Félix Sentmenat - Orantes. De la barraca al podio

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Orantes. De la barraca al podio: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de superación del segundo tenista español más premiado. La vida de Manuel Orantes (Granada, 1949) es una novela de aventuras con mensaje incluido. El argumento se centra en un protagonista que vive su infancia en uno de los lugares más desfavorecidos de la Barcelona de los años sesenta, una barraca autoconstruida en el Carmel, y que encuentra en el tenis un ascensor social y un sistema de valores.
Un relato que también es un canto a la superación personal y que retrata la personalidad de un deportista de élite que recibió el calificativo de artista por su juego peculiar. De la mano de Félix Sentmenat, nos acercaremos al tenista y a la persona, que nos contará sus recuerdos, sus dudas, sus problemas físicos, sus éxitos y sus derrotas, todo ello enmarcado en una época irrepetible en la que el país despertaba de una larga dictadura.
Manuel Orantes, buena persona además de buen tenista, concita a su alrededor elogios unánimes. Los testimonios aquí recogidos, entre los que destacan leyendas de su época como Borg, Connors, Vilas, Nastase o Stan Smith, lo certifican. Solamente su modestia explica que un libro como este no haya aparecido antes.

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Un episodio así, en el que el árbitro aceptara la solicitud de un jugador de repetir el punto, resultaría inconcebible hoy en día. Pero aquellos eran otros tiempos. “Yo vi claro que había sido buena porque en tierra queda la marca. Se lo dije al árbitro, pero como no podía cambiar su decisión, sugerí que tirásemos dos más. El árbitro accedió, cosa que por entonces era normal. Si el árbitro veía que colaborabas con él había esta posibilidad de llegar a un acuerdo así. Entonces no había ni ojo de halcón, ni los árbitros eran tan profesionales, ni eran siempre los mismos que viajan por todo el mundo”. En el momento en que Orantes, con bola de set en contra, respondió el saque y, efectivamente, tal como acababa de prometer a su adversario, lanzó deliberadamente la bola contra el suelo, los miles de espectadores estallaron en un ruidoso clamor de aplausos y vítores.

“El público aplaudió mucho, esas cosas le gustaban. Antes era algo habitual, al público le gustaba que hubiera deportividad en la pista. Además, como yo estaba ganando fácil su alegría fue aún mayor porque aquello significaba que el espectáculo continuaba”. Sin abandonar su modestia habitual, Orantes sigue hoy en día describiendo aquel lance como algo corriente.

En todo caso, el público, que ya llevaba un buen tiempo disfrutando de aquel extraordinario partido, celebró el gesto como algo excepcional. Estaba asistiendo a un duelo tenístico de primerísimo nivel, con dos de los jugadores más talentosos del momento recurriendo a sus mejores artes para llevar la contienda de su lado. Y en medio de aquella batalla trufada de dejadas delicadas, lobs imprevisibles, passings precisos y preciosos, vertiginosas subidas a la red, voleas inverosímiles, saques malintencionados… en medio de aquel soberbio espectáculo deportivo, un detalle humano de categoría, una muestra sencilla y clara de respeto personal, ponía la guinda perfecta al pastel.

Llama la atención en positivo, además, que la explicación que ofrece hoy en día Orantes es que, más allá de devolver a Nastase lo que por justicia debía ser suyo, es decir ese tercer set, dado que el saque había sido bueno, en el fondo su gesto iba encaminado a no ensuciar el partido. Como haría un buen padre cuando ve que su hijo pierde los estribos ante una situación injusta, Manuel tranquilizó a su rival. Comprendió su frustración, se puso en su piel y actuó de forma empática e inmediata para que la pataleta no fuera a mayores. Esa de por sí fue una reacción caballerosa, bondadosa. Pero a toro pasado, resulta todavía más encomiable el hecho de que lo que de verdad quería Manuel era seguir disfrutando de ese extraordinario partido de tenis.

No se cuestionó siquiera el hecho de que el gesto implicaba pasar al cuarto set y, de resultas, la posibilidad de que Nastase pudiera acabar remontando. No. Lo que importaba, en primer lugar, era que Nastase se había merecido ese set. Que, por simple ética personal, había que reconocérselo como a él seguramente le hubiera gustado que se lo reconociera Nastase si la situación hubiera sido la misma en sentido opuesto. Pero sobre todo lo que importaba era que Orantes no solo no le hacía ascos a la necesidad de disputar un cuarto set, sino que estaba encantado con ello. Ese es el espíritu deportivo genuino que siempre le distinguió como algo más que un simple tenista. El tipo de matiz que, en esa y en muchas otras ocasiones a lo largo de su carrera le elevó, y aún hoy en día le eleva, al estatus de buena persona. De alguien querido por los que tienen el gusto de conocerle.

En la actualidad un detalle como este podría ser examinado del derecho y del revés por cualquier aficionado al tenis, que seguramente dispondría de más de una toma, televisiva o de móvil, para recrearse en el lance. Podría inspeccionar a cámara lenta el bote para cerciorarse si realmente había sido buena, repasar las muestras de indignación de Nastase en su furiosa arremetida contra el árbitro, admirar la caballerosa reacción de Orantes y fijarse en el posterior gesto de agradecimiento del rumano. Como aquello sucedió hace 47 años, sin la disección audiovisual a la que estamos acostumbrados con la actual plaga de móviles y cámaras que todo lo graban, el único recurso que tenemos a mano es el testimonio de uno de los protagonistas: “Me hizo un gesto dándome las gracias y ya está. Su reacción tampoco fue nada extraordinaria porque eso se hacía mucho entonces. Así que no se sorprendió ni manifestó nada especial. Es cierto que en este caso fue más destacado, porque era un punto importante que le daba el set, pero era algo habitual entonces”.

La entereza con que Orantes afrontó la llegada del cuarto set tuvo enseguida consecuencias en el marcador. Si el rumano había invertido la situación para adjudicarse el tercer set por 6-3, en el cuarto el español recuperó el control del juego y volvió a sentirse dominador. Aliado de nuevo a la imperiosa necesidad de desplegar su mejor tenis si quería tener opciones ante uno de los grandes jugadores del circuito, Orantes volvió al plan original que tan buenos resultados le estaba dando. Volvió a arriesgar, a soltar el brazo y a ser valiente en sus decisiones. La espalda aguantaba a la perfección, las piernas se movían ágiles y los golpes fluían sin aparente esfuerzo llevando la bola allí donde dictaba su cabeza. Ese último set, pues, cayó de su lado y el partido se cerró en cuatro mangas: 6-2 6-4 3-6 6-3.

En aquella época el US Open se disputaba, como ahora, en 15 días. Así que habitualmente había un día de descanso entre un partido y el siguiente. El partido ante Nastase había sido redondo: no solo le había servido para desplegar su mejor tenis en mucho tiempo sino que, además, tampoco había sufrido un gran desgaste. “Físicamente me encontraba muy bien, después de haber recuperado la forma con el programa del doctor Bestit. Además, tras la inyección moral de ganar a Nastase en el que fue mi mejor partido hasta entonces, llegaba a las semifinales en la mejor situación posible”. En todo caso, el rival, el argentino Guillermo Vilas, planteaba un reto complicado.

Semifinal a muerte contra Vilas

El argentino aparecía en el cuadro como segundo favorito del torneo. Por entonces no había alcanzado el potencial que le destacaría en años posteriores como uno de los grandes jugadores de la historia del tenis. Pero sí era ya, por derecho propio, uno de los mejores tenistas del momento. En concreto, a finales de aquel verano, durante la disputa del US Open, era el cuarto jugador en el ranking ATP, mientras que Orantes era el quinto. Si a lo largo de su carrera Vilas llegó a sumar nada menos que 62 títulos, incluidos cuatro grandes –Roland Garros y US Open en 1977 y Open de Australia en 1979 y 1980–, aquel verano de 1975, recién cumplidos los 23 años, tan solo había ganado 12.

La única victoria importante que había logrado por aquel entonces era la del Masters de 1974, disputado sobre hierba en Australia, imponiéndose en la final a Nastase y derrotando previamente a jugadores del nivel de Borg o el mexicano Ramírez. Eso sí, dos meses antes de aquel US Open de 1975 había alcanzado la primera de las ocho finales de torneos grandes que disputaría a lo largo de su carrera. Fue en Roland Garros, donde un pletórico Björn Borg le superó en tres cómodos sets (6-2 6-3 6-4) para sumar su segundo título en París, tras el logrado un año antes frente al propio Orantes.

Célebre por haber creado y popularizado el willy (alude a la traducción de su nombre al inglés), el golpe que se realiza entre las piernas de espaldas a la red, Vilas posee el récord de mayor número de victorias, 130, en una sola temporada. Fue en 1977, cuando también estableció el récord de mayor cantidad de títulos ganados en un año, nada menos que 16. Así como el de mayor número de partidos ganados de forma consecutiva, 46. Al concluir su prolífica carrera, se posicionó como el cuarto tenista en número de partidos ganados en el tour profesional, totalizando 951, solo por detrás de Jimmy Connors (1.274) e Ivan Lendl (1.068) (ranking de jugadores ya retirados, que no incluye a Roger Federer, en la actualidad segundo tras Connors con 1.251). Pero, para situarnos mejor ante el reto que afrontaba Orantes en aquella semifinal del US Open de 1975, vale la pena recordar que Vilas logró todos esos hitos a posteriori.

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