba el espectáculo, la diversión y el riesgo, Vilas se postuló enseguida como uno de los primeros exponentes del tenis profesional, más resultadista y eficaz, que asomaba ya a la vuelta de la esquina. “Era como Borg, aunque con menos juego, menos nivel. Borg y Vilas fueron los dos jugadores de la época que más contribuyeron a cambiar la mentalidad del mundo del tenis. Son los que empezaron a jugar de manera diferente, fuertes físicamente, fuertes mentalmente. Fueron los primeros en tomarse el tenis como lo más importante de su vida”.
Ambos sobresalieron por su potencial físico. Y por instaurar los golpes liftados, menos espectaculares para el gran público pero mucho más eficaces de cara al marcador. Hasta la fecha el tenis consistía en el arte de atacar. Un poco al estilo del espadachín que en esgrima se abalanza expeditivo contra su rival. A mediados de los setenta, el ADN del deporte que los ingleses habían exportado a medio mundo a finales del siglo XIX seguía obedeciendo a un único guion esencial: desbordar a tu rival con tiros precisos y profundos que describían trayectorias rectas hacia las esquinas desguarnecidas de la pista.
• Guillermo Vilas prepara un golpe de revés bien posicionado con sus fuertes piernas. El argentino llegó al US Open de 1975 como segundo cabeza de serie y estuvo a punto de cumplir el pronóstico y alcanzar la final. | Universal-Corbis-VCG / Getty
Con la irrupción de Borg y Vilas el guion sufrió una decisiva mutación genética. El mundo entero descubrió los beneficios que un estilo defensivo podía llegar a tener. La pelota ya no superaba la red a escasos centímetros de la cinta. Ahora lo hacía a gran altura y con mucho efecto rotatorio. Lo que implicaba que los puntos se alargaban y aparecía como elemento decisivo la resistencia física, aspecto en el que tanto el sueco como el argentino sobresalían. Para ser más precisos, la gran revolución protagonizada por Vilas y Borg fue instaurar el revés liftado. Atacar el revés de tu rival y subir a la red, en los tiempos en los que solo se utilizaba el revés cortado, ofrecía una garantía muy alta de anotarse el punto. Con la aportación del revés liftado, que enseguida adoptaron una buena proporción de profesionales de la época, aquello ya no se sostenía.
“Vilas y Borg fueron un poco los creadores del juego moderno. Antes, si te fijas en cómo jugaba Nastase, cómo jugaba Panatta, Stan Smith o yo, todos éramos distintos. Unos eran de una manera y otros de otra, unos tenían unas cualidades, otros otras. Pero Borg y Vilas no, en ellos lo primordial era lo físico, la consistencia y la fuerza”. Llegados a este punto, Manuel manifiesta un cierto orgullo al añadir: “Y era curioso porque a ellos les preguntaban y reconocían que el jugador con el que menos les gustaba jugar era conmigo. Porque les sacaba de su táctica, me metía más adentro, y como tenía buenos toques, a la segunda les traía a la red, no les dejaba imponer su juego de desgaste con peloteos largos. Lo pasaban mal porque yo les imponía el ritmo que no les gustaba, subían más a la red que nunca…”, concluye sin reprimir su risa bonachona.
Читать дальше